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Paco Alcalde provoca un serio desorden

ENVIADO ESPECIAL,De miel se hacen autoridad y veterinarios, por lo que vemos todos los días, con las pretensiones de toreros, apoderados y empresas, o en otro coso no hay explicación posible para que una tarde y otra, en una feria y en otra (salvo las excepciones que todo el mundo conoce), salga por los chiqueros ese ganado antirreglamentario cuyos defectos físicos son comprobables a simple vista y sin necesidad de peritaje de ningún tipo. Unas veces es la falta de trapío; otras, la cojera, cuando no, la invalidez total; otras es el desmochado, el despitorrado, o el afeitado. O todo junto, como ayer en Valladotid. Y habrá que preguntar, una vez más, por qué se hacen de miel; qué intereses se mueven en este tinglado de la moderna farsa. Y si no hay tal cosa, cuál es la razón de, que la autoridad superior mantenga para el buen orden del espectáculo y vigilancia estricta del reglamento, a personal incompetente, con unas tragaderas capaces de engullirse una colección de pianolas.Para luego, encima, llevarse las broncas y convertirse en centro de todas las iras del público, precisamente por culpa de cualquier torero falto de la vergüenza que siempre caracterizó a los de su oficio. Así, Paco Alcalde, que ayer le echó el público encima al presidente.El sexto toro de la tarde, despitorrado, renqueante y tan manso y tan sin casta como los cinco bueyes que le habían precedido, tomó con aspereza los primeros capotazos y esto le valió a Alcalde para mirarle de través y hacer gestos significativos. La alarma cundió en seguida entre parte del público: «iNo ve, no ve!» Y la emprendió a gritos contra el palco. Pero otra parte mejor orientada, la emprendió a gritos también, aunque contra el torero, como era razonable. Alcalde, imagen viva del pánico, corría soltando el capote en cuanto el despitorrado hacía por él, y durante la suerte de varas se colocó a distancia prudencial. Y allí fue el acabóse. Presa de gran indignación, el público arrojaba almohadillas y botes de cerveza, y ya no paró hasta que, después de dos trapazos y dos pinchazos en franca huida, abandonó Paco Alcalde la plaza.

Plaza de Valladolid

Primera corrida de feria. Cuatro toros de Mercedes Pérez Tabernero y dos (tercero y cuarto) de Pío Tabernero, escasos de trapío (el tercero, muy chico), tocados de pitones, mansos, sin casta.Niño de la Capea: media estocada tendida y dos descabellos (palmas y pitos, y saludos). Pinchazo, bajonazo y dos descabellos (vuelta). El Regio: bajonazo (oreja). Bajonazo y dos descabellos. El presidente le perdonó un aviso (silencio). Paco Alcalde: a paso de banderillas, pinchazo otro bajísimo y rueda de peones (silencio). Dos pinchazos huyendo y se acuesta el toro (bronca).

Conviene que la autoridad haga memoria, y sin demasiado esfuerzo (pues no hace ni un mes que sucedió) recordará al mismo torero, en Ciudad Real, donde también allí provocó una alteración del orden público con parecidas mañas que ayer en Valladolid. Y lo de Ciudad Real ya llovía sobre mojado. Conviene que haga memoria, sobre todo cuando en los reconocimientos de los toros aparezcan presionando y exigiendo los listos e influyentes de siempre, para mandarles al cuerno, y si se ponen chulos, al cuartelillo. Y verán, además, que no pasa nada, porque no son tan influyentes como parecen, ni tan listos, que toda su fuerza consiste en largar sin mesura, en untar sin vista, y en tomarse venganzas sicilianas con el que cogen indefenso.

El resto de la corrida, con el ganado dicho, que carecía de casta, no tuvo más interés que el par de horas echadas a perder. El Niño de la Capea se descoyuntaba para torear, hasta hacernos temer que se partiría en mil p edazos, pero debe ser de goma porque no se partió. El Regio se arrimaba sin que se lo agradecieran y hasta escuchó algún pito por lo mismo que a sus compañeros les hacían palmas. Alcalde banderilleó a su primero con las prisas de siempre, y con los pocos recursos de siempre le muleteó. Los tres hicieron ese toreo de ahora, que consiste en levantar la mano que no torea como si fueran a cantar; en pegarse unos cuantos espatarraos; en citar con la muleta oblicua, hasta pegarla en la oreja contraria del toro, en arrastrar frenéticamente las zapatillas para todos los cites, con lo que llenaron la arena de hoyos. No hubo arte pero hubo polvo. ¡Qué polvareda levantaron! Entre los tres diestros y los seis mulos escarvadores, el ruedo de Valladolid quedó tal cual la luna lunera. Y encima, los botes, las almohadillas y demás objetos arrojadizos. Cualquiera diría que había sido allí El Alamein.

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