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La obra cinematográfica de Ferrater Mora

Ángel S. Harguindey

José Ferrater Mora, filósofo español con residencia en Estados Unidos, autor de varias obras de su especialidad, entre las que destaca su mastodóntico Diccionario de Filosofía, del que en el próximo año aparecerá en España su séptima versión -corregida y ampliada-, con una consistencia formal de tres volúmenes de 1.500 páginas cada uno, realiza filmes desde hace seis años con una constancia infrecuente y encomiable.The heartache and the thousand natural shocks, cuya traducción podría ser La congoja y los mil naturales conflictos, proyectada el pasado lunes en la Fundación Juan March, es, por el momento, su última producción. Quizá el primer dato destacable de las películas de Ferrater sea el mero hecho de su existencia. Los representantes de la «intelligentsia» europea han tenido a bien menospreciar el fenómeno cinematográfico y en la mayor parte de los casos -de los que hay honrosas y escasísimas excepciones- por la prosaica razón de ignorar lo que se desconoce. Ferrater no sólo es un apasionado espectador desde su infancia, sino que escribe, filma, monta y sonoriza personalmente cada una de las películas de su ya notable filmografía.

La película que se exhibió el pasado lunes, de cincuenta minutos de duración, entronca con la, a nuestro juicio, mejor obra cinematográfica suya: La vida cotidiana, cuyo enunciado da ya una pista sobre por dónde van los tiros. Independientemente del tema que trata en cada uno de sus filmes -que pueden ser agrupados en ficción y no-ficción- las obras de Ferrater poseen un valor etnológico destacado. Si en De vuelta al pelotón de ejecución se reflexionaba sobre la acción política de los grupos gauchistas en la Universidad, en La congoja... la reflexión principal es sobre la cotidianeidad universitaria. Es decir, las películas de Férrater servirán sin duda en el futuro para conocer más y mejor la sociedad norteamericana de la segunda mitad del siglo XX.

Las películas de no ficción, «documentales impresionistas», como las califica el propio autor, son impresiones personales de algunas de las ciudades o países que visita con frecuencia periódica: Andraxt (Mallorca) o Venecia, y al contemplarlas en un hipotético ciclo en el que se incluirían sus filmes de no ficción, el espectador podría contemplar las diferencias mínimas que separan la «realidad» de lo imaginado. Quizá en el caso de Ferrater es más claro, puesto que en los dos casos se muestran los hechos con una perspectiva visual, con un concepto estético muy similar. Entre la descripción de un pequeño pueblo campesino de Mallorca, con sus costumbres y oficios, y la narración de una historia en la que una joven intenta suicidarse por aburrimiento, las diferencias apenas se notan: en los dos casos su autor nos muestra la vida cotidiana.

Sólo aquellos que se interesan por el cine de una manera fiel serán capaces de valorar el esfuerzo y el valor de las películas «amateurs» de Ferrater, en donde la técnica alcanza un grado de profesionalismo más que estimable. Y sólo aquellos que en alguna ocasión se decidieron a rodar algo podrán valorar en su justa medida lo que supone filmar historias de una hora de duración con actores que son amigos, con ayudantes que no persiguen otro fin que el colaborar en la obra, y con la, en ocasiones, cruel dependencia de los laboratorios standard.

Ferrater muestra y demuestra una vitalidad multidireccional absolutamente envidiable y, a nuestro juicio, rayana en la grosería por lo que de imposible ejemplo conlleva.

El interés de Ferrater por el cine queda suficientemente demostrado con la siguiente anécdota: durante el curso académico presente, 1976-1977, abandonó temporalmente la docencia en el Bryn Mawr College al obtener una beca de la Fundación Juan March para escribir su, al parecer, último libro específicamente filosófico, trabajo que alternó con los últimos retoques a la nueva versión de su Diccionario de Filosofía. Pues bien, pese a lo absorvente de ambos trabajos, encontró el tiempo suficiente -las semanas y meses precisospara poder realizar La congoja... Las obras cinematográficas del filósofo español podrán gustar o no, pero en cualquier caso, manifiestan su pasión por uno de los fenómenos comunicativos clave del presente siglo.

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