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CLASICA

Estreno mundial de la nueva versión de la "Atlántida"

Cuando el estreno de Atlántida en la Scala de Milán escribí un largo ensayo titulado Atlántida, larga aventura. No sabía entonces que aquella representación no significaba, ni mucho menos, el fin de la aventura sino, más bien, el comienzo de una segunda navegación que ha tocado puerto ahora en el Festival Internacional de Lucerna. Desde todos los puntos de vista, la operación Atlántida merece no ya un ensayo, sino todo un libro. Me ceñiré aquí a lo visto y escuchado en la bella ciudad suiza, anteponiendo que los organizadores de tan prestigiado festival merecen la gratitud de España, pues a través del recuerdo a Falla y Casals lo español en música ha constituido tema central, atendido con gran inteligencia y sensibilidad.

Vamos con Atlántida. Para empezar conviene reflejar el éxito grandioso que la obra póstuma de Falla, completada por Ernesto Halffter, ha alcanzado. «Lo más importante del largo ciclo», han dicho y escrito organizadores y críticos. Y aunque en las ruedas de prensa o en las conversaciones ha reaparecido el inevitable tema de hasta donde la obra sobre Verdaguer es de Falla y en que medida es de su discípulo, la verdad es que la atención se ha vertido sobre la misma obra, dando por hecho que la responsabilidad de su creación está compartida y que, una vez que las últimas notas del «prólogo» suenan, podemos entender que la obra individual de don Manuel ha dado fin históricamente.Ahora bien, Falla está presente a lo largo de Atlántida, ya que el planteamiento de una partitura, la imaginación de lo que debía ser, la invención de una parte tan importante, como la del Corifeo, el seguro trazado de bloques como El incendio de los Pirineos y la parte final, las sugerencias instrumentales que dejó anotadas, como es el caso del Sueño de Isabel, con todo y faltar la orquestación de la mano de don Manuel a él corresponden en su originalidad, grandeza y conmovedora belleza. El trabajo de Halffter ha debido ser, pues, en cierto modo el de un pintor de «taller» y la mayor gloria alcanzable y alcanzada es que una y otra pueda confundirse la mano del «albacea» con la de su maestro. Lo lógico es que Halffter, más que buscar un creacionismo a título personal haya tratado de adivinar los movimientos de la mano magistral a través de los ya realizados o, simplemente -o dificultosamente- a través de las «huellas» dejadas aquí o allá.

El mismo Halffter, al hacerse cargo de la tarea, firmó un «estado de la cuestión» en el que, con toda probidad y desde el seguro conocimiento de los 200 folios crecidos legados por Falla, resumía en pocas palabras la «situación» de Atlántida al morir su autor: partes completamente terminadas por Falla, incluida la orquestación; partes inventadas por Falla, pero en las que sólo los coros, algunos bajos y, a veces, anotaciones instrumentales fueron llevadas -a cabo; partes, digamos, en reducción -Las carabelas, por ejemplo y en fin, unas últimas, en situación confusa, con gran cantidad de apuntes, bocetos, fragmentos más o menos trazados y anotaciones varias. Se trata, especialmente, de la segunda parte en la que ni siquiera puede saberse con certeza la estructura global. He aquí el caso extremo y más peliagudo para Halffter como continuador y para la historia como testamento incierto de nuestro más grande compositor.

Oratorio plástico

Un problema fundamental: la subtitulación de Atlántida como «cantata escénica» guió y confundió los pasos de las primeras realizaciones. Ante ese concepto y ante ciertos escritos, muy pocos, que podían ser lo fueron equívocamente interpretados, la idea de un escenario aparecía unida al nacimiento de la misma obra. No es así. Hoy creo que, contamos con elementos de juicio e, información suficientes para precisar cuáles eran las intenciones de don Manuel. Se trataba de un oratorio (así gustó de llamarle una y otra vez en la correspondencia) a interpretar sobre una serie de grandes lienzos pintados por José María Sert. Falla, hombre de constantes biográficas, parece reproducir al final de su vida y como protagonista creador la impresión que le decidió un día a seguir con firmeza su vocación musical: los conciertos escuchados en Cádiz, allá por 1893-, a la orquesta de la ciudad, en el Museo di Pintura, con los formidables zurbaranes como testigos incitantes. El problema para Falla y para Sert no era, pues, dar con un «regista» («usted y yo lo haremos todo», le escribe a su colaborador) sino acortar con la solución precisa a la hora del cambio de lienzos, bien por transparencias, bien por proyecciones, pero en cualquier caso contando con los valores plásticos como algo estático. Por supuesto ni pensar en el ballet. ¿Cómo iba a hacerlo cuando en su testamento pretende prohibir en el futuro la representación de sus ballets originales? La muerte de Sert acaba prácticamente con toda tentación que exceda lo musical. Escrito está: «Ahora ya sólo debo pensar en la música».Sin embargo, un músico de la honradez creadora de don Manuel no podía evitar lo que constituía un hecho: Atlántida había nacido con pensamiento plástico y tal concepto se filtra por los pentagramas del mismo modo que lo dramático-teatral habita en los de Verdi, exista o no escenario esté evidenciada o no la acción. Por lo mismo creo firmemente, que Atlántida admite -y hasta pide en cierta medida- la compañía plástica. Falta sólo el pintor que quiera experimentar su aventura, teniendo muy en cuenta los pentagramas de Falla, el catalán de Verdaguer, el mensaje de uno y otro y la cada vez más creciente significación religiosa de una partitura que comienza en tragedia geológica para resolver en canto místico.

