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Editora Nacional: ¿Un bunker del "bunker"?

Liquidación final de una imagen progresiva

El cese de Aurello Torrente, jefe de ediciones de Editora Nacional, pone punto final al proceso de liquidacíón abierto con los despidos de dieciséis contratados, en marzo pasado. Y que ha llevado consigo la paralizción de esta empresa editorial cuyo presupuesto corre a caro de los contribuyentes.Efectivamente, hace pocos días el señor Torrente fue invitado por el actual director de la casa, Tomás Zamora. a «pedir el traslado», al parecer por diferencias en la comprensión del trabajo editorial, y tras un violento encuentro entre el jefe de ediciones y la directora ,adjunto (y jefe de la sección económica) Laura Morso. Casualmente. estos mismos días se espera la decisión de Magistratura del Trabajo sobre la demanda presentada por los despidos del curso pasado, con lo que toda la problemática de esta conflictiva institución vuelva a salir a la luz pública. Máxime cuando los tiempos mueven los pasillos de la Administración hasta en los más resbaladizos de los organismos autónomos e informativos, aires nuevos de cambios y amnistía.

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El conflicto

La prensa lo recogió en su día El 12 de marzo de 1976, dieciséis contratados de Editora Nacional, directores y colaboradores de las principales colecciones, reciben una carta en que se les conmina a abandonar sus despachos del Palacio de Comunicaciones y Congresos. en un plazo de tres horas. Lo firma Tomás Zamora, nombrado director apenas un a semana antes tras una larga época de vacío de poder, en la que se barajaron a nivel de cotilleos los nombres de algunos intelectuales como posibles sustitutos de López de Letona.

Este primer acto de su mandato redondea la impopularidad de Tomás Zamora en el mundo de las letras, que sólo a partir de los dos directores anteriores (Ricardo de la Cierva y José Antonio López de Letona) había perdido sus recelos ante una editorial considerada, no sin razón, como portavoz de la derecha y la burocracia en el poder.

A la carta de despido, sigue, tras el fallido intento de hablar con el señor Zamora, un encierro de los profesionales despedidos en una editora cercada por la policía, una entrevista con el director general de Cultura Popular, señor Cruz Hernández. y la promesa de que serían recibidos por Tomás Zamora, en grupos. Falla. esta posibilidad, y los despidos, ínapelables, se confirman sin una sola excepción. La respuesta no se hace esperar: son muchos los escritores que retiran sus contra tos y originales de

Editora Nacional, más de quinientos los intelectuales importantes que firman un escrito de apoyo y protesta, encabezado por ocho académicos, y variós los nombres internacio.nalmente conocidos -entre ellos, un grupo de hispanistas ingleses- que hacen pública su repulsa, al tiempo que su preocupación por la editorial oficial,

Como respuesta, vano intento de tranquilizar al personal de las letras, el señor Zamora asegura publicamente que «nada cambiará en Editora» y mientras el grupo de 16. profesionales despedidos, que durante dos o tres años vieron renovado su contrato semestral con este organismo autónomo... presentan un informe de 14 folios al señor ministro de Información y Turismo y demandan ante Magistratura del Trabajo a Editora Nacional por contrato laboral encubierto.

Lo que cambió en Editora

Desgraciadamente, sí han cambiado las cosas en Editora. Y es fácilmente explicable, puesto que han desaparecido los directores y redactores de las principales colecciones (Alfar de poesía, colección 13-100, Paraula Viva, ediciones en catalán y Ediciones del Centro). Por otro lado, proyectos como el llamado ProYecto B, un diccionario biográfico de la última centuria española, en el que se habían invertido más de diez millones de pesetas, ya ha sido cerrado sin concluir. Y el ritmo de contratación ha bajado, hasta el punto de que la editorial está funcionando en base a la inercia de las previsiones que tenía el personal despedido.

Por otro lado, también han cambiado las relaciones entre el personal que queda. acostumbrado a unos directores cordiales y a un funcionamiento relajado -en el sentido más digno de la palabra- y que ahora viven en un ambiente de discordia y autoritarismo que en nada favorece el trabajo en equipo necesario en un organismo como éste. Así se explica que, en este momento. molesten más las irregularidades que se pueden observar en el organigrama de Editora, contemplado desde, al menos, dos decretos (la Orden de 30 de julio de 1973 y la de 11 de Julio de 1975), modelos organizativos que conviven superpuestos, que no responden al nuevo tipo de funcionario de la Administración española claramente, por ejemplo, en la relación entre categorías y titulación académica- y que en casos de directores más dedicados a la editorial, que lo compensaban por otra parte con la asesoría y el trabajo de un grupo de intelectuales especialistas, no se hacía notar demasiado y ahora sí.

Tal parece, pues, que con el traslado del jefe de ediciones concluye la escalada burocrática, la bunkerización de Editora. La desaparición de todos estos profesionales, la paralización de sus colecciones -que eran las que daban la imagen moderna y progresiva de Editora Nacional- es, finalmente, y al margen de las voluntades implicadas, una medida política, como político es el cargo de su director.

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