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El difícil equilibrio entre Bruselas y Matignon

Raymond Barre ha sido uno de los pocos economistas franceses que a pesar de haber trabajado con el general De Gaulle tuvo siempre una visión global de Europa, no exclusivamente francesa. No es exactamente, claro está, un discípulo de De Gasperi, o de Spaak, pero cuando en 1973 dejó la Comisión Europea, en la que durante seis años se desempeñó como vicepresidente, el señor Spinelli, también vicepresidente del organismo y candidato independiente del Partido Comunista en las últimas elecciones italianas, que si se proclama hijo adoptivo de De Gasperi, dijo de Barre: Es uno de esos raros franceses que no creen que Europa forme parte de Francia. No pudo ser, en ese sentido, un santo de la devoción del general, a quien sin embargo consiguió complacer con sus actitudes -y mañas- en contra del ingreso de Gran Bretaña en la comunidad. Pero más tarde Barre también supo explicar ese punto: En realidad, los ingleses, en aquel tiempo (década de los 60) eran también a su modo, demasiado gaullistas.

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No cabe duda de que la llegada de este eurócrata a Matignon, donde además según declaró anteayer, se propone «ahorrar palabras», no puede menos que complacer a sus antiguos colegas de Bruselas, por lo cual se explica que la capital de la CEE, haya sido ayer la primera, entre todas las de Europa, en darle la bienvenida. También parece claro que en su nombramiento deben haber influido las conversaciones que el señor Giscard d'Estaing mantuvo recientemente con otros europeístas aparentemente convencidos, como Callaghan, Schmidt o Thorn. Un «premier» comunitario en París puede contribuir a limar muchas de las asperezas políticas creadas en el seno de los «nueve» por el señor Chirac. En Bonn, sobre todo, se tiene que haber respirado con alivio. Puede decirse, pues, que si bien la designación de Barre tiene una importancia relativa para Francia, sí resulta muy significativa para la CEE, y a la vez,

conveniente para las aspiraciones que Giscard alienta en relación con el parlamento de los «nueve», que como se sabe, debe quedar integrado en 1978.

No obstante, la tarea que le espera a Barre en el ámbito comunitario parece bastante complicada. Deberá aclarar, en primer lugar, el rol de Francia en la «serpiente» monetaria, de la que París se retiró a comienzos de este año. El asunto se presenta ahora más espinoso que nunca a causa de la debilidad «estructural» del franco, y de la especulación a la baja de que está siendo objeto la moneda francesa en los mercados europeos, especialmente en Zurich y en Francfort. París se resiste a devaluar -por motivos políticos-, pero el margen de flotación que le permitía la «serpiente» ha sido sobrepasado con creces, y no ahora, sino ya en febrero, cuando se produjo su primera caída. En consecuencia, París tendrá que tragarse, tarde o temprano, la píldora de la devaluación, o en caso contrario, seguir sufriendo la enemistad de la RFA, a la que desde hace tiempo emigran muchos capitales franceses, y que además no parece dispuesta a revaluar el marco en la misma proporción de la devaluación real del franco.

Arreglada esa cuestión Barre tendrá que atender a otros dos problemas: el de la "Europa verde", sobre la que Francia ejerce una dictadura casi absoluta, y el del «frente petrolero», que Alemania, Holanda y en parte Gran Bretaña quiere levantar en la CEE. Por un lado, Francia se sigue empeñando en proteger su agricultura (recuérdese el caso del vino con Italia), y por el otro no desea formar una «voz común» con sus «partenaires» frente al mundo árabe o la OPEP, como en muchas ocasiones lo ha exigido Schmidt, ni mucho menos constituir un «precio europeo» para el petróleo, que a su juicio sólo puede favorecer, en el futuro, la producción británica del mar del Norte. Los fundamentos de la posición francesa son eminentemente políticos. Si Giscard pone fin a los restos de la «independencia» internacional gaullista, la labor de Barre se verá facilitada. Pero si eso no ocurre, es probable que sus amigos de Bruselas terminen por privarle de su título de europeísta, que tanto le ha servido para entrar en Matignon.

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