Un repentino y sospechoso amor por Cataluña
No soy catalán, pero si lo fuese me sentiría hondamente conmovido por el repentino amor que el Gobierno demuestra a Cataluña. Promesas, alusiones generosas, viajes, diálogo con políticos catalanes y, sobre todo, un nuevo tratado de Televisión que salta a la vista.Cierto que el Real Madrid está en horas bajas, pero ni en sus mejores momentos mereció los honores de salir en la tele dos veces seguidas en su propio terreno. Y no se olvide que el Barca es algo más que un club deportiver. Cierto también que desde hace algún tiempo ya no es pecado de leso españolismo hablar, escribir o cantar en,catalán Pero de a.hí a sacar al Lluis Llach en sábado Y por la primera cadena para soltarnos sus canciones como si tal cosa hay un abismo que hace unos m_eses parecía imposible de cruzar.
¿Qué decir de esos miniprogramas de los domingos, inmediatamente antes de que los Ríus y compañía adelanten el sueño? Ahora resulta que España no acaba en Madrid y que toda esa gente, además de nefandos separatistas que ni siquiera hablan en cristiano (¿le suena la expresión?), sabe comer estupendamente y tiene unos monumentos que da gloria contemplarlos, a más de muchas otras cosas que no viene a cuento enumerar ahora.
Después de leer que por los países catalanes hay cerca de cinco millones de personas en edad de hablar «sin que nadie pueda obligarles a callar», me huelo que el motivo de tanto *amor está en una fecha mucho más próxima. Ya que en este país se habla mal y de tarde en tarde hay que facilitar el -uso de la palabra, aunque sea en catalán, que
para decir amén todo sirve.
Nosotros, los mesetarios, no necesitamos incentivos para dejarnos convencer, pues siempre fuimos hombres de pro y amantes de la ley y el orden. Además, tal vez leamos menos, pero a decir amén no hay quien nos gane. Tampoco tenemos, Dios nos libre, un idioma inintelible-una ETA particular que nos o meta el miedo en el cuerpo y nos haga poco menos que irrecuperables. Lo que sí tenemos, mire que casualidad, es un subdesarrollo de padre y muy señor mío en casi todos los aspectos, menos en lo tocante a orgullo y limpieza de sangre que es lo bueno. A lo mejor es debido todo esto a que siempre que, de tarde en tarde, para no cansarnos y en alguna fecha señalada, nos dejan hablar, decimos, invariablemente, amén.