Carnavales
Carnaval de España, carnales carnavales en que los esqueletos de Valdés Leal bailan la Ramona desarrollista y el agarrao cogidos a las criadas de Gutiérrez Solana, fiesta de máscaras con una colcha por los hombros y una calabaza en la cara. Me lo dijo Marlano José de Larra, en su penúltimo martes de carnaval, mientras tomábamos chocolate en el café del Príncipe con el actor Pepe Martín, que ya se preparaba para ser el Larra de la tele:-Aquí yace media España. Murió de la otra media.
-Siempre piensa usted en lo malo, maestro.
-Lo malo es lo cierto, joven.
Una frase como de Sartre, pero en Madrid y en el siglo pasado. Todo el año es carnaval. Carnaval carnal del cardenal. Pero el cardenal Segura quitó el carnaval. Muchos, en un larguísimo carnaval de cuarenta años, se han sustituido efectivamente la cabeza por una calabaza. Y no les ha ido mal. Carnaval de España. Carnaval carnal. Me lo decía la otra noche una dama:
-Yo me iría este año al carnaval de Río, pero no qu lero perderme el carnaval político de por aquí.
Los esqueletos violentos posan de apacibles demócratas. Las máscaras autorita rias cantan en el pandero del sufragio universal, embozados de humanismo y Televisión Española. La pequeña pantalla es el mejor disfraz para pasar de máscara besucona ante el pueblo atónito:
-Que no me conoces, que no me conoces...
Y cómo te voy a conocer, si antes ibas de tecnócrata orgánico, macho. Larra se ha subido al piso a pegarse el tiro, Ganivet se ha bajado a la calle para seducir a una trotona. Suena un único disparo en el cielo de España y Antonio Espina y el criado montañés presiden el duelo. Don José Zorrilla, declamatorio y vallisoletano, suelta sus versos bajo la melena que le tapa la llaga del cuello. Había que acabar con el desmán liberal, romántico e ilustrado. El cardenal Segura se metió en la Giralda para escribir una homilía.
Rafael Alberti, que venía a caballo desde Cádiz, siguió trotando hasta París. Si se queda, le llevan a Víznar con Federico y un banderillero. Con el asesinato de Larra muere una España ilustrada y, con el suicidio de Lorca, muere otra España ilustrada.
-Parece que otra vez va a haber carnavales, don Francisco -me dice el quiosquero.
Carnavales y elecciones. Fiesta y ordalía del pueblo español. La hoguera del ocio y la hoguera de la ley. Olvidemos, si es posible, la hoguera de la Inquisición. El año pasado, el fotógrafo Angelito Ubeda me llevó a los carnavales de su pueblo, Herencia, en el páramo manchego. Herencia es el pueblo de los Ubeda, Angel y Agustín, el fotógrafo y el pintor. En el carnaval de La Mancha, manchas amarillas de destrozona con pelos en las piernas y una alegría violácea y revuelta por las tabernas:
-Aquí ningún año ha dejado de haber carnaval -me decían los vecinos.
Tampoco ha dejado de haber democracia en España. Pero la democracia y el carnaval iban por dentro. El carnaval es la democracia loca de los esqueletos y las mascaritas, el referéndum del pueblo loco.
-Tendrá usted que decir, a la viceversa, que la democracia es el -carnaval de la política -dice el abrecoches, con intención aviesa.
No debiera serlo, pero a veces lo ha sido. El martes de carnaval, los señoritos de mi pueblo se subían al gallinero del teatro para, desde allí, orinar al personal. Eso precisamente es lo que no tendría que ser la democracia. No demos el pucherazo reformistadesde Prado del Rey, no hagamos la democracia diferida, la teledemocracia del continuismo. No nos pongamos una vez más la colcha de púrpura y la mitra de Valdés Leal para esconder el esqueleto integrista. Carnavales libres, elecciones libres. Y que Mariano José de Larra, después de oír a Esteruelas por la tele, no tenga que repetir el tiro.
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