Tiempo de homenajes
Harry y Walter van a Nueva York. Guión, John Byrumy Robert Kauman. Dirección, Mark Rydell. Música, David Shire. Inté retes, James C£u4 Michel Caine, Elliot Goul4 Charles-Durning, Diane Keaton, CarolKane, Lesley A nn Warren. Humor. EE. UU. Color. 1975. Local de estreno: Capitol.
Tras el humor de Mel Broocks nos llega, ahora, un nuevo homenaje al cine mudo, esta vez de la mano de Mark Rydell. No se trata en esta ocasión de un estilo brillante, personal, sino de un filme de encargo, dentro del actual interés por evocar, en cualquiera de los géneros cinematógráficos al uso, los tiempos en que el cine nece o que al me nos alcanza su primer esplendor en la comedia. No es éste del mudo un humor refinado, sino más bien físico, simplista, casi mecánico, más buen conocedor de las claves que despiertan en el público desde el tibio interés hasta la franca carcajada. El humorismo americano -se ha dicho-, viene a ser como una salida de urgencia, un desahogo de pasiones cuando no de emo ciones reprimidas, disfrazadas de chistes en el caso del cine, visuales. Es un juego en cierto modo vengativo que, aceptado por la víctima, obliga a reir a ésta, de buen grado o entre dientes. Si a mayor, represión, más aguda resulta la critica en la América puritana de represio nes, tanto internas como exter nas, el humor viene a ser una de las constantes principales de su arte literario o escénico. Pocos realizadores escapan a la tenta ción de intentarlo, incluso aquellos que en sus comienzos parecían encarrilados por otros derroteros. Mark Rydell, autor de Harry y Walter va a Nueva York, hombre de teatro en Broadway y de televisión durante largo tiempo, debutó en la pantalla grande con un relato de D. H. Lawrance. Más tarde y en su obra paralela de habla inglesa, llevará al cine Los rateros, de William Faulkner, preludio de un repudio posterior y al parecer definitivo a las fuentes literarias y de su vuelta al mundo musical en el que parece moverse sobre terreno más firme y conocido, al juzgar por su última película. En ella, tras su filme Los cowboys, donde mostraba a un John Wayne ya en franca decadencia, nos cuenta una especie de historia picaresca no demasiado honda, fiada más a lo espectácular pero que en general divierte, gracias sobre todo a un brillante reparto y a una serie de gags graciosos y eficaces.
Dos cómicos de vaudeville van a dar con sus huesos en la cárcel, cuando uno de ellos es sorprendido robando una cartera. Una vez en prisión, convertidos en criados de un famoso especialista en cajas fuertes, lograrán hacerse con los planos de un banco cuyo asalto debería llevarles a la fortuna y el éxito entre la gente del hampa, cosa que intentarán con la colaboración de la directora de un periódico, que a su vez pretende lucrarse con fines benéficos. El amor, la bondad, la crítica a los poderosos, se hallan dados como en las comedias mudas menores, en tono menor también, imitando de ellas, a lo largo de sucesivos homenajes, secuencias completas, movimientos, ademanes e incluso personajes. Episodios como los de la cárcel, con su inquilino privilegiado y sus guardianes venales, o el del restaurante donde se dan cita los ladrones más famosos, e incluso la secuencia final del robo y la función en el teatro vecino, acentúan el valor de este filme, cara a un gran público hacia el que el trabajo del realizador apunta.
Toda la historia, en la que destacan James Caan, Michael Caine, Elliot Gould y Charles Durning, se halla planteada en un tono amable, más allá de toda crítica, con el fin primordial de entretener, con un final melancólico muy del gusto de los filmes que evoca, con un ritmo adecuado en todo instante y una fotografía y ambientación excelentes.
Para aquellos que gustan del cine de evasión, este Rydell, lejos de sus comienzos literarios, quizás en su camino verdadero de actor y director de grandes espectáculos, supondrá, a buen seguro, una mirada a atrás, a otros años lejanos ya, pero nunca del todo, perdidos, ni olvidados.
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