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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La nueva idea regional

Como una lógica reacción más contra el largo silencio de estos años, el hecho regional ha amanecido sobresaltado.y con evidente riesgo de distorsiones que, en esta hora, cabría calificar al menos, si llegaran, de inoportunas.El largo trecho que ha de recorrer en nuestro país la debatida cuestión regional parte de un presente muy distinto del que sirvió de inicio a anteriores y no siempre afortunadas tentativas. En la actualidad, toda Europa occidental, salvo Turquía y las penínsulas Escandinava e Ibérica, ha regionalizado su territorio, las más de las veces por razones ajenas a las histórico-culturales. Y es que, sencillamente, los modernos conocimientos de política económica, inmersos en el aquí casi inexplorado ámbito de la Ordenación del Territorio, introducen ex novo la figura de la región como ente necesario en cualquier intento de planificación integral de un país, e incluso para la simple comprensión de fenómenos socioeconómicos que se manifiestan a niveles distintos del nacional.

Uno de los hechos que dominan el panorama de la moderna economía territorial es la consideración del espacio como bien escaso, con lo cual pasa a ser un factor más en las ecuaciones de rentabilidad de las inversiones, tanto públicas, como privadas. Por otra parte, se tiende al estudio de la organización macroeconómica de los países y de las comunidades internacionales, sístematizándolos en forma de estructuras de asentamientos de actividad y de relaciones entre ellós. La Ordenación del Territorio pasa a alcanzar categoría de ciencia básíca de cualquier politica de crecimiento al interrelacíonar precisamente espacio y desarrollo. E irrumpen conceptos de nuevo cuño en torno a la región, de modo que, por ejemplo, es ya definida por John Friedmann en el sentido de "objeto de la planificación regional»,como «espacio supra-urbano en que se formulan y clasifican objetivos sociales para la ordenación de las actividades que en él discurren».

El estudio más profundo de la región como marco de referencia de la planificación del territorio nos llevaría demasiado lejos y, desde luego, más allá de los nece.sarios límites de este artículo, que no tiene otro propósito que poner de manifiesto el doble enfoque con que puede abordarse el problema de la regionalización del país: junto al histórico-cultural, con predominio de criterios de homogeneidad frente a los de funcionalidad, se manifiesta la moderna tendencia a identificar la región como una estructura socioeconómica autosostenida hasta un cierto grado, cuya consideración es necesaria para una planificación regional del territorio y para comprender y sistematizar fenómenos que en ella, o a través de ella, discurren.

Es obvio que ambos conceptos no son forzosamente superponibles geográficamente, sobre todo si se tiene en cuenta que no hay una nimidad sobre el tamaño óptimo de la región considerada como objeto de análisis económico. Berry afirma que «la región relevante para cada problema es la que con tiene como endógenas las variables significativas y controlables». Y es inmediato deducir que el tamaño no habrá de ser necesariamente el mismo sea cual sea el aspecto que se investigue. Pero aun con la salvedad del carácter flexible de su dimensión, no parece, en el caso español, difícil llegar a compaginar la región sociocultural, perfecta mente definida, con la región socioeconómica, con lo que, al tiempo que se da entrada a las legítimas aspiraciones de nuestros pueblos, tan peculiarmente diferenciados, se inicia un camino de estructuración económica que ha de ser la base de la futura planificación democrática y de nuestra integración técnica al contexto europeo, acorde con la jerarquía territorial ya imperante en las Comunidades Europeas.

Como es evidente, la compaginación de estos enfoques no presupone una organización específica y concreta de la diversidad nacional, ni siquiera una fórmula que haya de ser forzosamente federalista, de mera descentralización o simple desconcentración, o de ambas a la vez. La idea regional apuntada es polivalente, siempre que se entienda como extendida a todo el país.

Por otra parte, una regionalización de España se opone, por esencia, a la homogeneidad administrativa y política. Sería un error cualquier intento de imponer un standard preconcebido a la policromía de las nacionalidades españolas, cada cual en su total derecho a la espontaneidad y, por eso mismo, a la autonomía entendida en su sentido más amplio, con el único límite, claro, está, del sometimiento jerárquico al Estado español. Así, podría caber, por ejemplo, la redacción parlamentaria de una ley de Bases de institucionalización regional que marcara unas escuetas líneas maestras que a posteriori desarrollaría cada región en particular, o cualquier otra fórmula análoga, pues el problema no es unívoco.

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De todos modos, lo determinante hoy por hoy, al abordar la cuestión regionales mantener en claro que cualquier decisión que se tome al respecto tiene serias implicaciones socioeconómicas de ámbito nacional, por lo que hay que abandonar el criterio simplista que se remite tan sólo a las nostalgias histórico-románticas, étnicas o caracterológicas. Y no hay que olvidar tampoco que, si bien debe preponderar la voluntad de las colectividades afectadas más directamente por cada problema, en ocasiones tal problemática incide -sin que haya de advertirse forzosamente en una primera aproximación- en la comunidad total del país. En otras palabras: del status de una región cualquiera depende en cierto grado el equilibrio nacional.

Vale, pues, de muy poco el caer en la tentación demagógica en lo que concierne a la estructura territorial de España. Tentación que, por otra parte, se muestra en ocasiones con peligrosa procacidad en los retazos de país que más duramente han sufrido los desgarrones del uniformismo delirante de estos años, en que derechos tan elementales como el deI idioma han sido cercenados de cuajo por la dictadura. Es muy probable, además, que la oportunidad de llegar a un gran acuerdo nacional, imprescindible para concertar la regionalización, precise de una mínima etapa previa de normalidad democrática que atempere las reivindicaciones y racionalice las nostalgias. Pienso que el momento de alcanzar tal estabilidad política puede ser buena hora para que los líderes naturales desarrollen a fondo el tema regional en connivencia con sus electores, de modo que pueda fraguar con unas garantías mínimas una solución con mejor suerte que las que culminaron en los anteriores fracasos históricos.

Pretender imponer ahora, en un presente preciemocrático, una fórmula regional cerrada sería, a mi juicio, una especie de fraude apoyado en una superficialización del problema. La democracia incluye -y eso es incuestionable- la vertebración de la región como entidad diferenciada administrativa y políticamente. Pero decir que lo uno implica determinada solución preconcebida, sin pararse a aducir razones consistentes, o es inoportuna precipitación o es empecinada ignorancia de una realidad política que, en un mundo aceleradamente cambiante, ha relegado a la prehistoria añejas experiencias.

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