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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

China o el paraíso

De Juan, Marcela:La China que ayer viví y la China que hoy entreví.

Luis de Caralt, Editor.

Barcelona, 1977. 254 págs.

Nadie va a descubrir ahora que Marcela de Juan, hija de chino y belga, traductora de Mao y muchos más, intérprete segura y mujer de mundo, sabe sobre China todo o casi todo. Por ahí anda su obra, desperdigada en antologías poéticas, traducciones cuidadosas y artículos periodísticos. Ser «eurasiana» (mestiza de chino y europea) tiene también sus ventajas. La más importante de ellas, cabalgar culturalmente sobre dos mundos casi antagónicos, y ver desde lejos las «maravillosas nubes» de una cultura secular, en el extremo oriente o en el extremo occidente.

Este libro-memoria de Marcela de Juan no pretende, desde luego, dar cuenta del enorme caudal cultural de uno u otro extremo. No pretende, tampoco, narrar hechos extraordinarios o guerras terribles. Tiene una vocación mucho más modesta y seguramente, mucho menos trascendente. Marcela de Juan cuenta su vida a la pata la llana, relacionándola con su país de Origen, China.

Marcela cuenta su infancia en Madrid, las relaciones de sus padres, el largo viaje hasta el imperio, su adolescencia y juventud en Pekín, la república, los «señores de la guerra», los bailes, las embajadas, Mao Tse-tung en el despacho de su padre, su hermana coronel de aviación, y mil peripecias más. Se trata, como digo, de un fresco oriental, que no pretende ocultar cierto aire inocente. Marcela de Juan describe el Pekín de aquel tiempo con un raro encanto y una rara habilidad: el lector puede terminar el libro sin darse cuenta de que esta visión exquisita es sólo -y nada menos- fragmentaria. Porque esta China de confitería, de bailes diplomáticos, comidas. espléndidas, cónsules enamoradizos, cónsules complacientes y sumisos, generales insólitos (aunque sanguinarios) y antigüedades a buen precio, tiene poco que ver con la otra China, terrorífica y agonizante, a la que nos hemos habituado gracias a la literatura al uso. Entre ambas no existen muchas semejanzas. Dijérase que Marcela de Juan ha vivido su adolescencia y juventud en un paraíso inventado, sin duda bello y perdurable, pero tan lejano... Lo que no significa que este paraíso deje de ser divertido o que parezca de mentirijillas. Significa, simplemente, que no era «un paraíso para todos».

En contrapartida, me extraña la segunda parte del libro porque -esta vez sí- coincide con la literatura al uso sobre la China revolucionaria. De nuevo Marcela de Juan repite en esta «China entrevista» las referencias paradisíacas, como han hecho en los últimos años los mil y uno viajeros apresurados que, invitados o no por la dictadura maoista, pasearon por los vergeles colectivistas, por las comunas populares y por otros maravillosos parajes. Con una diferencia: que la señora De Juan habla chino y conocía con anterioridad lo que era China. Los viajeros y apresurados autores que tanta vaciedad han derramado (¿en balde?) si acaso hablan inglés. Marcela de Juan tiene la honestidad de indicar en esos capítulos que su visita a la China revolucionaria fue breve y turística. Hay que agradecerle que cite un largo párrafo del admirado Simon Leys sobre la destrucción de los monumentos pekineses durante la revolución cultural (o proletaria). Tal, vez sería más gratificante que algunas de las críticas rotundas de Leys se aplicaran en esta descripción a vuelapluma.

Entre el paraíso feudal y teocrático de la China imperial, recreado por la pluma añorante de la autora, y este paraíso uniforme de la revolución maoísta, median muchos años. Pero es reconfortante pensar que la autora, tras esta larga marcha mantiene enhiestas las banderas de la reconciliación.

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