Por qué no me presento a las elecciones
Anuncié públicamente. al retirarme del Partido Popular y del entonces llamado Centro Democrático, mi propósito de no concurrir como candidato a las próximas elecciones generales. Desde aquella fecha tuve generosos ofrecimientos para encabezar diversas candidaturas. Después me ratifiqué en la decisión negativa tomada antes que nada tiene que ver con mi presencia en la política activa en la que sigo como ciudadano español, que aspira a participar con su responsabilidad en la elaboración del porvenir.Pienso que aclarada y sedimentada la algarabía de las diversas candidaturas electorales, no hay motivo ya para guardar silencio. Hay muchos amigos míos y seguidores que tienen derecho a saber lo que motivó mi alejamiento de esta contienda y a ellos y a su confianza me debo.
Mi punto de vista es que el proceso de transición política hay que terminarlo de un modo definitivo rápidamente. Y que la crisis de Estado en que nos hallamos no puede consistir en ir tirando con las instituciones políticas del pasado que se desmoronan solas por su anacronismo absolutamente ajeno a las fuerzas sociales y políticas del país actual. Por ello, propugné que las Cortes fueran declaradas Constituyentes y que la elaboración de una nueva constitución democrática se convirtiera en la tarea prioritaria del Parlamento próximo. De esa manera, la Monarquía se volvería constitucional, que es la forma que revisten, sin excepción, las otras siete monarquías que existen en la Europa occidental.
Para que unas elecciones tuvieran la mayor sinceridad posible, después de cuarenta años de mando personal, había que dejar que las corrientes de opinión existentes en nuestra comunidad se manifestaran con el máximo de libertades democráticas en ejercicio. ¿Cuáles son esas tendencias predominantes en la España actual? No lo sabemos con exactitud, a pesar de los dudosos muestreos realizados en los que un alto porcentaje de eventuales votantes se halla indeciso y probablemente desinformado y desorientado. El grado de conciencia política de la masa es en general, muy reducido todavía. Pero cabe suponer, sin forzar demasiado el argumento que a un tipo de estructura social económica y cultural de colectividad como la de la España de hoy, corresponde un flujo de tendencias determinado que existe en otros países europeos de parecido desarrollo industrial al nuestro. Y esa Europa, electoralmente hablando, tiene un espectro en el que predominan las fuerzas que van desde el conservatismo, pasando por los liberales, a la democracia cristiana. la socialdemocracia, el socialismo y los partidos comunistas.
Todos esos grupos no sólo aceptan plenariamente las premisas del sufragio universal, la pluralidad política y sindical, las libertades democráticas y la libre alternativa de acceso al poder por la vía legal, sino que su mutua coexistencia forma parte indispensable del sistema. No se concibe que un grupo tenga inscrito en su programa la eliminación de otro o que un Gobierno trate de impedir la formación de una coalición electoral por el libre pacto de unas fuerzas que traten de integrarla, de abajo arriba, imponiendo en cambio los límites el contenido, y los integrantes de modo autoritario, es decir, de arriba abajo, convirtiendo en acción tutelar lo que debiera brotar como resultado de una voluntad ciudadana.
En otras palabras, entiendo que el planteamiento electoral que finalmente ha hecho el Gobierno, tomando parte directa y activa en la confección de candidaturas y en la imposición o veto de determinados nombres, ha desfigurado el originario espectro de las fuerzas llamadas de centro que eran las que asumían la misión histórica de testimoniar desde la derecha democrática el propósito de poner fin al viejo régimen y a su dialéctica totalitaria basada en el mantenimiento de los bandos enfrentados en la guerra civil.
Políticamente ese centro, espontáneamente surgido de las nuevas capas sociales de la comunidad española, hubiera formado, con la Democracia Cristiana y el Partido Socialista. la base fundamental del cambio hacia el sistema democrático, correspondiendo con ello a la relación de fuerzas que en los países de la Europa occidental existe desde hace más de treinta años.
Se ha tomado desde el poder un camino enteramente diferente. En vez de dejar que las fuerzas democráticas del centro se organicen y crezcan rápidamente hasta donde las apremiantes circunstancias electorales lo permitieran. se paralizaron sus trabajos y su propaganda; se hibernaron sus actos públicos: se ejercieron presiones directas e indirectas desde las más altas instancias ejecutivas para que yo mismo abandonara la tarea y se preparó en el desarbolado navío una plataforma de aterrizaje para que en ella se instalara quien detenta el poder, convirtiendo así la operación en un acto oficial con toda la carga de ventajas, privilegios, beneficios, medios, apoyos y presiones que en un país de las circunstancias del nuestro suponen las candidaturas de Gobierno en el terreno de la llamada igualdad de oportunidades.
El planteamiento dialéctico de esta participación activa y excluyente del poder no ofrece tampoco lugar a dudas. Con el pretexto de hacer frente a una opción más conservadora del antiguo sistema autoritario, el propósito es bien claro: lograr la legitimación democrática del franquismo con una mayoría en Cortes que permita la continuidad en el mando de la vieja clase dirigente. Vieja no quiere decir evidentemente, de avanzada edad biológica, porque su disfrute del poder empezó en plena bisoñez. Pero quizá lo más importante es la sutileza del propósito en orden al espacio que se ofrece a las fuerzas democráticas no comprometidas en la operación de subirse al autobús del Gobierno que anuncia el trayecto «Moncloa-Cortes», con escaño asegurado a los poseedores de billete.
