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La caída africana de Podgorni

La «liberación» del señor Podgorni ha venido a confirmar la gran revolución cultural iniciada en el Kremlin con el relevo del señor Khruschev: en la Unión Soviética ya se puede, definitivamente, perder el poder sin perder el pellejo. Por razones obvias, el señor Brejnev parece decidido a afianzar ese saludable principio.No obstante, subsiste aún un segundo elemento religioso en el aparato de recambio de la URSS: el misterio. Todo sigue produciéndose de pronto, como una revelación divina. Al Politburó le han bastado una docena de palabras para anunciar el retiro de Podgorni, que equivale, nada menos, que a la eliminación de la más importante institución post-stalinista: la conducción colectiva, la «troika». El Politburó pudo, perfectamente, ahorrarse esas palabras. Hace ya bastante tiempo que el señor Brejnev introdujo en el Kremlin un busto de Stalin, tal como se lo aconsejó el mariscal Grechtko, fallecido en mayo de 1976. En 1968, unos días después de la visita soviética a Praga, el comandante Igor Simoliov, que integraba algo así como un «buró» diplomático de Grechtko, me dijo en Berlín: «El camarada Stalin también amaba a su patria, y nosotros no lo olvidamos.» Simoliov no me explicó el significado del «nosotros», pero al final el bueno de Stalin, en el Kremlin -y más recientemente ( 1975- 1976) los artículos sobre la «gran Rusia histórica» en Estrella Roja, Órgano del ejército- me lo aclararon bastante, en parte.

El señor Brejnev, que hace unos meses se ha convertido en mariscal -además de darle otro mariscalato a uno de sus válidos de confianza, el ministro Ustinov- comprende muy bien, seguramente, el contenido de ese «nosotros». Para él se trata ahora, cuando ya no puede contar con su incondicional Grechtko, de fortalecerse y de fortalecer su partido. Curiosamente, las noticias más insistentes sobre el «precario» estado de salud del secretario general, han salido, en los dos últimos años, de las oficinas militares del Pacto de Varsovia, especialmente en la era de Yakubovsky, a quienes los oficiales soviéticos le dedicaron el verano pasado un apoteósico homenaje en todas las guarniciones ucranianas y del área del Pacto. Podgorni, técnico «apolítico» del partido, a quien en el Moscú de 1967 se solía llamar «el azucarero» (al parecer ha sido un gran especialista en centrales productoras de azúcar) solía prestar oídos un tanto complacientes a los generales. De ahí que a pesar de su paridad sólo nominal con Brejnev en la «troika» haya sido el único que, según Zorza y otros kremlinólogos, se haya permitido criticarlo abiertamente en las reuniones secretas del Politburó. Los expertos alemanes de Willy Brandt, que hoy se cuentan entre los mejores iniciados en la maraña soviética, aseguran que Podgorni fue el gran impulsor de la política africana de la URSS, puesta en marcha, precisamente, en sustitución de la trazada por Brejnev en Oriente Próximo y el mundo árabe (que le abortó Kissinger tras la guerra de octubre de 1973); una política africanista que respondía a los postulados nacionalistas y expansionistas del ejército soviético.

Conviene, pues, tener en cuenta dos hechos muy singulares que precedieron, en cuestión de días, a la «liberación» de Podgorni: la larga visita que el actual liberado hizo al Africa negra, inmediatamente seguida de la invasión katangueña a Shaba (Zaire), y el fracaso fulminante de esa operación. Por esos días (principios de abril), mientras Podgorni aún andaba por Africa, Fidel Castro fue llamado a Moscú, y después de una conversación «clarificadora» con el señor Brejnev, las tropas cubanas estacionadas en Angola no intervinieron en Shaba, cuando todo el mundo esperaba lo contrario. Al mismo tiempo, Brejnev habló con Arafat y en seguida volvieron a oírse disparos en Beirut. Finalmente, BreJnev apresuró la reforma de la Constitución, por la cual el secretario del partido -es decir, el propio Brejnev- será el que centralice la suma jurídica del poder soviético, incluida la jefatura del Estado, con la presidencia del presidium a la cabeza, detentada hasta ahora por Podgorni, y clave legal o vía posible de infiltración, frente al inmenso aparato del partido, de cualquier intentona militar contra el secretariado.

Esta es, naturalmente, una explicación plausible de lo inexplicable. En real¡dad, es muy posible que el señor Brejnev y los quince miembros del Politburó, más los seis suplentes, se sintieran de pronto, iluminados, la semana pasada, respecto de Podgorni; acaso ninguno de ellos pueda entender aún realmente la causa de su «liberación»; quizá actuaron, simplemente, por mandato de la Historia, que es lo mismo que actuar por mandato de Dios. Lo que el cartesiano Occidente no comprende es que ni Hegel, ni Marx, ni Lukacs, ni siquiera Marcuse o el señor Duverger, pueden competir en la URSS con el Espíritu Santo.

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