Por fin, ¿qué somos?
He pasado el fin de semana en el campo, entre gatos y libros, viviendo sin vivir en mí, porque los periódicos vienen recrudecidos con la polémica -unilateral, ya que los políticos no han dicho nada oficialmente- sobre si somos o no somos confesionales a nivel de Estado español.-Contigo no hay duda -me dice el conde de Lavern (apócrifo)- Tú no eres confesional, porque hace mucho tiempo que no te confiesas.
Pero no es más que uno de sus chistes malos. Por fin, ¿qué somos? Supongo que, igual que yo, miles, millones de españoles han pasado este fin de semana agnóstico levitando entre el cielo y la tierra, suspendidos y suspensos, sin saber si por fin somos o no somos oficialmente católicos los nacionales. El cielo y el infierno están en suspenso, quieta la llama del Averno como llama de panadería en la madrugada, ya cocido el pan, petrificadas en sal las legiones celestes. El cielo y el infierno cerrados por reforma, mientras Tarancón y los redactores del borrador de Constitución deciden nuestros destinos naturales y sobrenaturales, porque hay cosas que pueden ser pecado o no ser pecado (las licencias con la santa esposa el fin de semana, un suponer), según el acuerdo a que lleguen o no lleguen Fraga y monseñor Cirarda.
Los políticos y los obispos, mientras leen el periódico, hacen gimnasia, se toman el desayuno con leche condensada Clesa y se lavan la cabeza en el week-end, están decidiendo nuestro destino por toda la eternidad. Hay una anécdota de Baroja, seguramente apócrifa, que se resume en esta frase del novelista:
-Lo que tiene que hacer Ortega es decirnos si hay Dios o no hay Dios.
Lo que tienen que hacer Tarancón y Suárez es decirnos si somos o no somos confesionales, porque el país está con el alma en un hilo, y esta vez sí que la frase hecha se hace verdad (por eso la utilizo, querido Luis Calvo). También los Filósofos, los profesores y los catedráticos están decidiendo ahora, mediante controversia culta, si Ortega existió o no existió. País de inquisidores. Inquisidores de-uno-u-otro-signo. Si en este final de siglo caben dudas sobre la existencia del escritor más vigoroso del castellano contemporáneo, ¿cómo no van a caber dudas sobre la existencia de Dios en la Constitución (en borrador)? Admitamos, cuando menos, un Dios en borrador, un borrador de Dios.
En Pedagogía, carrera de Letras, ahora mismo, en la Complutense de Madrid, los chicos y las chicas tienen que estudiar si los ángeles son capaces de duda. 0 sea que seguimos en Trento. No nos hemos movido un paso y Tarancón, que lo sabe, quiere aprovechar este inmovilismo nacional para decir que no es tal inmovilismo, pero que tampoco conviene moverse demasiado. Ay, señor cura, quién supiera escribir.
Este fin de semana, ya digo, ha sido para mí -y para millones de españoles conscientes- más grave que aquel fin de semana en que voló Carrero, o aquel otro en que murió Franco, porque ahora el que vuela y muere es Dios, y los españoles, que en poco tiempo hemos aprendido a pasarnos sin Franco y sin Carrero, corremos peligro de aprender a pasarnos sin Dios, y eso sí que no, claro, de modo que Tarancón ha llamado a Cirarda y han hecho un documento.
Yo no estoy a favor ni en contra, como la mayoría de los españoles, sino que estamos todos expectantes, a ver qué pasa, a ver qué deciden de nuestras vidas, de nuestros cuerpos y almas, porque nuestra prudencia en la tierra y nuestra salvación en el cielo dependen de lo que se haya decidido este fin de semana o se vaya a decidir en el próximo. Ortega, que ahora resulta que no existió, era el que tenía que decir y decidir si había Dios o no, antes de la guerra, pero ahora el que tiene que decidir si hay Dios oficial en la Constitución es Fraga, su más caracterizado redactor. Yo, no es por nada, pero me fiaba más del criterio de Ortega. De todos modos, nos tienen en un grito.
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