Los victorinos, aún
Cuarenta y ocho horas después, aún sigue viva la polémica sobre la corrida de los victorinos. Y aún no se ha apagado la perplejidad de ese medio Madrid que quiso y no pudo asistir a la corrida, por la inhibición de las figuras que eran base del cartel. ¿Cómo es posible -se pregunta ese medio Madrid- que con la millonada que cobraron, con la expectación sin precedentes que había, con la fama que a sus espaldas llevan, no llegaran ni siquiera a taparse un poco, por muchas dificultades que presentaran los toros? Como consecuencia de esa actitud antitorera, la corrida de la expectación se convirtió en un fraude.Mas, si no hubo vergüenza torera en Camino y El Viti, pudo ser por la realidad cruda de que no tienen recursos para dominar al toro con los problemas que son inherentes a esa condición de toro. El aspecto del festejo que permanece en polémica apasionada es si los victorinos se podían torear. Nuestra opinión -ya adelantada en la crónica correspondiente- es que si se podían torear (a los tres últimos nos referimos), siempre en el supuesto de que los diestros les hubiesen presentado pelea, en el terreno adecuado, previa lidia cabal y desde el primer pase. ¿Para dar naturales y derechazos? Eso ya se vería. Una faena nunca debe ser preconcebida y la tauromaquia tiene un rico repertorio de suertes, aplicable a cada condición y a cada estado de la res. Los que fueron maestros en su oficio sabían instrumentarlas. Camino y El Viti, no, y su ciencia la aplicaron a machetear por la cara, a retirar los engaños, en definitiva, a descomponer a los toros, los cuales, pues tenían casta y desarrollaban sentido, acabaron imposibles. Mansearon casi todos los victorinos, esto es muy cierto, pero quien los vio marrajos podría compararlos con el perezangoso del martes, que ese sí era para acabar con un torero y, sin embargo, Roberto Domínguez batalló con él hecho un tío.
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