A Rafael Alberti
En medio de la muerte y de la rosa, leo tu último libro, Rafael, pasado por el filo de la espada, me leo tu libro envuelto en un abrazo.Poemas del destierro y de la espera. No vengas, Rafael, no vengas, desterrado. Espera, espera. Te matarán, nos matarán, nos matan. Te recuerdo en el campo de la Italia, me hablabas de tu Góngora y Quevedo. Ahora querías volver, y yacn el aire el anticipo azul de tus arcángeles. Pero otra vez el crimen, Rafael, pero otra vez la España (de la rabia contra la España de la idea.
-Eso es, don Francisco -dice el quiosquero.Quieto en Roma, quieto en Roma. Roma, peligro para caminantes. Madrid, peligro para transeúntes. Transeúntes de la paz y de la rosa.
-Hay una lista de mil personas amenazadas -dice el parado..
El parado, el quiosquero, te saludan, figuras de la España, Rafael, personas de la luz, las gentes de tu verso y de mi prosa. El pueblo, el pueblo. No vengas a Madrid, que estamos todos, los asesinos y sus elegidos, los pacifistas y los extranjeros. España es lo de siempre, España negra, un coro de letales ciudadanos sobre el silencio enorme de los pobres.
Dice tu verso: Y ya al amanecer soy sangre viva, preso entre dos espadas que se duermen. La espada de la pasión y la espada de la locura. Así estamos, Rafael. Presos entre dos espadas. Espadachines sin rostro. Creo que les ametrallan con monedas a los encandecidos estudiantes, a los irremediables abogados. Si se buscase bien entre la ropa, entre el plomo y la sangre de los muertos, a lo mejor salía la pieza de oro, el dinero asesino que les mata.
-¿,Por qué no les echan de España? -dice el abrecoches.
Por qué no arrojan de España a los oriundos del crimen. El abrecoches, poeta, es tu Niño de la Palma, torero cochambroso de la vida, con el traje de luces de los pobres.
Ahora vuelve Guillén, el uno y otro, ahora vuelve la España de la idea; pero la matan ya, la están matando, la devuelven al mar como al pasado. No vengas tú, no vengas, Rafael; Madrid, peli gro para caminantes, que están los teatros negros de asesinos, tiembla el desnudo de Victoria Vera como la democracia malograda. No vengas tú, no vengas.
Hoy me escribe Vicente, nuestro amigo, Aleixandre, el poeta. Tiene los ojos rotos, malogrados, espera que le alumbren su mirada, que tanta luz sobre la carne diera. Más vale que le venden, que le cieguen, que exilie hacia la sombra su mirada. Importan los obreros, los artistas, importan los quiosqueros, los parados (dos millones, lo dicen por la radio, si Dios no lo remedia). Importa el abrecoches de la esquina, la gitana florista, tu recuerdo. Pero quédate en Roma, espera, espera.
Retornos de lo vivo lejano. Qué España viva retornas, qué lejanías acercas. Pero todo está muerto, otra vez muerto, cuando la juventud había pegado el estirón de golpe, como siempre, cuando el almendro en flor iba de veras. Con monedas les matan, que les busquen los denarios del crimen en la autopsia, que les busquen perdigones del oro traicionero.
-Y todavía hay periódicos que dudan de quién mata a quién -dice el parado.
Hay papeles que mienten, Rafael, gentes que no te desean, hay una España negra, un adefesio, llamadas telefónicas y crimen, cafeterías calladas corno muertos. No vengas tú, no vengas. El tiempo ya se hizo ala en tu cabeza y paloma en tu pelo, pero espera, no vengas. Con tu libro en la mano, con España rota como un mal verso, esperanlos que el círculo se cierre, que la muerte -siniestra pescadilla- a sí misma se muerda. El parado, el quiosquero, el abrecoches, este cronista y todos te decimos: no vengas tú, no vengas.
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