El terror cotidiano
Patino nos obliga a cuestionarnos, una vez más, sobre las etiquetas aprendidas y las fórmulas tranquilizadoras, al ofrecernos este filme angustioso e insorportable para conciencias exquisitas que es Queridísimos verdugos. Todos los problemas irresolubles sobre los límites de la representación cinematográfica de la realidad, las fronteras entre cine testimonio y cine ficción, argumento y vida, vuelven a inquietarnos, porque, en el fondo, no estamos seguros de casi nada, y en cine de muchas menos cosas que en la vida, incluso. Los verdugos profesionales de esta historia terrorífica se cuentan, nos cuentan sus impresiones, transparentan su ideología, frustraciones y ansias ocultas. Estos seres humanos obligados a cumplir una misión espantosa que no parece molestarles demasiado, son un retrato deformante de cualquiera de nosotros, pacíficos aficionados incompetentes, a pensar y buscar explicaciones racionales a las cosas. El sentido de la vida humana, la pena de muerte y el tinglado jurídico-moral que la soporta llenan, también, la duración de esta obra espléndida, verdadera excepción en el panorama general de este cine de nuestros pecados, auténtico lujo desde el sistema de producción -por libre, sin venias administrativas, censuras ni plácemes oficiales- hasta el tema, insólito, nada comercial, inhabitual e incómodo, sin un centímetro de piel desnuda, feo y con la costra moral y estética de una España miserable que no ha desaparecido por mucho que nos empeñemos en fingir que no existe.Patino es un hombre de cine que parece haber encontrado su auténtico camino profesional -aunque no forme parte del mundillo industrial al uso- después del brutal parón, sufrido por sus Canciones para después de una guerra. Con esa tranquila obstinación propia de los seres pacíficos y serenos, se ha dedicado a hacer el cine que le gusta, rehusando tentaciones fáciles y trampas sucias. Su trayectoria puede discutirse, pero debe ser defendida y aplaudida con entusiasmo; porque representa un cine vivo, manantial de ideas y reflexiones inteligentes en un país que todavía sigue desconfiando de la lucidez. Queridísimos verdugos nos trae, también, el habla popular, recogida con la fidelidad del registro directo del sonido, el acento de un pueblo oprimido que llega, casi por primera vez, al oído del espectador, acostumbrado a unas palabras falsas y fabricadas en el silencio de las salas de doblaje. La muerte es el centro pavoroso de esta historia real y nada inventada que tiene una garra estremecedora, superior a cualquier dramatización al uso. El término documental -la excusa oficial utilizada por el responsable del Festival de Cannes para no aceptar esta obra en competición oficial- se queda corto para designar a esta creación única, cuya estructura podría haber sido aligerada, quizá, con episodios más o menos justificables, pero cuya totalidad, transposición modélica de un ensayo ético sobre nuestra responsabilidad colectiva, sin coletillas, ni mensajes moralistas, se ofrece con la tranquila evidencia de las cosas necesarias.
Qeridísimos verdugos (Garrote vil)
Producida por Turner Films. Escrita y dirigida por Basilio Martín Patino. Director de producción: José María González Sinde. Director de fotografía: Alfredo Fernández Mayo. Estrenada en el Pompeya.
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