Dos partidos
Para los que nos movemos en el socorrido campo de la independencia, sin adscripción a ningún partido, los resultados de las elecciones del 15 de junio no pueden ser más estimulantes y esperanzadores. La primera conclusión es que en España no sólo se ha evaporado el franquismo, sino que, como una amarga pesadilla, nadie quiere recordarlo; que ni siquiera las voces que lo intenten evocar se puedan oír en las Cámaras.De las urnas han surgido dos poderosas fuerzas políticas que posiblemente constituirán el futuro, las dos muelas que, girando en sentidos opuestos, hayan de triturar toda la porquería que el país aún cobija. A la hora de la verdad, la presunta fragmentación de los españoles tras centenares de siglas se ha demostrado un engaño artificiado por aquellos que por derecho propio se creían los líderes del futuro. Dejando aparte algunos partidos que aun no habiendo alcanzado el 10 % sin duda mantendrán su entidad por su orgullo doctrinario, todos los demás poco tendrán que hacer si no se suman al movimiento del engranaje formado por una unión conservadora y un partido socialista, un poco a la inglesa.
Me atrevo a afirmar que esa práctica bipartidista puede ser la más adecuada para la regeneración política de nuestro pueblo. Creo que todos los observadores convendrán en que un neto triunfo socialista, dada la juventud, falta de cuadros y experiencia del partido, hubiera sido un desastre en estos momentos. Por el contrario, en el régimen de oposición a Suárez que se avecina, ese partido podrá desarrollar la musculatura necesaria para gobernar la nación dentro de un lustro. En cuanto al Partido Comunista, parece que no le queda más remedio que seguir por la menesterosa senda del eurocarril. Y así como todo el país celebra la defunción de la Democracia Cristiana y con ella la licencia absoluta respecto a una Iglesia que sólo le ha deparado disgustos, estoy seguro que acoge con euforia el raquitismo de esa Alianza Popular que brotó de un tronco definitivamente talado.
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