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España, perdedora en el Norte de Africa

Ciertos hechos concretos y algunos indicios razonables confirman la hipótesis, desvelada hace pocas semanas, de que algo está cambiando en el permanente clima de tensión que enfrenta a Argelia y a Marruecos a propósito del tema del Sahara. Hace unos días en plena campaña electoral marroquí, el príncipe heredero de Arabia Saudita, Fahn Ib Abel-Aziz, era recibido con todos los honores por el rey Hassan II, y medios oficiosos confirmaban la existencia de una mediación del príncipe saudita en el problema saharaui. Abel Aziz con larga fama de arreglaconflictos, comenzaba en Marrakesh, residencia temporal del rey marroquí, una gira política que incluye también las capitales de Argelia y Mauritania.La operación política iniciada por el heredero del rey Jaled de Arabia Saudita siguió a una serie de visitas personales con líderes políticos del mundo árabe hechas por Yasser Arafat, máximo dirigente de la OLP (Organización de Liberación Palestina) y una de las personas más interesadas en conseguir un conjunto de países árabes unido y coherente, que pueda defender sin fisuras la difícil causa palestina. Arafat se entrevistó también en Rabat con Hassan Y semanas antes lo había hecho con el presidente argelino, Huari Boumedian.

No es previsible, a corto plazo, un giro brusco de la situación saharaui. Pero sí lo es la formación de un nivel previo de intenciones de solucionar el conflicto del Sahara que mantiene en permanente peligro de guerra a dos naciones del mundo árabe en la cornisa mediterránea. Los indicios razonables a que aludíamos al principio de estas líneas y que avalaban la posibilidad de un levísimo cambio del clima entre los dos países se concretan en las, al parecer, cada día mayores dificultades de movimiento en el interior del territorio argelino de las organizaciones armadas del Frente Polisario, que lucha aún, encarnizadamente, por conseguir la independencia de su pueblo y por solucionar a su favor un problema absurdamente creado por España.

Para nuestro país, precisamente, son especialmente graves las consecuencias de un eventual arreglo de las diferencias argelino marroquíes. Nuestros políticos, en los últimos meses de la presencia española en el Sahara, jugaron con vacilación y alternativamente las cartas de Argelia y Marruecos, sin decidirse concreta y claramente por ninguna. La solución del tema saharaui a favor de las tesis marroquíes inició una aparente decantación de nuestra política hacia Rabat, que luego, en la práctica, no se ha visto confirmada por los hechos.

En medios oficiosos de Rabat se asegura que, en los últimos tiempos, dos hechos, concretos han ensombrecido el panorama de las relaciones entre Madrid y Rabat: el tratamiento dado por los medios oficiales de difusión españoles a la enfermedad, verdadera, del rey Hassan II y la, al parecer, escasa disposición de nuestras más altas autoridades para recibir al monarca marroquí en Madrid, durante una breve escala en el viaje que aquél realizará a Francia a partir del próximo día 25, invitado por el presidente Giscard, salvo que hubiese posibilidad de que la breve visita se aprovechase para firmar acuerdos concretos de cooperación, sobre todo en materia pesquera.

A pesar de las permanentes protestas de entendimiento y amistad entre Madrid y Rabat, nada concreto se trasluce de ellas; por otra parte, tampoco hay una política decididamente inclinada hacia los presupuestos de Argel. En esa coyuntura, una eventual desaparición de las diferencias entre Marruecos y Argelia podría acarrear consecuencias imprevisibles para España. Se nos ocurre pensar, por ejemplo, en principio en Ceuta y Melilla.

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