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Tribuna:LIGERA
Tribuna
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La música de la ciudad

Existen, ya es sabido, múltiples formas musicales que responden a distintos intereses o momentos sociales, políticos e incluso geográficos. Pero ¿existe una música propia de la ciudad?La primera cuestión a preguntarse, sería tal vez el entorno en que se mueven los jóvenes urbanos. Los olores: el acre del humo, del Metro, de las grandes masificaciones humanas, algo desagradable, pero constante, siempre actual. Los colores: las mil y una formas violentas del coche que apenas se dibuja al pasar para dejar su lugar a otro. Los miles de anuncios multiformes y coloreados, cambiantes, que reclaman ásperamente una atención inmediata. Sentimos el choque de cuerpos que no se conocen, mareas humanas que se embisten con prisa, agobiadas por un tiempo que nunca llega. Todos somos zarandeados sin piedad por una masa de la que formamos parte. Gustamos los vapores del petróleo, el de los cigarrillos que se fuman a docenas, el de las comidas aprisa y corriendo para volver al trabajo, el de un agua que sabe a cloro para que podamos beberla y, bebiéndola, sobre viviren la gran ciudad. Y oímos ruidos constantes, frenazos, choques, chirridos, gritos, sirenas tuberias de agua en la noche motores que nunca acaban de explotar... Una inmensa cantidad de impulsos discordantes y, sin embargo, masificadores. Los colores ocultan el gris del cemento; los ruidos, un murmullo que no cesa; los olores, la falta de otros que recordamos como pertenecientes a ese ente vago y apenas intuido que llamamos naturaleza.

El joven de la ciudad discurre penosamente entre esos impulsos, arrojado en su tiempo libre a discotecas, billares o a la violencia que emana de una televisión o de una película. No hay ningún sitio donde pueda desarrollarse de forma autónoma, espontánea, propia.

Bajo esos presupuestos, ¿qué tipo de música puede emanar de una megápolis? ¿Cómo van a manifestarse una serie casi interminable de represiones y de neurosis? El rock recoge los sonidos de la ciudad, amplificándo nidos de la ciudad amplificándolos. El joven que lo realiza o lo escucha busca a través de él su forma de gratificación explosiva, inmediata, alejada de todo culturalismo, de toda trascendencia. Es la descarga- de adrenalina, el bestialismo, el feísmo que supere mediante la exageración cuanto se debe absorber y soportar en cualquier esquina de cualquier calle. Las guitarras a todo volumen, el ritmo frenético, las luces cegadoras, los textos apenas escupidos no son gratuitos; representan musicalmente un viaje por la Gran Vía. De aquí parten los productos almibarados e irrelevantes que el tinglado comercial lanza para su consumo, pero sólo son parodias; lo real se encuentra más abajo.

El rock en su estado puro no suele transmitir sentimientos apacibles, sino destructivos. Más que anarquismo contiene el nihilismo propio de toda explosión violenta en sus ejecutantes (mientras no son integrados como un producto más), lo único palpable es el rechazo.

Toda otra ideología aparece como difuminada, como algo poco coherente pero especialmente molesto. Puede argumentarse. que el rock es una forma más de dominación cultural anglosajona, que ha sido copiada miméticamente entre nosotros. Pero no; esta música nació antes en América porque allí se dieron las condiciones en primer lugar. Otros países se fueron incorporando a medida que también en ellos se fueron generando los sentimientos que le dieron forma. No hay más que darse una vuelta por los barrios de Madrid para palpar lo que se está cociendo; no hace falta más que escuchar un concierto de los grupos más representativos (Coz, Asfalto, Ñu, Burning, Ramoncín y WC) para, darse cuenta de que sus nombres no son un capricho, de que lo que está atronando nuestros oídos tiene mucho más sentido social y cultural que el de un simple divertimiento.

Tal vez el rock sea la expresión estética más lúcida y descarnada de la vida en la ciudad. Tal vez por ello nos neguemos a considerarlo un arte. Y es que mientras en pintura el pop art y el hiperrealismo nos plantó cara a cara con la realidad en que vivimos, la música llamada seria se ha ido convirtiendo en la mayoría de los casos en algo ajeno, que llegará a la mayoría sólo a través del filtro de una minoría consciente. Rechazar el rock es huir, no enfrentarnos con cuanto nos rodea, pero es inútil, mientras exista la gran ciudad, seguirán escuchándose sus sonidos.

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