Bien presentados y con temperameto los toros de Ruchena
Llovía en Madrid, y, sin embargo, hubo toros en Carabanchel ¿Qué santo era que, aunque lo vió, hubo toros en Carabanchel? No se sabe si es la autoridad, o es la empresa, o ambas son quienes merecen un aplauso de reconocimiento (ma non troppo, no vayamos a pasarnos) por dejar que se diera el festejo, hasta el final para no defraudara la afición que había acudido a la plaza.Y que pudo darse, frío aparte como tantas, y tantas y tantas veces pudo darse también y no se dio, pues una nube que aparecía ora por poniente, ora por levante -y tras la inspección ocular a la relativa o exigua venta de boletos- movía a autoridad y empresa a poner el cartelito aquél de: «A causa de la inclemencia del tiempo, queda suspendida ... ». Carabanchel (antes Vista Alegre) tiene fama de eso y de una cierta informalidad, y de que sale el torito de risa, y de algo más.Pero ahora, llegado el otoño, Carabanchel (antes Vista Alegre) se siente plaza mayor de edad ¡ojalá dure!, y da el festejo que anuncio, y no se regalan orejas, y suena el aviso puntual, y no suelta por los chiqueros toritos de risa sino el toro serio, bien cuajado y bien armado, hermoso de lámina además. Cuatro toros de los del marqués de Ruchena que el domingo se lidiaron eran otros tantos ejemplares de estampa, hondos y largos, respeto en las caras, armonía en los corpachones, pelaje variado, con tendencia al bragao y al salpicao y uno que podía pasar por gargantillo, que es capa muy difícil de ver.No sobresalieron por su bravura, pero sí por su casta, que se traducía en noble embestida para la muleta, con su genio y aspereza también, si en varas no había suficiente castigo. Castigo que, por otra parte, era dificil de calibrar porque varias de las reses parecían flojas de remos y en el último tercio se iban arriba.
Plaza de Carabanchel
Cinco toros del marqués de Ruchena y uno (5.º) de Diego Garrido. Los de Rucherfa, muy bien presentados, tuvieron escasa bravura, pero bastante casta y temperamento; manejables, en general. El de Garrido, manso, fue noble para la muleta.El Inclusero: Bajonazo (Vuelta) Estocada corta delantera, rueda de peones y tres descabellos (palmas y saludos). Gregorio Lalanda: Pinchazo, media estocada baja y rueda de peones (silencio). Cuatro pinchazos (aviso) y media estocada caída (silencio). Justo Benítez: Pinchazo hondo caído y descabello (vuelta). Estocada atravesada y otra a paso de banderillas (palmas).
Ahora, vistos los resultados, es muy fácil decírque en esto de los cambios de tercio se equivocó el presidente -lo era el comisario Mínguez- y se equivocaron los espadas que los pedían, pero la verdad es que en su momento -que es cuando tienen importancia las decisiones, y hay que adoptarlas sobre la marcha- nos equivocamos casi todos.Así sucedió en el lote de Justo Benítez, que tuvo dos enemigos con problemas por enteros y por violentos, pese a lo cual volvió a dejar la muestra de su toreo serio y bien aprendido. Instrumentó buenas verónicas, ganando terreno, en su primero dio unos ayudados excelentes, asimismo ganando terreno, y luego derechazos sueltos de impecable trazo, que no tuvieron ligazón sencillamente porque el toro no repetía las embestidas. Al sexto lo trasteó para librar el peligro, pues se le revolvía en un palmo de terreno. En realidad no pudo con ese toro, pero también es verdad que pocos espadas de hoy lo habrían hecho mejor.
El más claro toro de la tarde fue el primero, y Gregorio Tebar, El Inclusero, le hizo una faena reposada, casi toda sobre la mano derecha, con tres redondos de antología por la pureza de su ejecución: la suerte cargada, temple exquisito. En el cuarto quiso estar variado en la línea del más acabado clasicismo, pero el cabeceo de la res le impidió sacar limpios los pases. El Inclusero, según se pudo apreciar el domingo en Carabanchel, está en un momento de madurez artística; lleva en la cabeza y en el corazón el toreo, y no importa si es con la muleta o con el capote, pues en ambas modalidades domina la técnica. Sólo necesitaría que le dieran sitio, placearse, para figurar por derecho propio en los mejores puestos. Por encima, incluso, de muchos que tenemos (ose tienen) como Figuras.
Por el contrario, Gregorio Lalanda anduvo indeciso, inhábil lidiador (hasta convertir en capea la brega al manso quinto), sin poder con los toros cuando éstos sacaban genio y sin relieve artístico cuando acudían dóciles a los engaños. Puso banderillas y lo hizo con vulgaridad. Aunque no tanto como Justo Benítez, que con los palos estuvo fatal.
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