La socialdemocracia danesa ante una coalición imposible
Faltan sólo dos días para que se celebren en Dinamarca las elecciones legislativas. Y a medida que pasan las horas se hace más evidiente que estas elecciones servirán para bien poco. Cuando el 22 de enero pasado el primer ministro socialdemócrata, Anker Joergensen, comunicó al Parlamento que iba a convocar elecciones el 15 de febrero, todos, o casi todos, sabían que aquellos comicios no iban a resolver los graves problemas que afronta en la actualidad el país.Joergensen, que se encuentra en el poder desde 1972, y que tiene fama de ser un astuto estratega, era el primero en reconocer que unas nuevas elecciones mal podrían ofrecer a su partido la mayoría absoluta, pese a que las encuestas preelectorales siguen insistiendo en que la socialdemocracia conseguirá más escaños que en 1975. Pero en el propio partido del primer ministro se habían levantado voces pidiendo una clarificación política. El Gobierno se hallaba seriamente amenazado con la parálisis total, ante la reticencia organizada de la oposición burguesa en materia de política económica, defensa y vivienda.
Tres bloques, o ... cuatro
El mapa electoral danés no goza de la bipolaridad del sueco, por ejemplo. Y frente a los socialdemócratas no se colocan solamente los partidos de la oposición burguesa (liberales, cristianodemócratas y conservadores), sino también el sorprendente Partido del Progreso y los pequeños partidos izquierdistas (maoístas, comunistas, socialistas populares, etcétera).
Las encuestas preelectorales señalan que tanto los liberales como los conservadores y los cristianos perderán escaños. Lo mismo sucederá con los minúsculos partidos de centro-izquierda, que apoyan al Gobierno, mientras que la izquierda extrema y comunista podría ascender levemente. Así, sólo el partido gubernamental y el del Progreso parece que aumentarán sus votos. Por razones diversas, naturalmente.
Los socialdemócratas, que siguen siendo el partido más poderoso del país, han basado su campaña (de apenas quince días de duración) en una evidencia que todo el pueblo danés reconoce no es posible capear la crisis económica, el paro y la deuda externa, si no se forma un Gobierno que cuente con un apoyo masivo y que no dependa de las tácticas coyunturales de la oposición. Muchos electores daneses, orgullosos durante un tiempo del socialismo del bienestar y del Estado benefactor, saben que sólo la consolidación de una tendencia progresísta, pero no extremista, podría hacer que reverdecieran los años felices del desarrollo acelerado, combinado con unas leyes sociales avanzadas. Precisamente por eso, sectores amplios de la burguesía urbana, de los profesionales y del proletariado especializado, que antes distribuían sus sufragios entre el centro-derecha y la izquierda, podrían hacer ahora un serio examen de conciencia y otorgárselos a la socialdemocracia convertida en partido de orden.
Un «poujadismo» danés
En cuanto al Partido del Progreso, que dirige Mogens Glistrup, constituye un fenómeno aparte, que muchos pretenden explicar por las condiciones especiales en que se encuentra el país, y la desconfianza de los sectores pequeño-burgueses ante un Estado cada día más paternalista, pero también cada día más insoportable (sobre todo en lo que a los impuestos se refiere). El partido del señor Glistrup ha sido acusado de neofascista, poujadista, populista, y muchas cosas más.
El señor Glistrup, que antes de dedicarse a la política era el mejor especialista en temas impositivos, ha propuesto al electorado cosas verdaderamente pintorescas. Por ejemplo, la supresión de casi todos los impuestos y una amnistía sobre estos temas (sería el primer beneficiado, ya que en la actualidad hay 240 causas abiertas contra él por evasión de impuestos), así como la supresión de todas las representaciones diplomáticas y embajadas de Dinamarca en el mundo, salvo la del Mercado Común. Glistrup propone también la supresión de todos los gastos de defensa y del propio ministerio del ramo, que sería sustituido por un teléfono con contestador automático. Cuando algún contribuyente o enemigo se te ocurriese llamar a este teléfono escucharía tan sólo una frase: «Nos rendimos, nos rendimos ... »
Pese a todos estos detalles, el Partido del Progreso podría muy bien igualar al liberal dentro de dos días y aumentar sus veinticinco escaños a treinta. El sentimiento antiburocrático, la lucha contra los terribles impuestos y contra los gastos militares está bien vista por una parte considerable de la población, para quien eso del Estado benefactor comienza a ser una broma pesada.
Lo que está claro es que los progresistas de Glistrup no se aliarán con los socialdemócratas, ni le tenderán la mano tampoco a los partidos conservadores, es decir, que seguirán su caminata (iniciada en 1973) por el monte solos. Las elecciones del martes pueden ser para ellos la gran prueba: o aumentan su importancia y se consolidan o desaparecen, como ocurrió con el poujadismo en Francia.
En estas condiciones, poco le queda por hacer a Jeorgensen, si no es aguantar el tipo, permanecer al frente del Gobierno (no ha dimitido y los resultados no parece que le obliguen a ello) y avanzar con su proyecto reformista, mediante acuerdos parciales con los partidos de la oposición, y eventuales coaliciones con el centro-derecha o la izquierda. Exactamente igual que antes del 22 de enero.
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