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Los géneros cambiados

Probablemenmte en vista de que los cafés-teatro y cabarets desdeñan el género que los nombra y tratan de hacer, pura y simplemente, teatro, rehuyendo cualquier posibilidad de ensayo o experimentación, tratan algunos de nuestros teatros de dar acogida al cabaret. La cosa está rondando lo ridículo. Y los resultados empiezan, también, a ser tan raros como la descolocación de los géneros.Con un gran show personal triunfa rotundamente una actriz en un escenario y continúa. Triunfa la segunda y se retira. El tercero y cuarto espectáculos unipersonales se van rápidamente al diablo. Y el Muñoz Seca alza el quinto. La actriz, Natalia Silva, inteligente, capaz y versátil, lleva tiempo al frente del local luchando por encontrarle una definición. El autor, Juan Antonio Castro, es un excelente escritor y un buen dramaturgo. ¿Qué le falta, entonces, o que le sobra, a Nata batida, que está bien y solo satisface a medias?

Seguramente algo que sólo se concibe en gentes responsables: le falta decisión, osadía, atrevimiento y coraje. La vena crítica de Castro aflora en una larga docena de monólogos que dudan y afirman a través de una ingeniosa y simpática antología de personajes -mujeres, casi en su totalidad- españoles.

El lucimiento de la actriz es grande. Natalia Silva canta, medita, recita, va del humor a la referencía dramática... Pero el gran comedimiento elimina el aire de fiesta que estos géneros necesitan. Cuando se extrema la dramaticidad -precisamente en el final- es muy tarde. Una sobrecarga literaria ha enfriado la comunicación. Es lástima. Quizá, realmente, la pista -el cabaret- hubiese ordenado mejor la relación de la propuesta con los espectadores. Ni siquiera en Latinoamérica, donde los géneros son más ambiguos, se infringe esa regla. Todo está bien menos el conjunto.

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