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El enemigo oculto

No por no hablar de un peligro deja éste de existir. Esta sentencia de perogrullo viene a cuento cuando pensamos en las posibles y graves consecuencias de alguna de las medidas económicas adoptadas recientemente por el Gobierno. Concretamente nos estamos refiriendo al aumento lineal del arancel en un 20 % -con algunas excepciones de bienes de equipo y productos alimenticios-, que repercutirá en última instancia y pesadamente sobre el consumidor.Pero no se trata solamente de las repercusiones inflacionistas de dicho aumento, aun siendo éstas muy graves; nuestra atención debe concentrarse en la peculiar estructura productiva de la economía española, tal como se ha ido forjando en los últimos años. Esta estructura hace a nuestra industria enormemente sensible al aprovechamiento exterior. Así, por ejemplo, en los últimos veinte años el valor de las importaciones fue equivalente al de la sexta parte aproximadamente de la demanda interior del país.

Si en la reciente historia económica de España podemos hablar de un antes y un después de 1960, ello se debe a que el Plan de Estabilización trajo, entre otras consecuencias, la conexión de la economía española con el exterior. Por fin la industria podría equiparse debidamente,y esto se reflejó en las galopantes cifras de importación, sobre todo de bienes de equipo, hasta 1967. A partir de esa fecha empezaron a pesar dentro de la composición de las exportaciones los bienes de origen no agrícola, nuestra industria ya estaba en condiciones de transformar materias básicas y vender en el exterior esos transformados.

Hoy en día, en España, crecimiento económico e importación continúan siendo términos sinónimos. No se pueden considerar superfluas unas importaciones que en 1975 se componían de bienes de capital en más de un 21 % de la cifra total, y en donde los productos sin elaborar y los productos intermedios presentaban más del 32 % de las compras.

Obsérvese que acabamos de mencionar mercancías que pueden muy bien considerarse como básicas en cualquier proceso productivo. Pues bien, en esta situación nos encontramos con que el arancel español genera una protección nominal media que es de las más altas entre los países industrializados. No hablemos ya de la protección efectiva, es decir, si tenemos en cuenta no sólo la protección nominal de los productos acabados, sino también la de sus materiales componentes, nos encontramos con que algunos productos rozan cifras cercanas ¡al 200 %! Es precisamente sobre estos gravámenes donde va a recaer el 20 % de aumento. Si estudiamos la situación sector a sector, el problema se nos aparece con toda su crudeza. En pocas palabras podemos decir que la existencia de este arancel, a través de los años, ha estado desviando recursos de unos procesos productivos hacia otros. No se han tenido en cuenta los efectos globales que sobre el resto de la economía pueden tener los sectores perjudicados, en cuanto a generación de empleo e inversión inducida.

El arancel es un documento que bien puede contemplarse como una cristalización de los intereses de los diferentes grupos de presión del país, en orden a proteger «su parcela». Las «victorias» obtenidas históricamente en el campo arancelario por estos grupos han constituido en buena medida la contrapartida a una aquiescencia a las directrices políticas del momento.

Bajo este prisma, y aunque la coherencia brilla por su ausencia en las últimas medidas económicas, bien podemos preguntarnos por qué se ha recargado una presión arancelaria, ya de por sí excesiva, en un país cuyo aprovisionamiento exterior es tan vital. Pero se habla de la actual situación del arancel español, un enemigo oculto de nuestra economía, que olvidado permanece en la sombra de la atención pública.

Desde allí destroza nuestras mejores oportunidades económicas en beneficio de unos pocos, los más interesados en que este tema continúe olvidado.

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