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El paro musical, consecuencia del abuso de la música mecánica

El paro existente en la profesión musical española alcanza proporciones alarmantes. Lo que urge, por una parte, medidas inmediatas, adoptadas y llevadas a cabo con prisa de bombero; pero, también, la revisión y replanteamiento de una serie de cuestiones, muchas de las cuales han sido raíz de la situación actual.

Primera cuestión: música mecánica frente a música viva. El perfeccionamiento de los medios mecánicos de reproducción musical ha provocado situaciones irreversibles y otras injustificables y hasta intolerables. Irreversible, en un mundo dominado por el consumo del disco, la proliferación de las llamadas «discotecas» que, de algún modo, vienen a sustituir, a las «salas de fiesta» de nuestra juventud. Lo que, de ningún modo, ha de suponer dejar al músico en la calle, explotar el disco stándard o la grabación efectuada y pagada -aunque sea bien, cuando lo es- de una vez por todas. De inmediato, se plantea un asunto, ya resuelto en otros países y largamente tratado, pero no resuelto, entre nosotros: el «de recho del ejecutante». Tanto las «discotecas» como aquellos organismos de difusión que explotan cotidianamente el disco o la grabación no deben salir tan excesivamente beneficiados de la evolución de la música mecánica. El profesor ejecutante que «produjo» el registro debe participar en unos beneficios que contribuye a crear. El problema no precisa de mayores especificaciones, ya que, como he dicho, es cosa solucionada en tantos países y prevista, analizada y de morada en España.Segunda cuestión: el abuso injustificado de la música mecánica. Digo que el fenómeno de las «discotecas», como todo uso social que se impone modificando los anteriores. me parece irreversible. No es un hecho «español». sino internacional. Nada podemos hacer en contra de la marcha de los tiempos. Distinta cosa, muy distinta, es el caso de otros espectáculos que precisan de música es decir de músicos, en forma directa, tal como los «cabarets». «music-halls», «revistas», «ballets» etcétecra. Aquí si se emplea la música grabada el engaño es doble. El público que paga caras las entradas asiste a una serie de actuaciones empobrecidas por la ausencia de la orquesta en el lugar que te corresponde. ¿Y qué decir de los cantantes que, en espectáculo abierto, se acompanan de play-bac y hasta en ocasiones se limitan a hacer de «mismos», acompañando con movimientos m'udos el sonido de su voz, previamente registrada con el acompañamiento orquestal necesario? (A lo peor ni registrada siquiera en España ni, por tanto, con músicos españoles, lo que se me antoja raro contrabando.) El abuso llega a límites entre irrisorios e ind,iganantes, cuando se trata de una compañía seria de «ballet». Una pieza de ese género, danzada en la escena, con el foso de la orquesta vacío y con la música directa sustituida por un par de altavoces, atenta contra la dignidad del espectáculo y los derechos del público. ¿Con tales usos habrían nacido «Petrouchka» o «El sombrero de tres picos»? Seguramente, no. La orquesta, con el debido número de ejecutantes y la calidad necesaria, forma parte del espectáculo «ballet», del espectáculo «music-hall» del espectáculo «revista» o «cabaret».

La música grabada y la directa, a cualquier nivel de cultura y dentro de los distintos géneros, constituyen hechos absolutamente diferentes con muchos puntos a favor de lo directo. La mayoría de las orquestas del mundo distan de ser comparables a la Filarmónica de Berlín o a la Sinfónica de Chicago. Sin embargo, las orquestas existen y en la conciencia de todo aficionado, hasta del más modesto, habita una realidad: no damos por "estrenada" una partitura hasta que no la escuchamos en versión dnecta, esto es, viva. El disco excelente medio auxiliar cumple distinta funciónno sustitutiva de la actuación directa: la de informar en proporciones masivas que preparan al público para inejor comprender, para empezar a entender las obras cuando las escuchan «de verdad», es decir, con los ejecutantes a la vista. Si se trata de música ya estrenada o bien conocida, el disco viene a funcionar como la «fotografía»; su valor está en razón directa de la realidad que evoca y reproduce. Cuando, por el arte de los productores, llega a poseer valores autónomos no son exactamente los mismos de la interpretación directa. De ahí que haya dado lugar al nacimiento de «discófilos.» junto a los tradicionales «melómanos».

Piénsese ahora en el imperdonable abuso que, desde el punto de vista laboral, significará la sustitución de esa música directa necesaria por grabaciones de distinto género. Exagerando un poco las cosas (sólo un poco) equivaldría a que en lugar de la star correspondiente se nos diera su reproducción filmada y proyectada sobre una pantalla a tamaño descomunal, tal como se hace con la potencia del sonido. (Tema, a tratar aparte, este de la «inflación» de decibelios que nos anuncia un mundo futuro de sordos a los que resultará imposible entender Ma mer l'oye, de Ravel, por ejemplo).

Ante estos problemas, el legislador debe actuar como ante todo lo que, por su misma naturaleza, aparece como ilícito. Además, al tiempo que protege una profesión cuya utilidad social ha de reconocerse, con tribuirá a la educación de la gran masa, la que debe saber que no es lo mismo escuchar música viva que música grabada y manipulada, de modo análogo a no ser igual ver representado Hamlet, que leer su araumento en el Reader.

Habrá que seguir, con ánimo práctico y no especulativo, buscándole al tema unas vueltas que con tanta facilidad muestra. Pero, ¡atención!, mientras tanto, ahí están esos porcentajes de paro musical (el 75 u 80%) que reclaman Ímperativamente soluciones inmediatas. Llamemos, con prisa a los arquitectos y urbanístas, a los que deben una política musical cuya ausencia vengo denunciando desde hace veinticinco años. Pero antes, ahora mismo habrá que llamar a los bomberos. No hay peor fuego que todo un sector profesional mayoritariamente en paro.

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