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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Dos tentaciones peligrosas

En su informe al comité central del PCE, Santiago Carrillo insistió en preconizar la participación del PSOE en el Gobierno. El comité federal del PSOE ha fijado claramente su posición contraria a esa recomendación, y lo mismo ha hecho el Centro. Uno y otro han procedido de acuerdo con los intereses de clase que representan. Pero la propuesta de Santiago Carrillo merece ser analizada. ¿Cuál sería hoy la situación del PSOE en un hipotético gobierno. Centro-PSOE? Evidentemente, una situación minoritaria y subordinada, como corresponde a la relación de fuerzas en el Congreso y en el Senado. Con unos aparatos del Estado que, en lo esencial, siguen siendo los del franquismo. Con poderes locales también franquistas hasta que sean renovados democráticamente.De acuerdo con la definición que da el propio Carrillo, el partido de Suárez es «una coalición de centro-derecha, que va a defender esencialmente los intereses de la gran burguesía». Si el Centro gobierna solo -afirma también el secretario general del PCE- «puede temerse fundadamente» que «las medidas para hacer frente a la crisis favorezcan sólo al gran capital y vayan en perjuicio de los trabajadores». Seguro, y por eso quiere gobernar solo. El PSOE no podría participar en el Gobierno, en las condiciones actuales, más que sometiéndose en lo esencial a esa política, corresponsabilizándose con ella, con el consiguiente quebrantamiento de su influencia en la masa popular que lo ha votado. Y lo mismo sucedería -sólo que en este caso también se perjudicaría el PSOE- con un «gobierno de concentración democrática (?) nacional que fuera desde el Centro a los comunistas»: el «mejor gobierno» en las actuales circunstancias, según Santiago Carrillo. Mejor, ¿pira quién? Porque no se trata de intereses estrechos de partido. El quebrantamiento del PSOE -lo mismo que el del PCE- sería un daño irreparable para la democracia y la perspectiva de su progresión hacia el socialismo.

Dada la fuerza parlamentaria de la izquierda, y, sobre todo, su fuerza real en el país, es posible impedir que las medidas anti-crisis recaigan exclusivamente sobre los trabajadores, es posible defender sus intereses en cierta medida (dentro del sistema capitalista sólo en cierta medida pueden impedir los trabajadores ser las víctimas propiciatorias de la crisis del sistema, y decirles lo contrario es pura demagogia); pero a condición, justamente, de que sus organizaciones políticas y sindicales desplieguen toda sus potencialidades y no se sometan a la política de la gran burguesía. Puede lograrse combinando la oposición parlamentaria de la izquierda con la presión sindical y popular en el país. Pero Santiago Carrillo objeta: «Desde la oposición parlamentaria, una labor de fiscalización y de reivindicación podemos hacerla nosotros, para eso no se necesitan ciento y pico de diputados; también la presión reivindicativa en las empresas.» ¡Peregrina tesis, a no ser que los ciento y pico diputados del PSOE sean considerados diputados de «aluvión», como los votos que los han llevado al Parlamento! En realidad, de haber prosperado la opción de Carrillo, el filme se desarrollaría más o menos as!: el PSOE asume la responsabilidad gubernamental de medidas económicas (y otras) adoptadas por un Gobierno hegemonizado por el partido de la gran burguesía. Sus ciento y pico diputados votan a favor. La UGT respalda y justifica esas medidas en el seno de la clase obrera. Los veinte diputados comunistas votan en contra, o aunque voten a favor pueden permitirse la crítica de lo que tienen de insuficientes para los trabajadores y de ventajoso para el gran capital. La sindical de Comisiones Obreras organiza «la presión reivindicativa en las empresas». Resultado: división de la izquierda en el Parlamento (que podría pasar por el propio grupo parlamentario del PSOE) y debilitamiento de su capacidad de representar en él los intereses de las masas populares; división de la izquierda en el país, posiblemente no sólo entre el PSOE y el FICE, sino en el seno del PSOE; división y enfrentamiento en el seno de la clase obrera, lo que debilitaría su capacidad de presión; ventaja para el gran capital y su partido; desgaste del PSOE, de la UGT, y posible fortalecimiento del PCE y de sus fuerzas sindicales. Pero fortalecimiento pírrico, porque sería a costa del debilitamiento del conjunto de la clase obrera y de las fuerzas populares.

