El problema del eurocomunismo
Es un tema que requiere la más profunda meditación. Lo que es el comunismo a secas, aun en sus diversas versiones, se sabe. Del eurocomunismo se empieza a saber, aunque no exactamente, lo que no es, pero no todavía lo que es.Por lo pronto no es un anticomunismo. Los eurocomunistas son y se sienten comunistas. No es el eurocomunismo ni un caballo de Troya del comunismo ortodoxo en las economías libres, ni una simple variante, con otro nombre, del socialismo democrático o la socialdemocracia. Ningún eurocomunista verdadero admitiría ni lo uno ni lo otro.
Tampoco es un comunismo aguado; comunismo, pero menos. No, el eurocomunista cree que está en una vía distinta de la ortodoxa, marcada por el proceso y el pensar del Partido Comunista soviético, pero que es una vía que, más adaptada a las circunstancias históricas de tiempo y lugar, puede alcanzar mejor el mismo fin, es decir, la plenitud de una sociedad verdaderamente comunista. Su fidelidad al marxismo-leninismo, en lo sustancial, no en lo que estiman accesorio y circunstancial, es sincera y verdadera.
No es un fenómeno nuevo y. los precedentes son equívocos. Basta recordar que las nosiciones del eurocomunismo se asemejan sorprendentemente a las de los líderes de la Europa del este, inmediatamente después de la segunda guerra mundial, en tiempo de los frentes populares. Así, el stalinista Jozsef Ravai, del partido húngaro, en 1944 dijo: «Declaro que nosotros no consideramos la colaboración nacional (de los distintos partidos) como una coalición política transitoria, como un movimiento táctico de ajedrez, sino como una alianza de larga duración. Seremos fieles a nuestra palabra.» De forma similar, el búlgaro Georgi Dimitrov, en un tiempo secretario general del Comunista Internacional, dij9 el 7 de noviembre de 1945, con motivo de la celebración del aniversario de la revolución rusa en Moscú, que «la aseveración de que los comunistas, según se pretende, quieren hacerse con todo el poder... es una leyenda maliciosa y una calumnia. No es verdad que los comunistas quieran tener un Gobierno de un sólo partido». Y fue WIadyslaw Gomulka, del partido polaco, quien declaró en 1946, que el camino polaco hacia el socialismo «es significativo, porque no incluye la necesidad de un cataclismo político violento, revolucionario... ha eliminado la necesidad de una dictadura del proletariado».
Pero hay más. En la polémica de Lenin y Kantsky -la moral proletaria y el renegado Kantsky- de principios de siglo, se está tocando el fondo, con un lenguaje naturalmente distinto -el de la época- del mismo problema que hoy plantea el eurocomunismo. Es verdad que el eurocomunismo va ahora más a fondo que el contenido de esas declaraciones y planteamientos de hace más de treinta años, pero el son, la música, es parecida. Grariíschi está en la misma línea, pero su idea del «partido príncipe» tiene una vertiente totalitaria.
La plataforma del eurocomunismo se puede reducir a estas tres posiciones entre sí relacionadas:
Primero, la persistente demanda de los eurocomunistas de que cada partido sea libre de aplicar las enseñanzas del marxismo-leninismo, según las circunstancias y necesidades nacionales, lo que es equivalente a un rechazo de la validez universal del «modelo» o experiencia soviética.
Segundo, el repudio de los eurocomunistas de cualquier reclamación de un monopolio de poder y, por lo tanto, del establecimiento de una «dictadura del proletariadc». Declaran su respeto por el «veredicto del sufragio universal» y supeditan su acción a la «libertad de opinión, de expresión, de asociación, de prensa, al derecho a la huelga, al libre movimiento del pueblo, etcétera».
En tercer lugar está el referido interés eurocomunista y su insistencia en la creación de una amplia coalición de fuerzas políticas para buscar la solución de los a cuciantes problemas sociales y económicos. Es a lo que se ha llegado en Italia bajo un pseudo «compromiso histórico».
Pero esto no es el fondo del problema. Para llegar a él, hay que partir de que el marxismo no ha venido a comprender y explicar el mundo, sino a «cambiarlo». Quiere cambiar el mundo de cómo es a cómo debe ser. Porque el marxismo «sabe», con un saber no de mera creencia, sino «científico», lo que el mundo debe ser. La terrible acusación de «revisionismo» es contra los comunistas que de alguna manera, en opinión de sus acusadores, pactan, hacen concesiones, al mundo tal y como es.
Los revisionistas se justifican frente a esas acusaciones, diciendo primero, que incluso el padre y los padres del marxismo, han sido en algún momento y manera revisionistas, y segundo, que ellos no pactan con la « filosofía » de ese mundo en el que están inmersos, pero que ese «mundo» constituye una realidad que un verdadero marxista, adoctrinado precisamente en la «praxis», no puede desconocer sin incurrir en un abstraccionismo ideológico, porque el marxismo se funda «en el análisis concreto de la realidad concreta». Se trata de una vía distinta, pero que no conduce a la social democracia, a la que sigue combatiendo precisamente por lo que tiene de desviacionista, sino al comunismo entero y verdadero,
La cuestión se desplaza a lo que debe entenderse por verdadero comunismo y, sobre todo, por verdadero marxismo. El marxismo, en efecto, no quiere modificar o mejorar el mundo, quiere cambiarlo. Cambiar tiene varios significados, pero el más directo es poner una cosa por otra. El marxismo quiere «quitar» la sociedad actual, «capitalista», y «poner» otra nueva y distinta, postulada por el comunismo.Pero no se puede cambiar la sociedad sin cambiar el hombre que es su sustrato y su sustento. La sociedad se compone de hombres y no al contrario; quiere decirse que, aunque desapareciera la sociedad, el hombre sólo, el Robinson, subsiste; pero no subsiste la sociedad si desaparecen los hombres. Esta entidad y autonomía del hombre tiene una enorme tradición en la religión, la filosofía y el humanismo. En la' religión cristiana especialmente. Según ella, el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, y es para el hombre para quien todo, incluso el sábado -no digamos la sociedad- ha sido hecho. El dato de su sociabilidad no cambia este orden de cosas.
