La iniciación

A pesar del torpe título con que se exhibe en las pantallas españolas, es éste un filme simpático, acertado, sobre la edad crítica del hombre que, bordeando el humor, sabe llegar al fondo de las cosas, sin volver en ningún momento la cara al público. La lucha de los jóvenes por alcanzar la madurez se halla narrada aquí con agudeza, ironía y respeto. Profesores, alumnos, padres, se muestran tal como son, es decir, tal como eran en los años cincuenta, cuando los oscuros caminos del sexo aparecían más ásperos, más duros de como hoy se muestran al decir del autor, para los jóvenes y los no tan jóvenes.Porque en esta buena película nos reconocemos a la vez como adolescentes y maduros, a un lado y otro de ese abismo generacional no tan agudo quizá ni tan evidente por aquellos años, pero latente ya en sus auténticos conflictos, en la distancia oculta pero real de las primeras experiencias sexuales.

La obsesión por la mujer, primero, y la escalada en busca de esa iniciación fallida en un principio, siempre a tientas entre la satisfacción apresurada y un amor apenas entrevisto, se hallan dadas con acierto, como las reacciones de los amigos o los padres e incluso las diversas aventuras más o menos idealizadas por el protagonista, siempre en busca de un ideal duradero.

A su planteamiento justo añade esta película.el acierto en la elección del protagonista, que consigue comunicarnos sin pedantería una emoción clara y sincera, repetida por su clan de companeros. En esta ocasión el realizador no ha querido o no ha podido interpretar esta historia, que como gran parte de las suyas, se.relaciona, si no por el tema en sí, al menos por algunos de sus personajes, con su temática habitual: el mundo de los judíos en Francia. El tono autobiográfico de sus primeras películas aparece aquí muy claramente en la familia artesana, que como la de «Rosa je t'aime» o la de «Hester Street», se dedica en régimen privado a llevar su negocio adelante sin demasiadas pretensiones y que no pueden comprender los problemas del hijo, al que sólo piden y del que sólo esperan que continúe la tradición familiar, sin crear quebraderos de cabeza.

Bien ambientada y bien interpretada, tiene además Claude Berri el acierto de no intentar redondear el personaje principal con un final concreto. Lo deja ante nosotros, frente a una escena irónica que viene a representar la felicidad imaginada por los padres. No se nos dice si el hijo la rechaza o la acepta.