La tristeza del cine negro

El cine negro es uno de los géneros más atractivos de la edad de oro del espectáculo de las imágenes en movimiento, afortunada traducción fílmica de historias, personajes y ambientes creados por grandes escritores -Dashiell Hammet y Raymond Chandler a la cabeza-, en una época muy característica de la vida americana, cuando el país intentaba remontar las consecuencias de la depresión económica. Como todas las creaciones, su vigencia es limitada en el tiempo y el espacio; no se puede exportar a otros lugares ni es posible conservar sus notas esenciales fuera de sus límites originarios. La industria de la nostalgia intenta recuperar el tiempo perdido proponiendo los viejos relatos con nuevas técnicas e intérpretes, pero el pasado está muerto, y bien muerto. Las formas expresivas se transforman y evolucionan, lo queramos o no, y las operaciones necrofilicas no tienen el menor sentido.Adiós, muñeca, encaja, perfectamente, en este planteamiento evocador, lleno de admiración por los grandes maestros del género, con un exquisito respeto hacia la prosa de Chandler, sus personajes y ambientes. Estamos ante un pastiche deliberado, en el que la energía del director no se queda en una mera reconstrucción arqueológica de los objetos, trajes y edificios de la época -pecado habitual de los expertos en estas tareas- sino que llega a construir situaciones dramáticas covincentes que conduzcan a un clima heredado de los clásicos. La elección de Robert Mitchum, uno de los mejores actores de Hollywood, para encarnar al mítico Philip Marlowe, protagonista de la novela de Chandler, es un acierto completo. El conocido personaje ha sido confiado a muchos profesionales, pero ninguno consiguió borrar el recuerdo de Humphrey Bogart.

Robert Mitchum no ha pretendido, en ningún momento, emular a su compañero desaparecido, sino mantener su habitual línea interpretativa, acentuando la tristeza y el envejecimiento del célebre detective privado. A su lado destaca la actriz de Falso culpable, Vera Miles, en el espléndido papel de la corista envejecida y borracha. Charlotte Rampling es una personalidad interesante por sí misma pero no disfrazada de Lauren Bacall, lo que constituye uno delos principales errores de este intento de homenaje al cine negro.

Dick Richards ha jugado, descaradamente, la baza de la continuidad. Su película es atractiva, hábil y digna, pero se reduce a una copia honorable, que no puede nunca superar a los originales.