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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Concordia y reconciliación

Desde hace unos meses todos hablamos de reconciliación y de concordia nacional. Porque es absolutamente indispensable para una comunidad, y mas para una comunidad nacional, vivir en paz.Las contiendas civiles -como las querellas entre hermanos-, cuando se tiene la desgracia de que se llegan a producir, dejan más secuelas que las que surgen entre extraños y exigen más tiempo y más esfuerzo de todos para que se mantengan y duren sus efectos polarizadores. Recordamos cuánto tiempo ha pasado desde la guerra civil americana, y todavía subsisten las diferencias entre los del Norte y los del Sur.

Por ese mismo deseo de concordia, de convivencia y de paz, es preciso tener un concepto de la reconciliación y de la concordia limpio y claro; y sacrificar muchas cosas, ambas partes, vencedores y vencidos; y no mezclar lo que es la reconciliación y la paz con otros sentimientos e intenciones que harían fracasar el intentó nacional de convivir y trabajar juntos.

Convivencia y respeto

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Se vienen empleando como sinónimos, dos términos que no lo son: reconciliación y concordia. Lo que es fundamental es que se produzca ésta; y para lograrla, es un factor decisivo que se consiga también la reconciliación.

Concordia nacional no significa en absoluto identidad de pensamiento o ideología. Antes al contrario, es convivencia y recíproco respeto de pensamientos o ideologías diferentes y aún en muchos puntos contrapuestas. En lo que tienen que coincidir es en el establecimiento de un marco, en el respeto de unas reglas, en la admisión -sin deseo de destrucción, aunque sí es posible el de absorción o convencimiento- de los que piensan diferente o tienen un ideal de vida distinto. Y también en el deseo de que todos los miembros de esa comunidad nacional puedan vivir y trabajar en ella para la obtención de unos fines e intereses comunes: los nacionales. Que es a lo que hablando más emotivamente, se llama patriotismo.

Para el sector de los españoles que hemos nacido o entrado en la vida histórica después de 1940, y que incluye ya a los que han pasado de los cincuenta, y por tanto para tres de las cinco generaciones que conviven según Julián Marías en España en este momento, lograr esa corcordia nacional expresada en los términnos anteriores -no como identidad, sino como convivencia- es una actitud muy posible.

Con excepciones de extemporáneos odios heredados de heridas familiares, a veces tremendas, de extrañas transposiciones de personalidades o de vivencias o de historicismos en los profesionales políticos, la mayoría de esos españoles no tenemos ningunas cuentas pendientes que saldar. Tendremos, y seguiremos teniendo diferencias, incluso profundas, distintas formas de vivir y organizar la convivencia, pero coincidimos en la aceptación de un sistema democrático y en la incardinación que geográfica y culturalmente nos corresponde en el mundo europeo, caracterizado y conformado por las ideas de la igual dignidad y derechos de todos los seres humanos, de la, más justa distribución de los bienes económicos y culturales, y por los principios de la tradición liberal y del humanismo cristiano.

A estas ideas corresponden una serie de valores que ocupan los primeros puestas en la escala axiológica: libertad, justicia, trabajo, seguridad, participación, paz, respeto al contrario, derecho al bienestar individual y familiar, etcétera, y que son los que de forma más perfecta se consagran en las Declaraciones de los Derechos del Hombre.

Protagonismo de la juventud

Para muchos de los otros españoles, los nacidos más o menos antes de 1915, la concordia nacional exige otro esfuerzo: el de la reconciliación. Este es un hecho real que todos debemos conocer y valorar, pero que no puede enajenarnos a la mayoría el derecho a construir el mundo futuro que pertenece a los más jóvenes que ellos de acuerdo con su más fácil posibilidad de concordia.

Para que esa concordia sea completa, es preciso obtener desde luego la reconciliación. Y es obligación de todos intentarlo. Por nuestra parte, de los nacidos después, es preciso comprender las injusticias, los sufrimientos y los daños padecidos por esa generación, merecedores de reparación o al menos de reconocimiento, y por tanto el esfuerzo y el sacrificio que para muchos puede representar esa reconciliación. Por la de ellos, es necesario sobreponerse a sus historias personales y pensar en el futuro de España. Y por parte de todos fijar bien los límites de lo que significa y exige el concepto reconciliación.

Reconciliación no puede ser naturalmente olvido. Las personas que vivieron como protagonistas un suceso extraordinario con lo es una guerra civil, no lo pueden olvidar. Y en ese sentido quedan con frecuencia inhabilitadas para ejercer funciones de dirección en una sociedad de concordia. Esto no significa la eliminación de la vida pública, de toda una generación. Hay entre ellos muchos que por su generosidad, su escaso protagonismo, o su capacidad de adaptación al cambio histórico, pueden tener importantes papeles. Pero es indudable que cuantos ocuparon puestos preeminentes en ambos bandos en aquel momento, concitan o renuevan los enfrentamientos y es mucho mejor para la concordia nacional que se aparten voluntariamente o queden lejos de protag6nismos públicos.

El pasado como recuerdo

Reconciliación es, por definición, lo contrario de vuelta atrás. Colocarse en los años treinta y repasar o juzgar las actuaciones, es exactamente el sistema que hace más difícil, o imposible, la reconciliación. El «ya lo dije yo», o los «que teníamos razón éramos nosotros», es el sistema más inmediato para renovar aquellas heridas. Esos temas hoy ya corresponden a la historia. Es el futuro lo que hay que construir en concordia entre todos. Ni se trata de revivir el pasado ni mucho menos de hacer un fantástico salto y de tratar de anudar con la época anterior a 1936. Han pasado cuarenta años densos, con aciertos y errores, pero importantes y que han hecho un país distinto de aquél. Desconocer esa realidad es ir derecho al fracaso. Los que de un lado u otro, por la incapacidad de superar las propias experiencias personales, por el exilio, por romanticismos, por revancha o por soberbia, quieren volver atrás y empezar de nuevo, no pueden desempeñar funciones directivas y protagonistas. Es demasiado riesgo que su peripecia personal vaya a influir sobre la vida del país al que queremos colocar en donde a ellos se les paró la historia de España.

Reconciliación es el resultado de un esfuerzo de asumir el pasado, todo el pasado como integrante de la vida nacional para superarlo. Está hecho de respeto y comprensión del contrario, de sus aciertos y errores, y de que España y los nuevos españoles no vuelvan, a sufrir los mismos traumas. De dejar el pasado en su sitio, de convertirlo en recuerdo, pero de no caer de nuevo en los mismos antagonismos y mucho menos en los mismos antagonistas. Es lo menos que los nuevos españoles tenemos derecho a exigir o á imponer a los restos de esa generación sobreviviente, que ya ha desempeñado en buena parte su papel.

La concordia y la reconciliación es el punto de arranque para una España del último cuarto del siglo XX, muy distinta en composición, en población o en problemas de la de hace más de cuarenta años. La tarea de los lustros próximos es que vivan en paz las clases, las ideas, las regiones, y para ello hacen falta personas nuevas, ideas nuevas y soluciones nuevas. Ni los viejos líderes, puros supervivientes. Ni las viejas y enconadas ideas. Ni las viejas soluciones ya experimentadas y que no trajeron la paz y la concordia a este país, sino que originaron la guerra y la discordia.

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