Ràfols Casamada
Algo hay, en las pinturas y dibujos de Ràfols Casamada, de aquella emoción universal que Mondrian asignaba al arte como vía de conocimiento. Lo uno y lo otro, y a partes iguales. Una emoción contenida y un acto puramente reflexivo constituyen, en efecto, el acontecimiento general de cualquiera de sus cuadros, terminado por emparentarlos, todo lo remotamente que se quiera, con los del padre del neoplasticismo, con los de Matisse, con los de Juan Gris...Si el choque inmediato de la contemplación trajo a mi memoria los nombres de estos tres colosos, me es de justicia manifestarlo públicamente, en el sentido, al menos, de su triple sugerencia material: una estructura que crece y decrece con medida, una ventana que se abre y entorna con meditado equilibrio, y un interior que se nos revela, punto por punto, desde su propia y bien calculada estantía. Y todo ello, a merced de una emoción tensa, por paulatinamente concentrada y apenas perceptible.No es difícil descubrir en la obra de Ráfols Casamada la latencia de la enseñanza cubista y constructivista, así como la experiencia matissiana del plano por el plano. Pero en un sentido antagónico. Si para sus predecesores el problema radicó en llenar el cuadro, las atenciones del buen pintor catalán se centran en despojarlo, en reducirlo a su esencial esqueleto. El esquema primario de sus composiciones opera, realmente, más por sustracción que por suma.
Ràfols Casamada
Galería Rayuéla Claudio Coello, 19.
Cargado de densa ambigüedad cognoscitiva, el resultado invita a la mudez y concluye en radiante abstracción. Ocurre, en efecto, que la estructura de que antes hablé dista mucho de serlo en sentido estricto; tampoco la ventana es ventana, ni el interior logra exceder la pura sugerencia.
Todo aquí es acontecimiento y ámbito, desplegado el uno y abierto el otro al conocimiento en general y al latido de una emoción concentrada, contenida, sin aspavientos ni excesos de lo estrictamente pictórico.
Babelia
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