El Valle de los Caídos
Se está celebrando una mesa redonda sobre la pornografía. O sea, una mesa redonda sobre el tema de la cama redonda. La pornografía esta de actualidad. Pero lo sorprendente es el sitio adonde se han ido los señores pornógrafos (mejor, antipornógrafos) a celebrar su mesa: el Valle de los Caídos.
'Me parece que la elección del sitio ya es tendenciosa. De allí no se pueden sacar más que conclusiones contrarias a la pornografía, el erotismo y la chispa de la vida en general. El Valle de los Caídos es un sitio monumental y fúnebre, panteónico y faraónico, y ponerse a hablar de pornografía en el Valle de los Caídos, más que una incoherencia, es una maniobra: ¿quién será capaz de cantar a la vida al pie de la grandiosa fusa común?
—Pues creo que de pisapapeles usan una calavera— apostilla el quiosquero.
Ramón Areces me ha regalado un maniquí de sus escaparates. Me apasionan esas muñecas de pasta, esas mujeres siempre a la última moda, frías y bellas, a quienes los escaparatistas visten y desvisten a la vista del personal que pasa por la calle. Comparto con Luis Berlanga y Miguel Mihura el amor por las muñecas (adultas). Mihura tiene un cuento donde, a fuerza de observar a un maniquí de escaparate, un día la sorprende embarazada. ¿Es eso pornografía? ¿Por qué no nos han invitado a Berlanga, a Mihura y a mí al Valle de los Caídos?
—Bueno, es que han invitado al padre Sobrino.
Estoy seguro de que el padre Sobrino no tiene como ama de cura un maniquí de Ramón Areces. Porque resulta que para hablar de sexo siempre llaman a los más castos varones de la tribu. Viene a yerme una bella periodista y me acusa de defender a la mujer-objeto.
—No defiendo a la mujer-objeto, pero para hablar de ética ya tengo a Aranguren. .
. Creo haber escrito aquí mismo una crónica contra la-ola-de-erotismo-que-nos-invade. O sea que no soy sospechoso.
Ahora, en Barcelona, un ilustre profesor universitario catalán, exiliado y retornado, se lamenta también de la ola esa. Yo creo que el fenómeno se agota en sí mismo. Lo malo de la libertad pornográfica es que es la única libertad que tenemos. Si tuviésemos otras, todas las demás; la pornografía sería como la canaricultura: la distracción inocente unos cuantos solitarios. No hay que protestar de la pornografía. Sino de la baza pornográfica que está jugando el Gobierno, o el Ministerio, o quien sea.
—¿Y cuál es por ahora el tope de la cosa?— quiere saber el quiosquero.
—El tope es no sacar hombres. La mujer ya lo puede enseñar todo en las revistas, menos el hombre que suele llevar al lado.
O sea que los censurados, ahora somos nosotros, los machos ibéricos, los monos desnudos. Una señorita en carnes es una abstracción o un objeto. Lo obsceno de la mujer es su novio.
— ¿Aunque el novio sea la Reforma Social Española?
Esto creo yo que no lo ha matizado bastante la censura. Porque no es lo mismo sacar a la jai pegándose el homenaje con uno de la Reforma Social que con uno de Coordinación. Si los editores de pornografía tuviesen imaginación, probarían a emparejar a sus pin-ups con un señor de la gran coalición centro-derecha, que tan contenta tiene a la derecha.
—Es que un católico de Silva no se prestaría.
Pues es lo que tenían que estar discutiendo en el Valle de los Caídos los de la mesa redonda, en lugar de enrrollarse con la semántica de «eros», como ha hecho el padre Sobrino. Llevar al Valle de los Caídos un debate sobre pornografía es como llevar a Pasapoga la Reforma del Concordato. Claro que allí están a salvo de las tentaciones de la carne. A no ser que le hayan dado una ponencia a doña Mónica Plaza.
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