Un grupo de ecologistas quiere salvar las marismas del Ampurdán de las urbanizadoras
Los Aiguamolls son una extensa marisma situada en la costa baja, la del golfo de Roses, en la que desembocan los ríos Salins, Muga, Fluviá, Ter y Daró. Ya existen precedentes de este tipo de urbanizaciones sobre las marismas que, tanto en el caso de Ampuriabrava como en el de Santa Margarita, compensan el escaso precio del terreno con costosos trabajos de desecación, canalizaciones y puerto deportivo interior, con sistema de amarres individualizados para cada una de las viviendas. Solamente Ampuriabrava tiene prevista una capacidad futura de 50.000 almas. Todos los proyectos, realizados o pendientes, prevén únicamente un tipo de segunda residencia de gran lujo, con servicios de toda índole que llegan hasta el aeropuerto existente en una de ellas.La extensión de las marismas fue reduciéndose a partir del pasado siglo por desecación lenta, en beneficio de la agricultura y a tenor de las campañas antipalúdicas que se llevaron a cabo.
Las razones esgrimidas por los ecologistas para su pretensión de salvaguardar estos espacios húmedos, profusamente expuestos por el llamado Grup de Defensa dels Aiguamolls Empordanesos, se basan esencialmente en motivos científicos, culturales, paisajísticos y económicos.
Un gran parque natural, la alternativa
Los Aiguamolls ampurdaneses son el último eslabón de una cadena de estaciones obligadas para las aves migratorias que anualmente pasan desde Europa a África, utilizando este lugar como refugio en los muchos casos de tormenta que las impide la travesía del Pirineo ya próximo, siendo la única parada entre el delta del Ebro y la Camarga francesa.Los grupos ecologistas pretenden con su ocupación pacífica impedir a toda costa que, siguiendo una política de hechos consumados, se destruya irreversiblemente el ecosistema actual, a la espera de que en su momento, y lo antes posible, la Generalitat de Cataluña replantee de una forma metódica, coherente y racional la ordenación del suelo catalán de una forma global, que armonice los intereses turísticos, ciertamente importantes en esta zona de la costa Brava, con los científicos. La solución que ellos propugnan es la conversión de toda la zona de marismas en un gran parque natural público.
Ello permitiría desarrollar las grandes posibilidades que para la enseñanza y la investigación ofrece la zona, tanto en el terreno de la naturaleza como de la geografia e historia. No hay que olvidar el origen aluvial del Ampurdán, que pudo ser habitado únicamente por la acción benéfica de la habitual «tramontana», que barre periódicamente la gran llanura de mosquitos y miasmas. Se crearía un espacio turístico original, por la virginidad del paisaje que se prolonga hasta las grandes y desiertas playas del golfo, evitando su privatización. Todo ello redundando en la economía al permitir un turismo de calidad, científico, cinegético, etcétera, sirviendo a la agricultura y a la ganadería al mantenerse las zonas de pastos y, sobre todo, regulando los niveles de las aguas subterráneas y evitar la salinización inexorable.
Las poblaciones indecisas
Lógicamente, ante la acción de estos grupos, se ha alzado también la opinión de los urbanizadores -se ha indicado que en el caso de Pals se mueven capitales cercanos a personalidades del Opus Dei- y también de parte de los vecinos de las poblaciones en cuyos términos municipales se pretende uybanizar. Castelló d'Empuries, Sant Pere Pescador, L'Armentera, Vilademat, Albons, Bellcaire d'Empordá, Torroella de Montgrí y Pals se revuelven en opiniones contradictorias.Los ayuntamientos, por razones obvias, se declaran partidarios de la desecación y parcelación de los terrenos. No olvidemos que cada una de las empresas ha de movilizar cifras considerables que de alguna forma repercutirían en estas poblaciones. Solamente en el caso de los Arenales del Mar, de Pals, se barajan cifras que rondan los cuatrocientos millones. La posibilidad de pasar de una economía basada en gran parte en la agricultura a otra de tipo turístico tienta a muchos pueblos. Una frase recogida sobre el tema en plena calle podría dar la tónica: «Prefiero un chalet a cien mosquitos. »
Los defensores de los Aiguamolls encuentran eco en los medios de comunicación, pero por ahora no han conseguido calar profundamente en el pueblo. Y los partidarios de las urbanizaciones esgrimen sus argumentos a un nivel de economía inmediata destinada únicamente a tranquilizar las conciencias. Estamos asistiendo a un diálogo de sordos, así, mientras la ocupación pacífica intenta conseguir a la desesperada acciones legales que impidan el deterioro de las marismas, el Ayuntamiento de Torroella de Montgrí proseguía la construcción de la carretera que ha de facilitar las obras de urbanización, hasta que la semana pasada el gobernador civil dio la orden de paralizarla.
Unicamente CIMA ha respóndido de alguna forma a las peticiones de los defensores de los Aiguamolls, mientras Icona y otras entidades que tienen autoridad sobre el tema siguen callando. El diputado gerundense Joan Paredes y el senador de L'Entesa dels Catalans Francisco Candel, que visitaron a los «ocupantes», prometieron tomar cartas en el asunto.
Por su parte, el diputado por Gerona Ernest Lluch, del grupo Socialistas de Cataluña, ha enviado una carta al ministro de Cultura, Pío Cabanillas, para pedir la paralización temporal de las obras.
Pero cada vez resulta más evidente que problemas de la gravedad del que nos ocupa no pueden resolverse ni apelando a una legislación poco sensible a cuanto pueda significar limitaciones a la propiedad privada, ni con gestos desesperados y quijotescos como el del Grupo de Defensa dels Aiguamolls. Solamente una ordenación racional del territorio a nivel de Cataluña, realizado muy lejos de cualquier influencia interesada, podría resolverlos ecuánimemente.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.