La Democracia Cristiana del «Equipo» ha sido abandonada a su suerte con la esperanza de que no obtenga sino un magro resultado electoral, por falta de tiempo y de medios, frente a un oficialismo ahíto de recursos. El socialismo del PSOE es objeto de toda clase de maniobras esterilizantes y divisivas, mientras que el anatema de «marxista» se aplica con santo horror a sus hombres y a su contenido, cuyos colegas en Europa se llaman Helmut Schmidt, Willy Brandt, Callaghan, Kreisky, Mitterrand. Palme o Mario Soares. Pero de esa opción no se quiere saber nada. Aquí lo importante es hablar del PC.
El PC cuya adaptación a las circunstancias ha llegado a extremos pintorescos, es un tema deliberadamente utilizado por el Poder, en forma insistente, como si la disputa electoral próxima fuera a tener. en la izquierda. ese único peligroso contrincante. Pero tal planteamiento es enteramente falso. No hay ningún grupo político medianamente informado que no sepa que los porcentajes de voto comunista serían. en cualquier caso, reducidos y el propio PC lo sabe y lo dice. Pero al Poder te conviene agitar ese fantasma ante la desinformada opinión pública porque esa alternativa no lo es en la realidad social de nuestro país por una imposibilidad evidente en la que entran muchos factores que no es necesario enumerar.
La izquierda, pues empieza -en el pensamiento de la dialéctica -gubernamental- en el PC. Las opciones son en esa hipótesis bien claras: o se vota a la derecha conservadora. o se vota al Gobierno. que es a un tiempo centro, liberal, socialdemócrata. democristiano... y también la otra ala del franquismo. O se vota al PC. Y el Gobierno es el Occidente y es Europa, como lo han demostrado los viajes y las visitas de notables a Madrid.
¿Europa? El Occidente. al que pertenecemos. es precisamente en el orden político todo lo que no es ese planteamiento. Una derecha conservadora que quiere legitimar democráticamente una continuidad para mantener en el Poder y en el mando económico del Estado a la misma clase política es una operación que se intentó ya alguna vez en los últimos años. en la vecina República portuguesa a través del profesor Caetano. Su fracaso motivó la revolución de abril. con todas sus consecuencias. Ninguno de los partidos de la derecha europea democrática, admitirían un planteamiento simplista de esta naturaleza porque impediría el funcionamiento del propio sistema global en el que se hallan incluidos.
El PC tampoco es en Europa la izquierda exclusiva contra la que se lucha, salvo en Italia, en que su poderío electoral es importante. Pero quien le ha hecho frente y vencido durante un cuarto de siglo no ha sido el fascismo, ni los «misinos», sino la democracia cristiana más auténtica de todo el Occidente. El caso de Francia con su programa común de la izquierda tiene connotaciones específicas.
En los demás países de la Europa occidental lo que alterna en el Poder es el socialismo y la socialdemocracia con sus diversos matices: la democracia cristiana, los liberales y la derecha democrática. Esas son las fuerzas políticas que predominan en el espectro más activo de las contiendas electorales. Y las que dominarán en su día en el Parlamento europeo elegido por el sufragio universal. Suponer que en la novena potencia industrial del mundo -que somos nosotros- las relaciones de las diversas corrientes de opinión no hayan de ser, en su conjunto, parecidas o semejantes es tratar de vivir en la utopía.
Ningún problema, de los muy graves que tiene planteados nuestro país, podrá encararse con criterio realista para buscar soluciones sin que aparezcan las fuerzas políticas reales que han de construir la democracia y que se hallan latentes y presentes en la sociedad española de fines de los años 70. Ignorar este hecho es llevar la situación a un callejón sin salida. Porque en todo caso, el proceso de evolución es irreversible y el ámbito de libertad crítica y de movilización sicológica de las masas es imparable. El triunfalismo de los números aplastantes. de las televisiones atronadoras y de la fatuidad publicitaria es cada vez menos efectivo y más contestado. Y de no haber cauces auténticos, puede haber inundaciones sociales de largo y peligroso alcance.
Tal es mi opinión y pronóstico: elecciones manejadas desde el Poder y Cortes difícilmente gobernables para superar la crisis de Estado. Situación económica límite a partir de junio. Y ausencia de consenso negociado para hacer frente a los grandes tenias pendientes. Mi conciencia me dice que después de las coacciones ejercidas para expulsarme de la vida política -repitiendo el intento de 1969- no debo entrar en la gigantesca operación que se prepara para legitimar parlamentariamente el franquismo, cerrando el camino a la democracia. Con el PRI o el caetanismo, no es posible salir de la crisis del Estado, ni de Ia crisis económico-social. Aunque se trate de manipular una opinión, arrasada en su conciencia cívica por la dictadura, por la televisión y los gobernadores civiles, el presupuesto del Estado y la oferta de prebendas.
Me quedo voluntariamente fuera de este electoralismo trucado que se hace mal y deprisa, y sin libertades demócráticas efectivas, porque el resultado final será un Parlamento inviable. Desde la sociedad política, cada día más abierta y más consciente y con menos miedo, hay que dirigir y organizar la gran tarea de coordinar las fuerzas democráticas de España en un empeño decisivo, final e irreversible, capaz de dar soluciones realistas y en profundidad a las cuestiones que tiene planteadas el ciudadano español en términos directos, cotidianos y apremiantes.
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