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Tribuna
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La evolución interna

En ocasiones, ciertas obras alcanzan tan buena fortuna que irremisiblemente se ven envueltas en una maraña de honores, prebendas y filiaciones de calibre tal que lo queal in menos atención recibe es la obra misma. Tal sería en buena medida el caso del Guernica picassiano. Considerada por muchos la obra más representativa del presente siglo, adolece sin embargo del mismo mal que la Carta robada de Edgar Allan Poe. La ingente avalancha de reproducciones que, por razones harto conocidas, inundan los cinco continentes le han conferido un status de popularidad más que privilegiado. Difícil resultaría encontrar a quien, con un nivel cultural de telespectador medio, no lo conociera. Incluso formarían legión aquellos que están en el secreto del intríngulis sociopolítico que rodea al cuadro o de los avatares de su problemática propiedad. Pero como la famosa carta, tan a la vista está que pocos son quienes se detienen a mirarlo.En esta última perspectiva se sitúa el recién publicado Ebro de Rudolf Arnheim. Dejando atrás con cierta rapidez las circunstancias que motivan el origen de la obra, por entender que el efecto resulta en buena medida ajeno al conocimiento de las mismas, se embarca en un minucioso rastreo de los diversos momentos de la evolución de los elementos que componen el cuadro. Se parte ciertamente aquí de una base histórica concreta pero no para desembocar en la mera crónica de un suceso sino para acceder a la plasmación épica de una tragedia resuelta por medio de formas expresivas. Los presupuestos metodológicos empleados hacen voto previo de humildad: «Nuestras interpretaciones deberían aventurarse tan poco como fuese posible más allá de lo que puede ser visto.» Y con tal espíritu, el autor emprende un viaje descriptivo a través del conjunto de bocetos y estudios que jalonan el proceso de creación del Guernica. Fechados y ordenados por el propio Picasso, el análisis se desarrolla con precisión casi horaria. A veces, el autor se permite ir más allá, entroncado con otras obras del pintor, como en la comparación estructural con la Minotauro-maquia. Paso a paso, va desentrañando las diversas motivaciones que determinan la evolución de los elementos de la composición y las relaciones que entre ellos se establecen, entendiendo que ambas categorías están dialécticamente concatenadas. La vinculación exclusiva a consideraciones de tipo formal a la hora de establecer el análisis viene determinada por la idea de que el artista reflexiona a partir de dichos problemas y que éstos acaban siempre por trascender el plano de la mera forma.

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De las virtudes del mito

En un caso como el del Guernica, un método como el aquí empleado resulta muy de agradecer. Allí donde acostumbramos a manejarnos con el cliché, que la excesiva seriación y su peculiar función política han determinado, nos encontramos con la invitación a un cierto tipo de lectura que elude los factores extrapictóricos, determinantes pero hasta ahora privilegiados en demasía, y nos muestra la posibilidad de acceder a niveles de complejidad muy sugerentes, facilitados por la ambigüedad de los elementos formales. Pero el ascetismo del que Arnheim hace gala no deja de resultar, a veces, engorroso. Si apunta en ocasiones problemas interesantes, como en la relación caballo-guerrero-estatua a partir del dibujo fechado el 2 de mayo del 37, otras, por no volar (demasiado alto, efectúa un tedioso rodeo para acabar descubriendo el Mediterráneo. La mayor virtud del estudio reside, a mi juicio, en el propósito, llevado a cabo con desigual fortuna, de pensar por sí mismo a partir de la obra y sus diversos satélites, sin apoyarse apenas en lo que constituye el universo tradicional del Guernica. En un momento como el actual, en el que parece que al fin puede que se consume el regreso del hijo pródigo, bien valdría que también nosotros nos desprendiéramos de toda esa farragosa mitología que la tradición nos brinda y mirásemos con nuevos ojos al que llega. Quiza a vertiríamos así cuán compleja es esa tarea de exégesis sobre una imagen que en su indeterminación apunta hacia múltiples direcciones. Si nos resulta necesario eludir el tópico, el camino se hallará, empero, plagado de trampas. Una y otra vez creeremos haber llegado a buen término y al punto advertiremos que nuestra visión no agota en absoluto el problema. Porque la más feliz cualidad de la obra artística reside en esa inmanejabilidad, en esa incansable generación de discurso en la que la imagen se sitúa siempre un poco más lejos que nuestro propio texto. Y, por supuesto, tampoco sobre el Guernica ha sido todo dicho. Sólo que, a partir de ahora, sería prudente avanzar por nuevos caminos y con mejor tiento.

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