El Opus Dei
Leo con asombro las declaraciones efectuadas a la revista París Match por nuestro jefe de Gobierno, Adolfo Suárez, en las que afirma que el Opus Dei es solamente una organización «piadosa, sin ramificaciones políticas ni financieras».Todos nos hemos quedado estupefactos ante la participación de Marcelino Camacho en la reunión del comité central del Partido Comunista celebrada recientemente en Roma, tras su continua campaña de ser únicamente un sindicalista no comprometido políticamente, pero más será nuestra estupefacción ante el supuesto de que el Opus Dei no tiene «ramificaciones políticas ni financieras».
Es inútil discutir siquiera el problema, ya que para la totalidad de la opinión pública española, el Opus Dei se ha comportado en el pasado como un partido político, cuyos afiliados hicieron correr la galana frase de crisis coronat Opus, cuando sus miembros, denominados siempre tecnócratas, accedieron al poder político, bajo el general Franco, en 1957. Que se nos diga ahora que aquellos ministros, subsecretarios, directores, generales y altos cargos, conocidos de todo el mundo como miembros o simpatizantes (¿les llamaremos compañeros de viaje, como a los de los comunistas?), no fueron designados por su pertenencia o su acomodo de viaje con el Opus Dei, es tanto como considerar que la inteligencia de los españoles es la de niños de prejardín de infantes.
En lo que respecta a las ramificaciones financieras, parece haberse olvidado que lo ocurrido en Matesa y el procesamiento de tres ex ministros, que fueron debidamente indultados, sin que se dictara ninguna amnistía de carácter general, indica bien a las claras que había una asociación que el Opus Dei debiera haber sido el primero en denunciar. En uno de mis libros, publicado en 1975, cuyo título no mencionaré, para que no se vea en estas líneas un aspecto propagandístico, se analiza la reforma bancaria de 1962, que permitió a los Bancos dominados por miembros o simpatizantes de la orden del Opus Dei realizar fabulosos negocios, haciendo crecer a los dichos establecimientos de modo desmesurado. ¡Qué casualidad, que esas instituciones bancarias sólo tuvieran ramificaciones piadosas entre sus directores y consejeros!
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