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Según el "Gómez Ulla", no hubo negligencia en la muerte de una mujer

El pasado 16 de noviembre fallecía, en el Hospital Militar Gómez Ulla, una mujer de treinta y un años, Amparo Saco. Por las circunstancias de su muerte, los familiares entendieron que un fallo humano había determinado el óbito, e insistieron para que se abriese una investigación. El expediente, ahora finalizado, indica que no hay lugar a exigir responsabilidades y que no se aprecia negligencia o error humano en el personal facultativo que atendió a la fallecida.

Según Manuel Saco, hermano de la víctima, Amparo, enferma del corazón desde hacia trece años, fue ingresada en el Gómez Ulla el pasado 1 de marzo a causa de una doble gripe y una bronquitis. Curada al cabo de una semana, se consideró conveniente practicarle un cateterismo para precisar la conveniencia de operarla o no del corazón. En razón de varios retrasos para someterla a esta prueba, la enferma fue sacada del hospital por su familia el día 19 del mismo mes. En mayo la ingresaron de nuevo, pero volvieron a evacuarla sin que se le hiciera el cateterismo. Por fin se fijó la fecha para el día 13 de julio, en que se le hizo, aunque incompleto, pues Amparo sufrió un paro cardiaco. Pasó una semana en cuidados intensivos y se llegó a la conclusión de que había que operar, marcando la fecha para después del período de vacaciones estivales.A primeros de octubre Amparo sufrió una intoxicación de digital (base de la medicación que tomaba) y el día 13 fue ingresada. Un médico del equipo del doctor Hernández comentó: «En veinticuatro horas estará bien.» Pero se produjo una complicación, un edema pulmonar. La enferma pasaba a no poder tomar nada por vía oral y hubo que inyectarla alimentación y medicamentos.

Al cabo de una semana, una noche sintió dolores y el soldado-médico de guardia dijo que, «era cosa nerviosa» y le suministró unos comprimidos, a pesar de que seguía sin tomar nada por vía oral. Al día siguiente, el cardiólogo Justo Alvarez, advirtió en la paciente una trombosis y ordenó su traslado a cuidados mínimos donde estuvo ocho días. «Varias personas del hospital nos aconsejaron que nos lleváramos de allí a Amparo», precisa el hermano de Amparo.

Por fin, ésta entró en un período de franca recuperación: recobró el apetito, leía, hablaba con frecuencia... Y el sábado, día 13 de noviembre, un médico del equipo del doctor Alvarez manifestó que «la cosa iba muy bien». Desde el día anterior se le inyectaba penicilina en vena para corregirle unas décimas de fiebre. Pero no le pusieron la que le correspondía a la una de la madrugada del lunes. En cambio, a las siete de la madrugada llegó el soldado-médico -el mismo de la otra vez- acompañado de una enfermera con una botella de suero. La madre de Amparo les hizo notar que se le venía inyectando directamente en vena y no en gota a gota a lo que aquél le replicó que él sabía lo que tenía que hacer. Unos cincuenta minutos después la enferma sufría una serie de fuertes convulsiones. Tras ser avisado urgentemente el doctor Alvarez a su domicilio, se presentó en breve y ordenó el traslado a cuidados intensivos. La madre de Amparo, entre tanto, entendió, por algunos rostros del personal sanitario que parecía haberse producido un fallo.

Durante la mañana, Amparo pareció mejorar. Por la tarde empeoró. Y a las tres y media de la madrugada del martes, fallecía.

La investigación

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El doctor Alvarez, tras ser requerido por la familia y en función de las circunstancias acontecidas, puso en conocimiento de la dirección del hospital los hechos, por si se estimaba pertinente abrir una investigación. El doctor Alvarez propuso a la familia de Amparo Saco que autorizasen la autopsia del cadáver, pero se le dijo que no. La dirección del centro indicó a la familia si deseaban presentar una denuncia de los hechos y que el asunto se tramitara por vía judicial, a lo que la familia dijo que no, indicando tan solo que su deseo era conocer qué había ocurrido y qué responsabilidades se exigirían caso de existir fallo o negligencia.«En esta situación -nos informa el general director del Gómez Ulla, José García Fernández de la Granda- se pasó a obrar del modo acostumbrado, es decir, a abrir un expediente de carácter interno. Para ello se destina a la investigación a un médico forense en calidad de juez. Del resultado de la investigación, sea lo que sea, no hay interés en ocultar nada, sino todo lo contrario, pues nosotros somos los primeros interesados en clarificar los hechos y, si hay fallos, cosa que es factible de ocurrir, corregirlos. »

El resultado de esta investigación, según el general director, ha determinado que no hubo error humano o negligencia, sino que la muerte se produjo a causa de una, sepsis fulminante, como lo demuestra el hemocultivo realizado. La invasión de bacterias por el aparato circulatorio, expandidas desde el foco de la infección, ocasionó la muerte.

«La inyección que se le puso a la enferma el lunes por la mañana, diluida en suero, no pudo ser la causa, por cuanto la penicilina, diluida produce menos efecto de choque», señala el general director. En cuanto a la posibilidad de que el suero estuviese en malas condiciones, también ha sido descartada por la Investigación.

El Gómez Ulla

El general Fernández de la Granda, que lleva algo más de un año como director del Gómez Ulla, explica que, actualmente, el vetusto hospital -con capacidad original para más de 2.000 enfermos facilita asistencia a unos 1.000 internos. El nuevo y futuro complejo hospitalario, que lleva ya seis o siete años en construcción, tendrá capacidad para 1.500. Las obras terminarán dentro de cinco o seis años.El personal médico debe atender a un número de pacientes muy superior a lo que racionalmente suele ser frecuente o normal.

Las mejoras, tanto de material como de personal, se ven entorpecidas por el futuro moderno hospital. El gran esfuerzo quiere hacerse con la entrada en funcionamiento de éste. A tal respecto, las ideas del general director son claras: «Hay que actuar como si existiese. El que tiene dolor le duele ahora. Se estima que no es rentable financieramente hablando, introducir mejoras en el hospital actual por cuanto al cabo de unos cuantos años habrá que destruir las instalaciones. ¿Qué mayor rentabilidad que el haber servido para mitigar el dolor y curar enfermedades de los que hoy padecen? Eso tendría lógica si el nuevo hospital fuese a entrar en servicio dentro de escasos meses. Pero lo que hay que hacer es resolver los problemas de ahora y, luego, con el nuevo hospital, pues todos más contentos».

«No obstante, se ha conseguido que un 50 % del actual hospital haya sufrido una gran transformación, tras convencer a quienes, por arriba, toman las decisiones, y, por debajo, a quienes pensaban con la misma mentalidad de esperar la llegada del nuevo hospital.»

El futuro centro -nos dice- no se regirá por las viejas normas de la instalación de los pacientes según su categoría militar, sino atendiendo a su común condición de enfermos.

«El verdadero progreso -añade- no está en mejorar las estructuras arquitectónicas del hospital, sino en el cambio de mentalidad operado y en el mejor sistema funcional y organizativo.»

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