Urculo
Para apostar, hoy por hoy, por una figuración de corte realista es preciso haber vivido en la inopia, haberse adherido, astutamente y a su debido tiempo, a la moda hiperrealista o ser un pintor de obsesiones y llevarlas a término con impudicia. Eduardo Urculo es sin duda un claro exponente del tercer género citado. Su fijación en lo sensual, el tema de la carne, sus pasiones, conlleva íntimamente dos nociones: la de apetito y la de desenfreno. La esfera de lo erótico en la que la razón deja paso al instinto, codicia imágenes que concretan, hasta engendrar nuestra inquietud, su objeto específico, esto es, la carne como materia indiferenciada, el cuerpo que en su mera substancialídad borra al sujeto. Esta imagen, supuestamente fiel como visión y engaño de la materia carnal, despierta a la acción en una equívoca multiformidad. El deseo de posesión es competencia del tacto que quiere de morbideces sean estas las del muslo, el almohadón o la sedería; mas quiere también, en su ciego camino, apropiarse el objeto, incorporarlo a sí deglutirlo. De este modo, la carne es indiferentemente la de la mejor mujer o la de la vaca, cuyas ubres dan alimento, cuyo sexo semeja la herida que la convertirá a ella misma en objeto culinario, en un festejo semejante al combate amoroso. Lo que se desea, en definitiva, es siempre animal. Y este deseo, si se le presta oídos, carece de todo freno. Así también, el pintor que escoge esta vía, se ve abocado al exceso. Tal apuesta, como la daliniana, se efectúa sobre un alto riesgo, sin cálculo ni administración posibles. La obra de Urculo no admite los términos medios. No hay lugar aquí para el buen gusto, pues éste pretende siempre asentarse en el estable equilibrio de un mundo apolíneo. La despreocupación que lo obsesivo provoca sitúa necesariamente las imágenes en un punto límite, en el cual el espectador se prendará del fantasma que lo embarca en un juego ambiguo o, caso de que el artista haya cargado la suerte en demasía, se negará a reconocerse en un acontecer situado más allá del umbral donde su economía libidinal lo confina.Ha tornado Urculo sus distancias respecto a los «ismos» usuales, elaborando un lenguaje autónomo que no teme al desprecio de la crítica ortodoxa, pues reclama par sí otros peligros. Pretender aprisionar en la superficie del lienzo la visión fugaz del deseo es empresa vana, y Urculo lo sabe.
Urculo
Galería Multitud. Claudio Coello, 17, duplicado.
Babelia
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