La posición del PSOE

No hago un proceso de intención. Pero de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno, y también el de las soluciones tipo socialdemócrata. Santiago Carrillo declara en su informe que el eurocomunismo se diferencia de la socialdemocracia. Esta, hasta hoy, «equivale a capitalismo, a ad ministración leal de los intereses capitalistas». Pero cada vez que la socialdemocracia ha participado en gobiernos con partidos representantes de la gran burguesía, o ha gobernado sola, lo ha hecho con justificaciones muy semejantes a las que hoy utiliza el secretario ge neral del PCE para fundamentar su propuesta de participación del PSOE en el Gobierno, y -si fuera posible- del propio PCE. Hay un pasaje del informe de Santiago Carrillo que no tiene desperdicio en relación con este tema y cito in extenso: «Un partido puede gas tarse en el gobierno, pero también puede gastarse en la oposición si defrauda las esperanzas que el elector ha puesto en él. Y nosotros juzgamos que el aluvión PSOE está compuesto, por una parte, de votos de trabajadores que han juzgado que en este momento el PSOE, a quien . nadie, ni el Ejército, ha veta do o puesto reservas, estaba en mejores condiciones que el PCE para optar a puestos de gobierno, y también por una parte de votos burgueses que consideran que por la influencia de la socialdemocracia en los países más ricos de Euro pa el PSOE podría, como Soares en Portugal, atraer créditos e inversiones extranjeras. Es decir, el voto PSOE no es un voto militante más que en parte; es un voto disponible, viajero, que lo mismo puede asen tarse en el PSOE si éste justifica sus esperanzas, que emigrar hacia otras latitudes políticas.» De estos razonamientos se desprenden transparente mente dos moralejas. Primera moraleja: si el PSOE de frauda los «votos viajeros» burgueses estos emigrarán al Centro; para no defraudarlos el PSOE debe estar en el gobierno y hacer una política que inspire confianza al capitalismo extranjero, y por tanto al español, es decir, una política de leal administración de los intereses capitalistas (de ser desleal se acabaría ipso facto la credibilidad del PSOE ante esos intereses capitalistas y la posibilidad misma del gobierno Centro-PSOE); frente a esta política los «votos viajeros» obreros del PSOE emprenderían, en lógica respuesta, la emigración hacia el PCE. De votos de «aluvión» se meta morfosearían en votos «militantes». Segunda moraleja: el PCE no es socialdemócrata, pero el PSOE debería decidirse a serlo. Al fin y al cabo es su «destino histórico». Así cada uno estaría en su sitio, en su «espacio». No habría confusión y todos. tan contentos.

Otra perla del informe, que apunta en la misma dirección: «Si casi cinco millones de votos han ido al PSOE, no ha sido para que éste preserve su virginidad política, sino para que gobierne y gobierne bien, defendiéndolos. » ¿Para que gobierne «bien» estando subordinado al partido de la gran burguesía? ¿Para que Felipe pierda su virginidad con Adolfo? ¿Cree realmente Santiago Carrillo que los trabajadores han votado al PSOE para ese maridaje? ¿Sería leal así el PSOE a la alternativa que ha representado en su campaña electoral?

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No estoy propugnando una política maximalista, que ignore el delicado equilibrio actual, la necesidad, ante todo, de consolidar la democracia (pero no de inmovilizarla, sino de dinamizarla, que es, por lo demás, la única manera de consolidarla). Ahora bien, creo posible una política realista desde la oposición que responda a ese objetivo, que junto con la solución del problema constitucional defienda eficazmente los intereses de los trabajadores -entendiendo este concepto en el más amplio sentido-, y prepare, al mismo tiempo, una alternativa de poder para la izquierda. Es decir, que conquiste para las verdaderas soluciones populares -y, por tanto, nacionales- a los problemas del país, un voto ampliamente mayoritario. Pero esta perspectiva requiere una política unitaria de los partidos de izquierda, de las organizaciones sindicales, de los movimientos de masas.

Dos peligros -entre otros- se perfilan desde ahora, que pueden bloquear la dinámica política y social expresada en las elecciones, dinámica que puede hacer factible la alternativa de izquierda a medio plazo. El primero es la tentación para el PCE de progresar a costa del PSOE, empujando a éste por la vía muerta de una política socialdemócrata, contraria a las resoluciones de sus congresos. El segundo, la tentación para el PSOE, si se deja embriagar por el éxito, de caer en un hegemonismo triunfalista respecto al PCE, con el señuelo de un «bipartidismo,» tipo inglés o alemán, que además de estar tan alejado de la realidad socio-política española conduciría a la misma vía muerta, aunque por otro camino. Si estas tentaciones no son vencidas, si no se abre paso una corriente de entendimiento y colaboración sobre la base de una política de izquierda, las esperanzas de hoy pueden ser seguidas de una gran decepción. Eso sí que sería defraudar al pueblo y alimentaría todas las corrientes maximalistas y disgregadoras. Sería, en la práctica, la política menos realista y más aventurera, la que conduciría a la involución y pondría en peligro la democracia.

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