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Información y convivencia

La cortesía y la cautela en adjetivar el uso técnico y matizado de las palabras y de los silencios, el arte del lenguaje verbal y del no verbal, todo esto me parece una exigencia fundamental en una sociedad avanzada. Sin embargo, todo esto no parece ser lo que más priva. En nuestro país, especialmente, lo que priva es el alegre vicio de adjetivar sin disponer de una mínima información. Muy particularmente en política. Las discusiones políticas se parecen bastante a las discusiones familiares. Por algún extraño mecanismo, las partes en litigio suelen encontrar infaliblemente aquellas palabras que más mortifican al adversario. Pienso, pues, que quienes se meten en los asuntos políticos (sea de un modo actual o potencial, directo o indirecto), deberían reflexionar sobre el uso y el abuso de las palabras.

Lo primero es recordar que en esta segunda mitad del siglo XX hemos dejado atrás la era mecánica para adentramos en la era informal, y que en una sociedad presidida por el concepto de información, resulta enormemente delicado el tratamiento de los signos que conducen esta información. La información puede ser hoy tan relevante y peligrosa como antaño lo fue la energía. En nuestro sofisticado mundo de relaciones, el cuerpo social se orienta ante todo por los mecanismos, canales y circuitos de la información. La información da sentido a los actos, a los hechos y a los acontecimientos. La información, como decía el padre de la cibernética, Norbert Wiener, no es ni materia ni energía. Es una noción irreducible. Ilustrémoslo con un ejemplo. Si el pie de un caminante choca contra una piedra, la energía se transfiere del pie a la piedra y esta última se desplaza siguiendo leyes mecánicas perfectamente de terminables. Si, por el contrario, el pie de un caminante choca con un perro, los resultados van a ser bastante más imprevisibles. El perro posiblemente se revolverá y hasta cabe que le hinque un diente al pie del caminante. ¿Cuál habrá sido la diferencia entre estos dos fenómenos que físicamente son idénticos? Evidentemente la diferencia reside en la información. Aparte la transmisión de una energía a través de un puntapié, lo que el perro recibe es una información; en el caso que nos ocupa, una información con contenido agresivo. A tras del puntapié el caminante ha comunicado algo al perro y el perro ha reaccionado, no ante la energía mecánica recibida, sino ante la información y la interpretación de la misma.

Lenguaje ambivalente

Todo esto parecerá elemental, pero en rigor se trata de algo sumamente relevante. En las épocas de penuria informacional o de pobreza de los medios de transmisión de señales informativas, los políticos y las personas en general podían permitirse el lujo de no cuidar demasiado sus palabras. La demagogia se perdía en el espacio acústico de quien la practicaba y los efectos retroactivos de la misma terminaban por diluirse. Mucha gente, refiriéndose a las discusiones, solía decir: «En el fondo sólo se trata de discusiones de palabras.» Algunos siguen pensando así. Pero la verdad es que, como han mostrado a moderna lingüística, la antropología estructural y la obra de Freud, el lenguaje, el sistema lingüístico es el lugar donde se proyectan todos los paradigmas, presiones y represiones más profundos de la cultura. Para hacer las cosas todavía más complicadas, las palabras son signos ambivalentes que a menudo sólo cumplen la función de enmascarar aquello que realmente parecen decir. Sometidos a las múltiples presiones de los sistemas colectivos que nos poseen. cada uno de nosotros hace y dice más lo que puede (lite lo que quiere. Casi nadie consigue decir lo que quiere. El lenguaje es ambivalente y particularmente traidor. Nos pasamos la vida diciendo algo y significando otra cosa.

Ahora bien; lo queramos o no, la comunicación nos afecta de continuo. Hagamos lo que hagamos, y tanto si hablarnos como si callamos, constantemente estamos emitiendo mensajes. Se ha escrito que incluso para comprenderse así mismo, el hombre necesita que otro le comprenda. Y para que otro le comprenda, se necesita también comprender al otro. Estamos, pues, en comunicación constante y cualquier comportamiento nuestro lleva, lo sepamos o no, una carga informativa y comunicativa, verbal o no verbal. Los expertos en teoría de la comunicación nos han ilustrado sobre la infinidad de paradojas y malos entendidos que se producen cuando mezclamos los diversos ni veles de lenguaje, o cuando lo que decíamos se contradice con el modo como lo decimos. Constantemente emitimos mensajes desde diversos niveles, códigos y formas. Hay un lenguaje manifiesto y otro latente, uno «digital» y otro «analógico». Lo cual hace que la confusión aumente, pues constantemente nos vemos sometidos a la presión inconsciente de tener que traducir de uno a otro lenguaje, y es sabido que toda traducción se hace al coste de una gran pérdida en información.

Contrapolítica

Conviene cobrar conciencia, pues, de que la mayoría de Las discusiones son ante todo discusiones desde el lenguaje y que las discusiones de palabras son tanto más peligrosas cuanto que tienen una cierta apariencia de no ser auténticas discusiones. Pero los propios marxistas admiten hoy que el len guaje no puede interpretarse como una mera superestructura. El lenguaje es un fenómeno más irreducible en el cual se proyectan los paradigmas más profundos de la cultura. En consecuencia, es preciso cuidar las palabras y es preciso cobrar conciencia de la relevancia de este cuidado, igual que se ha cobrado conciencia de la necesidad de usar desodorantes o dentífricos. Y aquí no ya por cuestiones de higiene, sino por exigencias de una sistemática nueva que es la sistemática de la información.

Los políticos, particularmente, deberían comprender que la gente se encuentra bastante fatigada de cualquier tipo de demagogia, de un juego político excesivamente agresivo, polémico o de picapleitos. En otra ocasión me referirá a lo que cabria llamar el nacimiento de una contrapolítica (en el mismo sentido en que se había del nacimiento de una contracultura), y que podría explicar la apatía de una gran parte del cuerpo social. En efecto, muchas personas piden hoy la recuperación de una relación real entre hombre y hombre y entre hombre y medio ambiente una relación que no esté previamente mediatizada por un código mostrenco, sino que en cierto modo pueda prescindir, incluso, del intermediario de todo código. Es lo que, en otro contexto, el economista francés Jacques Attali ha llamado deseo de información racional. A mucha gente le resulta tedioso que en cuanto un líder político de determinada tendencia abre ha boca, se pueda saber ya de antemano las letanías que va a recitar. El siglo XX habrá sido un siglo de grandes innovaciones en física teórica, biología, astronáutica, ciencias de la información: pero no es probable que pase a la historia por su imaginación política.

Necesitamos un cierto margen para la creatividad y el azar. Lamentablemente, el funesto vicio de etiquetar procede de un desconocimiento de la lógica de la complejidad, de la noción de ecosistema, de la conciencia ecológica, de la teoría de la comunicación. Y todos estos desconocimientos, que de por si ya son bastante graves, pasan a ser sumamente inquietantes cuando se albergan en hombres relacionados con la cosa pública o con la información sobre La cosa pública, y que utilizan las palabras como si fueran pajaritas de papel.

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