Libertad para vascos y no vascos
Es coincidencia trágica que el número de muertos en la reciente huelga general de Euskadi coincida con el de los presos que, procesados en Burgos en 1970, tras ocho terribles años de cárcel, van a acogerse al triste privilegio del extrañamiento. ¿Va a ser ese, o uno parecido, el precio que tenga que pagar nuestro pueblo por cada preso que arranque de las cárceles? Si es así, si la voluntad mayoritaria del pueblo es que salgan (como los centenares de miles de huelguistas y manifestantes demuestran, a mi parecer). ¿cómo habría que interpretar las palabras del señor Suárez el pasado 3 de mayo, de que «nada puede impedir que si en el país quedan enemigos de nuestro entendimiento como pueblo vuelvan a hacer uso de la violencia»? ¿A quién habría que aplicar ahora estas palabras?, ¿al pueblo que pide la libertad de sus presos o a quienes se lo tratan de impedir?Después, preguntarme en qué argucia legal puede basarse esa discriminación entre vascos y no vascos. Hasta ahora las puertas de las cárceles se han ido abriendo, para los militantes, según el grado de los delitos cometidos. Hoy se ofrece el exilio, mal menor, a los vascos. ¿Es necesario entonces que el resto de los pueblos de España emprendan el camino de la huelga general y de los muertos en la calle, si queremos ver salir al casi centenar que permanecerán en ellas? Si es así, probablemente sea sólo cuestión de tiempo, como lo ha sido en Euskadi. Pero en todo caso convendría que fuéramos haciéndonos a la idea.
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