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La contestación mira hacia Belgrado

La agricultura y las armas nucleares fueron una obsesión para Kruschev, sin embargo, la distensión lo es para su sustituto Brejnev Un proceso que no cuenta con el agrado de los stalinistas puros, siempre a la expectativa de un traspiés del secretario general soviético para obligarle a reconsiderar sus propios métodos que ha introducido en la política exterior e interior de la URSS, más sofisticados de los que añoran los herederos ortodoxos del stalinismo.A estos últimos, que no son pocos y débiles en la Europa del Este, iban dirigidos en gran parte los acuerdos de Helsinki, como constatación de que las fronteras soviéticas y las de sus aliados permanecerían inalterables.

Pero la obcecación de Brejnev por demostrar que la URSS es ahora más fuerte e importante que nunca, merced a su gestión en el proceso de detente, le llevó a cometer un error cuyas consecuencias se calibran en la actualidad: la ligereza que demostró por la concesión ofrecida a Occidente sobre la libre circulación de ideas y personas y el respeto a los derechos humanos. El triunfo inicial del líder soviético se vuelve ahora contra él, a medida que la contestación política, en Varsovia, Praga, Berlín oriental e incluso Moscú abandona sus formas clásicas de demandas aisladas para convertirse en una protesta organizada con apoyo dentro y fuera de sus naciones.

La desestalinización fue un fracaso, Kruschev intentó exonerar al Partido Comunista de los abusos pasados y achacó todos los errores a la dictadura personal. Pero fue el PCUS quien apoyó y fomentó la alianza proletaria en Europa oriental trasplantando sus mismos errores burocráticos y métodos dictatoriales a los nuevos miembros de su zona de influencia.Polacos, checoslovacos, alemanes y húngaros reaccionan de nuevo contra unas circunstancias económicas impuestas, pero también contra la uniformidad política que desde Moscú, se intenta mantener en nombre del internacionalismo proletario y de los grandes logros económicos de los países socialistas coaligados con la URSS (Pravda del pasado 1 de febrero). Las huelgas en Polonia significaron la primera llamada sobre la realidad, de la crisis económica que afecta a todos los Estados colectivistas de Europa. Sin embargo, no se puede ocultar que tras la Carta 77, el comité de apoyo al obrero de Polonia o los movimientos disidentes de la RDA y de Hungría, e incluso en Yugoslavia y Rumania, hay reivindicaciones políticas.

El fin del monolitismo comunista en la cumbre de Berlín este y las revisiones constitucionales en la República Democrática Alemana, Polonia y Checoslovaquia (durante los años 1975 y 1976) están además en el origen de la presente ola de protestas.

Socialismo nacional

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Tanto el discurso de Santiago Carrillo en Berlín, en lo que se refiere a la edad adulta de los partidos Comunistas respecto a Moscú. como la amistad eterna con la URSS, estampada en los nuevos textos constitucionales de la RDA, Checoslovaquia y Polonía, han sido puntos de mira de los disidentes en su defensa por un socialismo nacional y en consecuencia antiestalinista. Ya por aquellos años, las protestas tuvieron eco. Por ejemplo, en Polonia, mas de 40.000 personas entre estudiantes y obreros firmaron una declaración criticando la nueva Constitución.

Precisamente mediante los textos constitucionales, que oficialmente garantizan todas las liberta des, los disidentes colocan a sus respectivos regímenes ante el problema de su legitimación. Los comunistas no son mayoría, ni les legitima su propia acción, subsisten las clases e incluso se agranda la diferencia entre ellas, y además el poder no cumple lo legislado por él mismo, lo que Btikovski llama legalidad oficial y que el marxista polaco Kuron denunció ya en 1964. De todas manera, y como ha dicho Pavel Kohaut, signatario de la Carta 77, nada hay más a la derecha que el poder, y es un poder que tiene miedo, en especial Brejnev, que no duda en enviar a un íntimo, Ivan Kapitonov, para dialogar con las autoridades checoslovacas sobre una postura común frente a la cumbre de Belgrado (junio próximo), continuación de la de Helsinki. Porque ese es el objetivo de los disidentes del Este, aprovechar la buena disposición de Occidente para con ellos y obligar que la URSS y sus aliados reconozcan que la distensión armada debe ir acompañada de una distensión ideológica. En Belgrado los disidentes conseguirán lanzar un verdadero reto a sus Gobiernos, y el tiempo juega a su favor: a medida que el tiempo pasa mayor número de gente se une a sus demandas, lo que hoy es una petición de diálogo con el régimen podría llegar a convertirse en una organizada alternativa política. Brejnev y sus amigos lo saben y Occidente empieza a entenderlo. Pero el posible diálogo disidentes-Gobierno depende de un arreglo entre moderados y stalinistas en cada uno de los partidos comunistas de la Europa del Este.

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