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Los líderes alemanes intentan devolver la serenidad al país

Una vez en marcha el carro de las reformas legales para la represión del terrorismo, no se sabe aún con qué alcance, los políticos buscan ahora devolver a los alemanes la serenidad perdida. El presidente federal, Walter Scheel, ha aceptado la solicitud del escritor Guenther Grass y ha tratado de frenar la corriente antiintelectualista fomentada por un sector democristiano durante los últimos días.Con ocasión de los quinientos años de existencia de la Universidad de Tubinga, Scheel ha hecho un llamamiento a todos los ciudadanos, partidos y organizaciones para que no confundan al crítico de la sociedad con el verdadero simpatizante del terrorismo.

En Stuagart, el jefe socialdemócrata, Willy Brandt, ha cambiado fundamentalmente sus apreciaciones de las últimas semanas. Desde la acusación de hace un mes contra quienes toleran sin oponerse directamente, y hasta analizan indulgentemente los brotes terroristas, el ex canciller, más sereno ya, ha pasado a pedir que no se vean las raíces del terrorismo en el marxismo o en el comunismo. Al tiempo que ha reclamado que no se incluyan en un mismo fondo a simpatizantes y críticos del.sistema. El jefe del Gobierno, canciller Schmidt también ha tamizado su indignación contra los secuestradores de Schleyer.

Los democristianos mantienen, sin embargo, sus posiciones recalcitrantes, aunque significativamente atenuadas. Su líder, Helmut Kobl, ha reconocido que «ningún país del mundo goza de una estabilidad política y social como la de la República Federal de Alemania», para insistir más tarde que «las causas del terror hay que buscarlas entre los fascistas y los comunistas». El presidente del Parlamento, el democristiano Carstens, ha preferido denunciar un creciente clima antijudío en Alemania.

Las declaraciones de los socialdemócratas y del presidente Scheel han devuelto en gran medida la calma a este país, aunque persistan las mismas estructuras sociales, los mismos proyectos de ley antiterroristas de hace una semana y el mismo «envenenamiento de la atmósfera política» que denunciaba al presidente Scheel ante los estudiantes de Tubinga.

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