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Las relaciones España-Portugal siguen sin normalizarse

Hoy hará un año que la Cancillería española en Lisboa y la residencia del embajador fueron asaltadas e incendiadas por una, multitud de izquierdistas que pretendía protestar así contra la ejecución de cinco militantes de ETA y FRAP. Es todavía demasiado pronto para analizaren sus detalles cómo y porqué se produjo aquel acto incalificable y los desastrosos resultados que para el buen entendimiento entre España y Portugal produjo. Algún día podrá llevarse a cabo un análisis exhaustivo y deslindar las responsablidades de unos (los asaltantes) y otros (los que debían defender una propiedad del pueblo español).El Gobierno portugués pidió entonces todo tipo de disculpas y prometió indemnizar convenientemente al Estado español por las pérdidas y destrozos. Así ha sido, al menos parcialmente. El palacio de Palhava, residencia del embajador, ha sido exteriormente reconstruido y acicalado, aunque no interiormente. La Cancillería podrá probablemente empezar - a funcionar en el antiguo edificio a principios del próximo año. Quedan por dilucidar las indemnizaciones de muebles y objetos de arte, algunos de gran valor, que: fueron robados o destruidos en aquella noche patética. Probablemente al Gobierno de Lisboa le cueste más de 1.000 millones de pesetas la laxitud del pintoresco comandante Otelo Saralva de Carvalho que en aquellas fechas dirigía las fuerzas que debían proteger nuestra representación.

Costó trabajo reanudar las relaciones entre los dos países. Poco a poco, casi de puntillas, fueron regresando a Lisboa nuestros diplomáticos, que debieron instalarse provisionalmente en un hotel y después en locales cedidos por el Ministerio de Asuntos Exteriores portugués. Hoy puede decirse que la embajada y el consulado funcionan sin difiticultades.

No sucede así, en cambio. a un nivel más general con las relaciones biIaterales. Sin miedo a exageraciones conviene decir que entre España y Portugal no hubo todavía una «normalización» de relaciones, pese a la visita del señor Areilza a la pequeña localidad de Guarda (Portugal) en noviembre, cuando se inventó un altisonante «espíritu» que por ahora es simple sombra retórica. No sería justo culpar de semejante situación a nuestros diplomáticos destacados en el país vecino, de semejante situación, como tampoco lo sería echarle la culpa por entero a los inquilinos del palacio de Santa Cruz. A un lado y al otro de la frontera ibérica pueden repartirse equitativamente las responsabilidades. En lo que se refiere a nuestro país puede decirse que carece todavía de una política para Portugal.

La normalización de las relaciones pasa, desde luego, por las justas indemnizaciones por la destrucción de la embajada y la Cancillería de Lisboa, pero también por la restitución meticulosa, y simple de todas las propiedades españolas (agrícolas, industriales, urbanas y comerciales) que el huracán de la «revolucao» destruyó, ocupó o estropeó. Muchas de estas propiedades, cuyo allanamiento es absolutamente ilegal según la propia legislación portuguesa, son actualmente irrecuperables y para nada serviría devolverlas. El Gobierno portugués debe pagar un precio justo -el mismo precio que está pagando por los edificios oficiales españoles destruidos- y no entrar en repateos.

Cancelado este lamentable episodio, nuestros dos países que también están obligados a entenderse tendrán que hacer un considerable esfuerzo de imaginación para restablecer los puentes que las dos dictaduras -aunque parezca sorprendente- se habían encargado de romper o cegar. Nunca las perspectivas de colaboración han sido mejores. Portugal inicia ahora con el Gobierno socialista de Soares una etapa de estabilización. España intenta inventarse una democracia de nuevo cuño. Y ambos países, que vivieron de espaldas durante casi toda su conflictiva historia contemporánea, parecen prestos a normalizar sus lazos fraternales. España ¿lo desea? Si es así, el recuerdo de la noche triste de hace un año se esfumará en breve tiempo.

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