Nueva versión

Halffter ha acometido una nueva versión de Atlántida. Su actitud al hacerlo no ha de extrañar, ya que casos análogos los encontramos repetidos en la historia de la música.La mayoría, de las veces por razones de simple autoexigencia. Aquí habrá que añadir motivaciones de más apretada fidelidad. Para conseguirla se tuvieron muy en cuenta dos premisas: olvidar la escena. y renunciará lo que, probablemente Falla habría renunciado. En todo caso a lo que por estar menos terminado y, a veces, sólo abocetado, alejaba -al menos hipotéticamente- la idea de una «paternidad responsable», ni siquiera aceptando lo ineludible: la colaboración del discípulo con un maestro que ha callado su voz para siempre. En suma: era aconsejable reducir, estilizar. Bien sabemos que estilizar es renunciar y que, además, el camino todo de la creación fallesca aparece sembrado de renuncias. En fin, Halffter consideraba, después de vivida la obra, que no faltaban ocasiones en las que su trabajo podía ser mejorado.

La orquestación, notablemente modificada -salvo en las partes ya orquestadas por don Manuel-, muestra resultados excelentes en el Incendio de los Pirineos, una de las más hermosas asunciones de lo catalán que se hayan hecho en música; precisa las intenciones del maestro en La voz divina; convierte la. Gallarda en una página acabada y hace del Cántico de Atlántida algo definitivo en su juego contrapuntístico, armónico e instrumental. También se ha beneficiado de la reorquestación el pasaje de Las carabelas que, en el fondo, no es sino una nueva exposición, diversamente tratada, del Himno hispánico. Otros detalles de gran belleza contribuyen al mayor esplendor de Atlántida, cuya fuerte continuidad reside, sobre todo en el «prólogo» y «Partes primera y tercera», en tanto la segunda enlaza episodios contrastantes de sumo atractivo.

La versión

Jesús López Cobos, al frente de los Coros, Escolanía y orquesta de la Radio de Colonia y de los Coros de Radio Hamburgo, ha realizado una empresa por muchas razones titánica. La obra y los resultados merecían el esfuerzo que Jesús tomó sobre sí con Alegría de espíritu y gran tenacidad. Su versión de Atlántida (registrada previamente en los estudios de la radio coloniense) me parece espléndida, incluso con consecuciones sensacionales. Recuerdo la forma en que ha resuelto al gran Cántico de Atlántida o la sutileza de orfebrería que aplicó al acompañamiento de ese milagro dominante en El peregrino, la Salve y La noche suprema. Con dominio absoluto, firmeza de ritmo y de concepto, penetración interpretativa (López Cobos ha querido trabajar mucho con Halffter, prueba de su deseo de acertar) medida expresividad, barroca brillantez cuando los pentagramas requieren. En suma, el joven director español, tan prestigiado internacionalmente ha escrito un de las más bellas páginas de su biografía. El hacerlo con música de Falla, al servicio de esta Atlántida difícil problemática en todos Ios órdenes y caprichosamente -cuando no honestamente- discutida, constituye un aval. Más aún: un timbre de orgullo. Solistas y Coros cantaron en muy buen catalán la partitura. S advirtió una lenta preparación una entrega entusiasta a una música que les había ilusionado. E cuadro solista, de primer orden estaba encabezado por la soprano americana Gwendolyn Killebrev el barítono alemán Bernard Hermann. La primera hizo una de las mejores versiones que de Pyrene Isabel se hayan oído nunca. Expresiva, dúctil, enterada hasta de la última significación de cada palabra, puso junto al «milagro» del romance el de su interpretación.

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