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Tribuna:DIARIO DE UN SNOB
Tribuna
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Los bancos

Emilio Romero es un navegante solitario del periodismo y la política, un Orellana de la vida nacional que desgraciadamente -¡ay!- ha hipotecado demasiadas veces su soledad en malas compañías. Pero el otro día le he oído decir una cosa estupefaciente, a la vista del nuevo Gabinete: -Lo que ha pasado aquí es que el Hispano ha derrotado al Banesto.

Me cogió un pasmo con la frase y con el aire que corría en la terraza de Mayte, por donde Camilo José Cela y Fernando Díaz-Plaja paseaban su madurez bien llevada. Es lo más cierto y lo más cínico que se ha dicho sobre el momento político. Los bancos, siempre los bancos. El poder ha cambiado de manos, pero no de clase. Las reformas políticas tienden a que el poder cambie un rato de manos. Las revoluciones tienden a que el poder cambie de clase. Por eso ya no hay revoluciones.

-Ni hay princesas que cantar- dice el conde de Lavern, apócrifo, que está leyendo a Rubén con cincuenta años de retraso.

El día que salió el nuevo Gabinete, cogí o me cogió un taxista de extrema izquierda. (Hay taxistas de extrema izquierda, de extrema derecha, de rosario colgado en el retrovisor, hay cinco mujeres taxistas en Madrid, pero no hay o no encuentro taxistas de Alianza, como me decía Fraga.)

-Vaya una parida de Gobierno, jefe -le dije por decir algo.

-¿Esperaba usted otro?

Toma castaña. El taxista me dejó como Emilio Romero con su frase.

Un corte. El hispanoamericano señor Oliart (hispanoamericano de finanza, no de origen) lleva al poder un Banco que hasta ahora había permanecido laboriosamente callado y ajeno a los procelas (Azorín) de la política. Los memoriones de este periódico sostenían una vez que el Banesto era el búnker. ¿Y el Hispamer? El Hispamer parece que es el jardín del búnker, por donde pueden pasearse los demócratas del Ya, los flechas del SEU y los yeyés de Camuñas cortando margaritas y pesetas devaluadas.

De banco a banco. Los bancos son las catedrales góticas del siglo XX. Me lo dijo una vez Agustín de Foxá, conde de lo mismo, mientras paseábamos hechos unos señoritos por el Madrid de corte a checa:

-Los rascacielos son el gótico de nuestro tiempo.

Se lo consulté a Camón Aznar en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander, porque viera que yo no estaba allí solamente a ligar suecas, sino que también hacía preguntas cultas:

-Que dice don Agustín de Foxá...

-Nada, Umbral, ni caso. El gótico no tiene fin por arriba. El rascacielos es limitado y terrestre.

¿Y el Banco Hispano Americano? ¿Y el Español de Crédito? No sé si son ilimitados por arriba, como el gótico, no sé si llegan hasta los cielos del poder, o son limitados y terrestres como Wall Street. Por que así como en la Edad Media nos regían las catedrales góticas, en la Edad Contemporánea nos rigen los grandes bancos. Al banco se va, como a la catedral, a depositar un óbolo devotamente en la cuenta corriente, y si la catedral nos devolvía el óbolo en indulgencias, el banco nos devuelve un 2 % de intereses, que es una miseria.

Al Banesto lo veo yo más como la catedral de Burgos, recargado de bajorrelieves y conspiraciones, con las agujas enredadas siempre en el cielo del poder. El Hispano me parece que tiene una cosa como más destartalada de catedral románica mal cuidada y quizá convertida en silo, como algunas iglesias románicas que visité con pena, en compañía de Gaspar Gómez de la Serna, por el Pirineo de Huesca, va ya para años. La banca gótica apunta hacia arriba y la románica atesora en la bodega. No sé que es peor ni mejor.

Cuando llegué a Madrid a esperar sentado en el Retiro que se fundase este periódico para escribir en él (reconozco que me anticipé casi veinte años), lo que más me impresionaba de la gran ciudad era eso que los corresponsales italianos llaman las casaforte de la calle Alcalá. O sea los grandes bancos. Me gustaba su arquitectura, como a Luis Calvo. He tardado veinte años en saber que, además, estamos en su poder.

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