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Entrevista:

Vargas Llosa, un consagrado que lee a los jóvenes autores españoles

En este viaje a España, Vargas Llosa coincide con la campaña electoral y con la Feria del Libro. Y algo tiene que ver con las dos cosas: Venía a concluir las negociaciones para la publicación de su última novela, La tía Julia y el escribidor, que tenía varios novios y al fin editará la Seix-Barral, y venía también, como presidente, a entrevistarse con los escritores miembros del PEN Club de España. Vargas Llosa ha hecho declaraciones políticas, sobre su país y el nuestro, pero en esta entrevista se ha hablado, sobre todo, de literatura.-Ahora la literatura latinoamericana es difícil de esquematizar: es un fenómeno tan diverso que hablar de una corriente sola es una simplificación. En términos generales, sí se puede establecer la diferencia entre la novela descriptiva, social y la de creación, más preocupada por los problemas de la forma, desde una perspectiva universal y con un mayor grado de conciencia artística, pero...

-¿Se ha acabado el boom?

-Lo que hubo fue una proliferación de obras muy importantes, muy ambiciosas. Ahora se está viviendo, de alguna manera, un receso. Los escritores ya no son novedad, y el público y la crítica se comporta de otra manera menos sorprendida. Yo diría que más severa. A mi juicio, este estancamiento es normal: los períodos literarios son más amplios que todo esto, y el que en cinco años no haya tanta producción y tan sorprendente como en los diez anteriores no significa que todo se acabe.

-La literatura latinoamericana ha sido importante para la nueva novela española -si la hay- y, eso ya no lo discute nadie. ¿Usted se encuentra en los nuevos escritores de la Península?

-Pues la verdad es que no. Quizá porque no hay mucha influencia, o porque no soy un buen catador...

-¿Pero usted lee a los novelistas de España?

-Sí. Yo he vivido varios años en España y ahora, desde Perú, sigo con mucho interés lo que va saliendo.

(Compruebo que es verdad. Hay algunos libros en la mesa del hall de su hotel, donde hablamos, de algún joven escritor. A partir de Fernández de Castro recuerda las tendencias anteriores, y los cambios que se van produciendo en los novísimos, por ejemplo. Uno por uno. Y como es raro en los consagrados bajar a la arena de los nuevos, que hay mucha vanidad entre los grandes, lo dejo escrito.)

-Veo, sin embargo -sigue diciendo Mario Vargas-, la presencia de Borges, de Cortázar, de García Márquez. Pero no la mía. Tampoco la encuentro en América latina. Pero eso de tener discípulos me sentaría raro: es una suerte de envejecimiento precoz.

«Lo que sí debe decirse es que la literatura latinoamericana ha tenido una influencia saludable en España. Ha contribuido a la emancipación del lenguaje literario, muy respetuoso hasta ahora de las formas tradicionales, que es muy importante. Lo mismo respecto al lenguaje oral, a las recreaciones literarias de la lengua de la calle. Y en las experiencias directas sobre el lenguaje, que a veces son paralizadoras, cuando la literatura se convierte en laboratorio de palabras, pero creo también que es la exacerbación de algo que estaba. (Más tarde, Marlo Vargas Llosa diría que ha visto en los jóvenes autores españoles una vuelta a la historia contada, aunque los medios son ya, irremediablemente, infinitamente más ricos.) Ese elemento imaginario, que ya es indudable en la literatura actual, obliga a revisar el orden de los relatos, a jugar con el tiempo, a jugar, o a ser consciente del punto de vista.

~De mí se ha dicho que soy tradicional, que mi novela lo es. Y es cierto: desde mi primer cuento, he cambiado poco: sigo escribiendo a partir de pautas y estímulos personales, hasta en las fabulaciones menos realistas. Sigo organizando mis historias en función de una historia, que para mí sigue siendo lo más importante. Contar historías es lo que me interesa. Nunca he creído que la novela fuera un fenómeno exclusivamente lingüístico, ni que pudiera subsistir la narrativa, privada de una historia que contar. Y si hay complejidad técnica en mi lenguaje está precisamente en función de hacer más persuasiva, más creíble, mejor expresada, mi historia cara al lector. La técnica del escritor es un medio de potenciar lo que cuenta.

En la base de todo lo que he escrito hay cuantas obsesiones he tenido. Estoy convencido de que he escrito unas cosas porque me han ocurrido otras. No es una autobiografía disimulada, pero hay siempre hechos y personas alojados en el subconsciente que se transforman en un ímpetu, ciertas frustraciones, algunas nostalgias, algo. Sin eso, no hubiera podido escribir. Por eso mantengo la existencia del elemento irracional en la literatura, hasta en la más realista y descriptiva. A la hora de seleccionar los temas siento que yo los elijo porque ellos me han elegido a mí.

La literatura es, pues, más que causa, efecto de experiencias. En cada autor, y en la literatura en general, respecto a la sociedad. Yo creo más en la literatura como testigo de una época, que en su pode de transformación a priori. Y no sólo lo que pasa, sino lo que debiera pasar, la dialéctica entre la realidad y el deseo. La novela no es un explicación del mundo, tampoco: en ese caso sería una rama de la sociología. Es algo más ambiguo y complejo, expresa algo que ninguna de las ciencias puede expresar.

-Pero influye en el modo de vivir de la gente, en que se hagan expresas, conscientes, ciertas costumbres...

-Paradójicamente, ese tipo de influencias son mayores en la literatura menos rica. Corín Tellado ha enseñado a amarse, a vivir a más gente que toda la novela; o los seriales radiofónicos. Si se midiera la literatura por su impacto, habría que cambiar muchos valores.

-Su última novela va por ese camino,¿no?

-El mundo de la radionovela me fascinó siempre. Y me intrigó, por su audiencia que incluye gente de todas las clases sociales, de todos los grupos... algo ofrecen, algo llenan esas historias sensibleras y truculentas. Mi novela, la primera que he escrito íntegramente en Perú, está basada en un personaje que conocí cuando trabajaba en la radio. Era el primer escritor full time que conocí, y sentí que esa dedicación era la que yo tenía que tener. Paradójicamente, sus radiodramas eran rudimentarios y tragicómicos. Se volvió loco. Lo notaron sus radioyentes, ante ciertas incongruencias. Siempre pensé que ahí había una novela. Al final ha salido algo compleja: metí la narración de un año de mi vida, intentando, con mi confesión, introducir distancias entre las historias que él cuenta, la historia suya y yo mismo, es decir, entre la ficción y la realidad, pero pronto se habían contaminado los dos planos: lo real, por ser escrito, ascendía a otros terrenos, y en el mundo de la ficción se iban filtrando elementos personales, vitales, que la rebasan.

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