La inestable mala imagen del Metro
EL PRESIDENTE de la Compañía Metropolitano de Madrid, Carlos Mendoza, se ha quejado muy agriamente de que un informe publicado en este periódico ha dañado gravemente la imagen de su compañía. Para expresar sus quejas, el señor Mendoza, desconocedor quizá de la confesada hospitalidad de estas páginas, ha utilizado los fríos argumentos de la réplica y la amenaza legal, que jamás habrían sido necesarios. Olvidamos estos desagradables detalles, pero no podemos soslayar algunas consideraciones a que nos da pie la queja del señor Mendoza.La buena o mala imagen de una compañía no se daña por la publicación de unas cuartillas en un periódico, y menos cuando se trata de una sociedad fundamentalmente dirigida al servicio público. La imagen del Metro, ciertamente, se ha deteriorado mucho en los últimos meses y hoy es, justo es decirlo, francamente mala; pero por una razón básica: porque el Metro de Madrid es malo.
El Metro no está cumpliendo en estos meses ninguno de sus objetivos fundamentales: tiene descontentos a sus, accionistas, como se demostró en la última junta general; tiene atemorizados a los usuaríos, porque el número de accidentes que sufren últimamente los trenes es definitivamente asustante; ha conseguido desconcertar a la Administración, que no, se decide por una fórmula rápida y definitiva de resolver el problema, por la enorme cantidad de intereses que se entrecruzan en él, y, por fin, tiene lógicamente mala imagen en los medios informativos que, no son, al fin y al cabo, más que los notarios fíeles de las realidades cotidianas.
El Metro de Madrid, por problemas financieros que son, incluso, comprensibles, ha dejado de crecer, mientras la capital de España lo sigue haciendo a un ritmo vertiginoso. Se ha quedado en un pequeño tren de cercanías, que sirve fundamentalmente a lo que, hoy se puede considerar centro de la ciudad, mientras los barrios surgidos de ese núcleo central, donde viven el 50% de los madrileños, siguen padeciendo gravísimos problemas de transporte.
Los madrileños, usuarios del Metro, se sienten muy defraudados con la compañía porque ninguno de sus directivos se recata en reconocer que no se inauguran los trece kilómetros de nuevas líneas cuya infraestructura está totalmente terminada, porque la sociedad no es rentable.
Y también se quejan, con casi siempre sobrada razón, de las constantes interrupciones del servicio, de la vetustez de los trenes y de los materiales, de la suciedad de estaciones y pasillos, de la irregularidad en las frecuencias de llegada de los convoyes.
No es preciso insistir más en argumentos. Quien usa el Metro de Madrid sufre sus deficiencias. Y ahí comienza, realmente, la mala imagen de la compañía.
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