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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Sobre el federalismo / y 2

Cuando se habla de federalismo suele acudir a nuestra mente la imagen de una cuestión doméstica, de fronteras para adentro. Y, sin embargo, ello supone la omisión de todo un capítulo de posibilidades que queda en la sombra debido quizá a cierta atrofia mental arrastrada.Efectivamente, el federalismo es probablemente uno de los proyectos más sugestivos para organizar España de otra manera mejor, más eficaz y equitativa que la tradicional, pero no se reduce ni mucho menos a eso, estando, como estamos, enclavados en una Península donde convivimos con vecinos independientes. No hay razón válida para impedir que el federalismo, con sus debidos matices, pueda aplicarse como sistema dialéctico al conjunto peninsular.

Dos son nuestros vecinos, de muy distinta entidad el uno del otro, pero vecinos al fin y al cabo. Portugal, nación independiente secularmente, y Gibraltar, comunidad que constituye una colonia británica. El lector me permitirá comience por la colonia a fin de facilitarme el camino.

Durante la década de los sesenta escribí reiteradamente en Cuadernos para el diálogo la siguiente tesis: en este contencioso de Gibraltar, no hay sólo dos interlocutores como es doctrina oficial, España y Gran Bretaña, sino también un tercero, a mi juicio decisivo, la población gibraltareña. Si ella quiere ser española de alguna manera, si desea entrar de esta forma o de aquella en nuestra órbita, Gran Bretaña no lo podrá impedir. Si alguna palanca hay para mover la tenacidad británica, es la autodeterminación de los gibraltareños. Todo lo demás es arar en el agua. Inútiles e inacabables diálogos de sordos, que en vez de pilas utilizan retorcidos juridicismos. Esto, dicho aquí de forma telegráfica, no sólo lo publiqué, sino que se lo dije de palabra y por escrito, con todo respeto desde luego, al entrañable amigo que fue Fernando Castiella, con quien, pese a militar en bandos contrarios -él en el Gobierno, yo, en la Oposición-, jamás se empañó un milímetro nuestra confianza e intimidad. Nunca olvidaré el telegrama que me envió desde Londres tras su primera conversación con el Foreign Office; sí, tenías razón, me venía a decir paladinamente, los británicos se han refugiado en el respeto que deben a la voluntad de los gibraltarenos que desean seguir siendo británicos.

Entonces comenzó el cerco de Gibraltar, que debe de hacer ya el cuarto o quinto de su historia. No me recaté de decirle a Castiella que me parecía el mayor de los errores. En vez de ganarnos la voluntad de los gibraltareños, pieza clave del tablero, la íbamos a perder para mucho tiempo. Y me aventuraba a predecirle que tal cerco a nada conduciría, mas que a ofender la dignidad de una legítima comunidad. Debo decir que solía asentir, pero se excusaba diciendo que eran instrucciones de su jefe de Gobierno, al que era imposible convencer de lo contrario. Bien; aquel jefe de Gobierno, incluso su jefe de Estado, han fallecido. Dos hombres jóvenes les han sustituido. Incluso es ministro de Asuntos Exteriores quien; también querido amigo, era a la saz secretario de Castiella, y podrá atestiguar la veracidad de lo aquí dicho. A estos nuevos gobernantes les sugiero con todo respeto cuanto en su día dije a Castiella, o sea, que la deseada incorporación de Gibraltar a España será factible si nos organizamos como un Estado federal en el que entre como un pueblo autónomo más, con todas las garantias constitucionales, si naturalmente así lo han decidido previa y libremente los gibraltareños.

Por lo que respecta a Portugal, la cuestión es totalmente distinta. Jamás cometería la afrenta de sugerir, a los portugueses su ingreso en un Estado español, por muy federal que fuese. La soberanía de Portugal es intangible. Aquí el planteamiento no puede ser otro sino el de una colaboración de igual a igual, cada vez más estrecha, más amistosa, dentro del maroo común de la Comunidad Europea, en la que nos podríamos apoyar mutuamente. Resultado de ello acaso pudiera ser en su día una Confederación de dos países soberanos y vecinos. La oportunidad aquí de un Estado Español Federal radica en que Portugal, si llegase tal situación, tendría el apoyo de nuestros pueblos autónomos, por entendemos de alguna manera. No creo sea casualidad que los pocos españoles que se han ocupado seriamente de Portugal, la mayoría hayan sido periféricos, como el vasco Unamuno, cuyo amor por Portugal comparto plenamente.

Pero tengo que frenar la emoción que me entra al hablar de Portugal, donde he pasado momentos inolvidablemente felices de mi vida. He escrito este artículo sin una nota, tal como aconsejaba Proust, «sacando las ideas de la oscuridad interior propia», pero no es este momento para seguirle en el descubrimiento del tiempo pasado, por luminoso que sea. Por eso he de terminar preguntándome cuándo iniciaremos la andadura en serio, para de igual a igual, poner en marcha un proyecto concreto a todos los niveles.

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Y como telón de fondo que cae, no puedo olvidar que cuanto aquí he sugerido sobre Portugal tiene raíces, no es una improvisación de «bersolari». Nada menos que en 1944, se reunieron en «Euzko-Etxea»,de Londres, para celebrar gran número de reuniones, el portugués doctor Armando Cortesao, el castellano don Luis de Araquistain, el catalán doctor Carlos Pi y Súñer, el vasco don Manuel de Irujo. El tema de los encuentros era La Comunidad Ibérica de Naciones, y el libro que recoge los intentos por crear un comité para tal fin, fue publicado por la Editorial Vasca Ekin, de Buenos Aires. Es un libro fascinante en el que aquéllos cuatro hombres estudian la solidaridad peninsular desde sus aspectos históricos, culturales, de transportes, hidráulicos, agrarios, aduaneros, comercialeg, industriales, etcétera, hasta las consecuencias de la pérdida de las colonias; dentro de un boceto de bases para un régimen constitucional democrático de la Comunidad de Naciones Ibéricas. Desgraciadamente, aquel intento no llegó a fraguar. Pero no se puede decir que fracasara o quedara en nada, pues permanece como uno de los precedentes que han de aldabonear nuestras conciencias, invitándonos a recoger las antorchas e iluminar con ellas la marcha hacia el futuro.

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