André Masson
El que le guste la historia anecdótica, el murmullo que rodea a la pintura, reducirá a Masson a su propia mitología, a su memoria tantas veces cultivada: Gris, Artaud, Bataille, la rue Blomet, Acéphale, el Minotauro, la Mantis religiosa, el Oriente. Quién prefiera el entendimiento lineal del acontecer cultural, se limitará a colocar a Masson entre los contradictorios ingredientes de la cadena que une al surrealismo a la abstracción americana. Por último, si de lo que se trata es tan solo de sacar provecho de reliquias, baste con espolvorear un poco de eso y aquello: el cliente local no va en busca de tanto arropamiento.Lástima que esto último quede tan claro a la vista de la muestra que comentamos. Porque si es verdad, como un amigo me lo recuerda por carta de reproches, que la pintura sólo se cuenta a sí misma, también lo es que ese cuento opera más o menos bien según lo propicio del ámbito en que se sitúe. Del taller al mausoleo, hay un buen trecho, y lo menos que se le puede pedir a la tentación musical del segundo, es un acoplo de datos en consonancia con su voluntad de hacer historia. Mostrar a Masson sin fechas, como aquí se hace, es exponerse a ocultar, a tachar, buena parte de los entrecruzamientos y los procesos simbólicos que en su obra se suceden. No pedimos ese orden cronológico compulsivo que para sus remozamientos museísticos quería un antiguo director general. Pero esa pequeña indicación que es la fecha, nunca viene mal. Y no digamos los títulos, incluidos tan solo algunos en el catálogo, y con notables errores de transcripción. Butor demostró a lo largo de todo un libro (Las palabras en la pintura) hasta qué punto «nuestra experiencia de la pintura comporta una parte verbal». En el caso Masson, no en vano una superficie negra abierta por trazos blancos luminosos se titula Actores chinos, o un cuerpo clásico de hombre sin cabeza, Imperator.
André Masson
Galería Nonell. Paseo del Pintor Rosales, 18.
Al margen de estas prevenciones iniciales, y de las que es ineludible hablar, qué duda cabe de que la muestra es apetecible de ver. Junto a dibujos antiguos, como esos Arboles tan poscubistas aún de 1933, uno reciente tan espléndido como ese Esqueleto iconográficamente cercano al Acéphale con la cabeza en el lugar del sexo. Junto a una litografía de Mantis religiosa, motivo que aparece en sus obras catalanas y que luego desarrollará para Roger Caillois, un tema de la mitología clásica o de las cruzadas. Comprobamos en la muestra la persistencia de algunas constantes. Curiosamente, a pesar de su aludido papel en el tránsito a la abstracción americana, a la action painting, Masson es pintor de motivos figurativos. Se le ha acusado a menudo de literario, y la polémica no está zanjada a pesar de lo que el pintor aduzca a su favor. Que una dualidad entre la abstracción y el motivo, el construir y el destruir, sean fundamentos de un sentido muy suyo de la pintura, no quita para que ésta a menudo caiga en el academicismo más evidente. El problema está en su excesiva carga tradicional, su facilidad extrema. Mientras en los dibujos, desde los más automáticos que publicaba en La Révolution Surréaliste, hasta los recientes como el aludido Esqueleto, Masson mantiene esa carga gestual (el movimiento de la muñeca de que hablaba Shi-Tao) que le acerca a un Pollock, en la pintura se pierde más en la tramoya, en coloridos muchas veces chillones, como los pasteles aquí expuestos. Claro que no vamos a juzgarlo, a estas alturas, sobre claves de buen gusto; pero desgraciadamente, si recordamos sus obras más gestuales, o incluso sus cuadros de arenas de finales de los anos veinte, el Masson más mitológico y más perdido en sus cromatismos pompier nos resulta un tanto penoso. Dentro de un orden, claro.
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