Porque es verdad que no es bueno que el hombre esté solo. El hombre es un ser social y sociable. Pero su identidad no se confunde con la de la sociedad. Se puede decir del hombre que es un ser que vive en sociedad, pero que muere sólo. No puede vivir ni morir de otra manera. Y aun se puede añadir que, cuando llega la hora de la verdad, en la vida o en la muerte, el hombre está solo.
De este concepto del hombre nace una sociedad pluralista, conflictiva y desigual. La igualdad no es la justicia; ésta consiste en dar a cada uno lo suyo y quitar a cada uno ¡o que no es suyo. Es una igualdad que no tiene nada que ver con la igualdad clasista ' igualitaria. En la sociedad, en cualquier sociedad, salvo los casos patológicos, hay muchas injusticias, que es lo que sobresale y lo que se ve, pero también un enorme fondo y trasfondo dejusticia que no aparenta y que es peligroso tocar.
Los hombres están dotados, natural y sobrenaturalmente, según se mire, con diversos dones. Y los especialmente dotados para cada actividad, son muy pocos. Muy pocos los verdaderos artistas, o filósofos, o científicos, o políticos, o santos. Muy pocos también los hombres de empresa, los hombres capaces de crear, de engendrar riqueza. Este «elitismo» natural es lo que da «el análisis concreto de la realidad concreta» en cualquier sociedad, sea capitalista o socialista.
Pero para Feurbach y para Marx. y para Engels, la entidad, la esencia del hombre no está en el hombre mismo sino en la sociedad. Es la sociedad la que hace al hombre, la que constituye su esencia. «La esencia del hombre es la unidad del hombre con el hombre». Esto lo tomó Marx de Feurbach. «La producción de ideas... las creencias... el pensamiento intelectual, aparecen como la encarnación directa de su comportamiento "rnaterial", del cual depende toda otra forma intelectual, política, religiosa, etcétera. » (Marx, teología alemana). Este cambio de óptica sobre el hombre va a cambiarlo todo.
La revolución marxista va a girar sobre un eje que tiene estos dos polos: la «fuerza de trabajo», y la «alienación», y como fondo,la materia como única realidad, como la realidad radical. La fuerza de trabajo es el hombre social, el hombre cuyo «ego» está socializado. Es una fuerza material. Todas las estructuras sociales, políticas, económicas, morales, religiosas, descansan sobre la fuerza de trabajo. La alienación es la explotación del hombre por el hombre. El hombre que trabaja para otro hombre está alienado, es decir, enajenado, vendido.
Pero cambiar al hombre es «convertirle»; convertirle de una mentalidad burguesa o semi-burguesa a una mentalidad comunitaria, y eliminar física o política y civilmente, a los resistentes, a los inconvertibles que van a ser, por su obstinación, elementos antisociales. Este es el fundamento «teológico» de los «buenos» y los «malos» de toda revolución. La revolución francesa trató de la misma manera a los representantes del «Ancien Régime», y la práctica de la reeducación que se emplea en algún país comunista no quiere decir otra cosa.
Esta conversión no se puede hacer o, mejor dicho, es impensable, sin la emilinación del Estado burgués, que es un Estado frente a la sociedad (la socialista, por supuesto). Como se ha escrito: «El problema del poder del Estado sigue siendo el problema de toda revolución». Marx, Lenin y Engels definen el Estado como un instrumento de dominación de una clase sobre otra, subrayando, sobre todo, su carácter coercitivo que se ejerce tanto por el uso del poder, de la fuerza, como más sutilmente por los aparatos ideológicos de coacción, tanto del Estado como de la sociedad que emana de él. Estas formas coactivas se extienden a la política, la economía, la moral, la cultura, el arte y, fundamentalmente, la religión.
Esta concepción es recusable desde el punto de vista del respeto a la libertad de conciencia del hombre y a los derechos humanos, pero es una concepción lógica y coherente con el designio no de reforma sino de cambiar la sociedad humana y los hombres que la integran.
Lo que se entiende -salvo que los eurocomunistas lleguen a explicarlo -es cómo los eurocomunistas, dado que siguen considerándose comunistas en el sentido marxista de la palabra, que no niegan ni reniegan de su propósito de llegar a una sociedad comunista como la pensada por Marx, Engels y Lenin, pueden pretender ese objetivo en una sociedad con libertades, pluralismo político, alternancia de poder, sufragio universal y en la que el Estado no tenga ideología partidista ni filosofia oficial, en que la religión, la investigación, el arte y la literatura gocen de una plena libertad. Y, todo ello, sin caer en la social-democracia, o el socialismo.
Esta es una primera aproximación -porque el fenómeno es muy complejo- al problema del eurocomunismo, partiendo del «análisis concreto de la realidad concreta del eurocomunismo».
La definición de una «definición» es que dé el género próximo y la última diferencia de lo definido. El género próximo del eurocomunismo es el comunismo marxista, pero la última diferencia con él, hasta ahora, no se hace visible en la teoría del eurocomunismo. Y éste es el problema.
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