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"Los hechos que se muestran en «La ciudad quemada» afectan a todos"

Entrevista con Antoni Ribas, director de la película

Ángel S. Harguindey

La ciudad quemada se ha convertido en uno de los éxitos comerciales de la presente temporada cinematográfica. Sobre ella se ha escrito en numerosas ocasiones y Cataluña -principal destinataria del filme- ha respondido multitudinariamente. En ella se conjugan el atractivo formal y -probable razón de su éxito- el interés textual.

«La película creo que interesa a toda España -declaró a EL PAIS su realizador, Antonio Ribas- precisamente por reflejar una de las culturas marginadas del Estado. En nuestro país, todos, castellanos, vascos, andaluces, gallegos o catalanes hemos crecido incluso sin saber que había zonas en el Estado español, en que la gente no sólo hablaba plena y cabalmente otro idioma, sino que había desarrollado una cultura, unas formas de organización familiar, de concebir el trabajo, la sociedad, el amor, etcétera, diversas zonas con un pasado histórico específico, que siéndonos desconocido u ocultado en la más imperial uniformidad, no por ello dejaba de afectarnos. Fue la política del «haz que se ignoren y mantendrás la unidad». En este sentido La ciudad quemada es un propósito de mostrarnos a nosotros los catalanes, como a todos los españoles que vivían en la Barcelona de entonces, unos hechos históricos, como los de la Semana Trágica, que afectan sin duda a todos los pueblos del Estado español.Creo que el cine universal está lleno de ejemplos de películas «muy locales», pero de interés general. Pienso, además, que la película también tiene interés porque revive en imagen las eternas categorías del hombre y de la colectividad en su lucha por mejorar su posición en el mundo que le rodea, y eso me parece a mí que es un problema de raíz universal.

-¿Qué método emplearon para la elaboración del guión?

-Quizá el problema previo más importante que tuvimos era el de dar una inteligibilidad a una narración que recoge un período histórico amplio. En la fase del guión recogimos una información muy abundante (leímos más de trescientos libros, hicimos más de 2.000 fichas, constantes visitas a la hemeroteca y estuvimos, creo, muy bien asesorados por J. Benet, I. Molas y J. Termes) y todo ello ha hecho que nadie discuta el rigor histórico del filme, que era algo muy importante, al menos como punto de partida. Ahora bien, en cuanto a la comprensión, creo que los trazos fundamentales son claros y que la dialéctica de los hechos y de los personajes está lo suficientemente definida como para que el público de Madrid, Barcelona o Sevilla, pongo por ejemplo, pueda incorporarse y esclarecer claves que están al alcance de cualquiera, pues en todo momento, me propuse hacer una película que se explicara por sí misma, que cualquier persona que no conociera en absoluto nuestra historia de aquellos diez años (1899-1909) -como era mi propio caso y el de Miquel Sanz antes de empezar a estudiar la época- pudiera entenderla perfectamente y, lo que es más importante, se le despertara el interés para conocerla todavía más a fondo en el futuro.

-¿Qué problemas tuvieron para financiarla?

-Rodamos durante un año y un mes un total de dieciséis semanas, con algunos paros producidos por la falta de dinero, pero a medida que lo íbamos «captando» volvíamos a rodar. Así se llegó a la situación de que la película llegó a tener 132 productores por medio de un complicado sistema de créditos y avales. También supuso la incorporación, a nivel de financiación, de amplios sectores del país, completándose así, en cierta manera, la representatividad y «colectivización» de la película: más de doscientos actores, con un plantel exhaustivo de primeras figuras; con la participación de líderes de los principales partidos de la oposición, que interpretan diversos papeles del guión; con un amplio equipo técnico; con la participación de dos de los coros más importantes, el Clavé y la Coral Sant Jordi; con la utilización de gran número de escenarios de la época y la aparición de políticos de entonces tan conocidos como Alejandro Lerroux, Cambó, Ferrer y Guardia, Carner, E. Iglesias, redondeando así lo que hemos pretendido que sea un gran fresco de la época.

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