La democracia en México
De unas semanas a la fecha, EL PAIS ha publicado noticias cuyo punto de partida es la supuesta existencia en México dé una «lucha por el poder en la Administración», para sintetizar en la frase usada el viernes 12 de agosto, por el diario a su digno cargo, una interpretación editorial de la que me permito disentir.Hace más de medio siglo que nuestro país lleva una vida constitucional sin sobresaltos. Cada seis años el pueblo elige un presidente de la República, un Congreso -cada tres años, en el caso de los diputados- y, en la diversidad propia de un régimen federal, numerosos gobernadores y legislaturas estatales en otros periodos que no necesariamente coinciden con el sexenal primeramente mencionado. Hemos logrado, no sin esfuerzos delos que nuestra historia da cuenta, dotar a la nación de un sistema político evidentemente imperfecto, pero capaz de hacer de México un país de excepción por cuanto a la continuidad y vigencia de su vida constitucional se refiere. A lo largo de los años el país ha logrado, además de estabilidad, un grado de desarrollo económico considerable, soberanía e independencia y una coherencia política de la que se desprende una lógica de gobierno en la que el propósito más alto es servir a la nación. De esto deriva nuestra estabilidad, no de un «milagro» mexicano, ni del ingenio del sistema, sino de la conservación de esa coherencia y de la observancia de esa lógica. Ahora bien, una pieza maestra de esta relación es el respeto a los postulados políticos fundamentales de la Constitución de 1917, particularmente al conjunto de normas que asigna al presidente de la República, simultáneamente, poder y responsabilidad no ilimitados, pero sí de una amplitud que no es común a los gobernantes de los países de tradición parlamentariá. Profundas razones históricas llevaron a nuestros constituyentes a dotar al titular del poder ejecutivo de la fuerza que deriva del voto directo y de la que explícitamente le otorga una ley fundamental que, en la práctica a lo largo de sesenta años, ha dado los cimientos de un Estado nacional intacto, desde entonces. El presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, José López Portillo, fue electo por la abrumadora mayoría del pueblo. Su poder dimana de éste y por ese hecho se vuelve indispuitable. Quien buscara disminuirlo o subordinarlo estaría desafiando el poder del pueblo y esto lo saben los mexicanos. Antes que nadie, lo saben aquellos a quienes ese pueblo dio en el pasado el líonor de su confianza y elevó así a la Presidencia de la República. Ninguno de ellos aceptaría ser el conductor de una tendencia cuyo propósito, deliberado o no, fuese dispersar la cohesión política del país, alterar la lógica que de ella deriva y participar en una «lucha por el poder», tan temeraria como estéril. Ninguno de ellos, por patriotismo y por sentido de responsabilidad, tomaría semejante riesgo histórico.
En estos días regreso a mi país después de haberlo servido como embajador de México en Italia. Espero, señor director, que estas líneas reciban la hospitalidad de las páginas de su periódico.
Ex embajador de México en Roma
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