Credibilidad para la inquisición
El nombramiento del juez antirracista Frank Johnson como director de la FBI ha constituido uno de los gestos más significativos del presidente Carter en su incesante búsqueda de credibilidad. Con ello queda resuelto, de momento, uno de los temas más espinosos con que había de enfrentarse la nueva Administración norteamericana. Después de este gesto -muy pocos americanos darían hoy un centavo por la conciencia de la FBI- podría comenzar la amplia operación de limpieza que el país está exigiendo en torno a la desprestigiada Oficina Federal de Investigación.El nombramiento de ayer ha sido difícil y aún provocará roces y desajustes en el complejo sistema de inteligencia.
Parece claro que a nadie le gustaba el puesto, en estos momentos de presumible revisión de sus innumerables actividades ilegales.
La historia de la FBI -dominada durante treinta años por su creador y director absoluto, Edgar Hoover- es pródiga en ilegalidad y en tortuosas vilezas que por afectar directamente a los ciudadanos norteamericanos, tuvo atemorizada a una parte sensible de la clase dirigente, de la oposición de izquierdas, de los
líderes antirracistas en tiempos de lucha por los derechos civiles de los movimientos pacifista contra la guerra de Vietnam, de senadores, etcétera.
Esa población que ha sufrido la caza de brujas de McCarthy, durante la guerra fría, que se sintió vigilada, intimidada, perseguida ilegalmente, que dio un suspiro de alivio con el fin del imperio secreto de Hoover, se habrá alegrado ayer con el nombramiento de un juez amigo de los negros como sucesor en el sucio trono de Hoover con la tarea fundamental de limpiarlo o destruirlo. Destruir, al menos, la división política interior.
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