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Dificultades y esperanzas del teatro catalán

Con un puntito de antipática fruicción -y que Dios me perdone si no es así- algunos periódicos y revistas no catalanes han recogido últimamente la noticia del posible cierre de cuatro o cinco teatros de Barcelona, lo que reduciría la vida teatral barcelonesa a dos teatros de comedia y dos de revista. La cosa, por fortuna, no se confirma del todo, ni mucho menos. Van a cerrar, en efecto, dos teatros -el Capsa y el Poliorama- pero también, posiblemente, serán abiertos otros.A pocas de las gentes catalanas les importará mucho que el actual Poliorama esté abierto o cerrado. Si muere ahora lo hará con la bonita cartelera de El embarazado, último eslabón del peor teatro comercial. Un teatro que ni siquiera ha sido generado en la ciudad. Más duro es lo del Capsa. Un pequeño y alegre local que ha luchado seis años con la indiferencia de la ciudad y la dureza de la Administración pública. Luchó el Capsa -o, para ser exactos, luchó el actor Pau Garsaball, su valiente empresario- por un teatro nuevo, crítico, contestatario y valiente. Primero montó sus propios espectáculos. Después se replegó, pero continuó albergando a grupos y compañías coherentes con su inicial propósito. Ahora abandona la lucha.

Xavier Fábregas ha escrito en Destino que «El teatro catalán ha sufrido un proceso de descapitalización parecido al que atravesó la banca local durante la postguerra: desde el punto de vista de la empresa teatral somos una sucursal, un apéndice, y los intentos que se realizan para enderezar tal situación son, en todo caso, de una modestia sobrecogedora». Esto es cierto. Sí, pero, ¿por qué?

Para Ricard Salvat «a la burguesía, que participa en el poder político y posee el poder económico, no le interesa que haya teatro... Cuando la burguesía barcelonesa quiere algo, lo consigue; cuando ha pretendido tener uno de los mejores equipos de Europa. lo ha tenido; cuando ha querido contar con una temporada de conciertos de primerísimo orden internacional, también la ha tenido; ahora mismo, en que se interesa por el mercado del arte, el número de nuevas galerías y el nivel de las exposiciones es impresionante, y como quiere ver ópera, sostiene el Liceo, aunque sea como un teatro apeadero, sin cuerpos estables ni creatividad propia, pero capaz de traer a los mejores cantantes del mundo...

Para Alberto Miralles, que pertenece al campo del teatro independiente, «ese teatro, a través del empleo de nuevas técnicas, desplazó en un momento dado al teatro burgués, sin que, al mismo tiempo, consiguiera crear el nuevo público que sustituyera al antiguo».

Para Jordi Teixidor, existe «una ruptura entre la afirmación nacionalista y los valores ideológicos de que se revistió. Mientras fue una afirmación culturalista no hubo problemas, pero cuando tomó el camino de una explosión de clase de crítica, de denuncia, la burguesía abandonó ese teatro. En ese momento, la bandera del catalanismo se vuelve contra ella. Y busca espectáculos traídos de Madrid, de Londres o de donde sea, para escapar al problema. Esto plantea una dicotomía muy clara. Puede haber un teatro de importación, e incluso autóctono, si se somete a la mímesis de lo ajeno, pero un teatro catalán, en la línea del que surgió en los años sesenta, sólo podrá hacer su eclosión, dado que no va a contar con la actual burguesía, en otra alternativa política. O, al menos, en una situación que obligue a la Administración Central o a los organismos locales a sostener un teatro en función de su rentabilidad social».

Esta situación, por supuesto, se refiere a Barcelona. Bien o mal, se está produciendo una cierta descentralización del teatro catalán. En esta página se estudia la propuesta de Hospitalet. Pero hay más. Por ejemplo: La jungla sentimental, de Jordi Teixidor, se estrenó en Esparraguera; Mixtura indiscretament móbil, de Pedrolo, en Granollers; La selmana trágica, de la Escola de Teatre del Orfeó de Sants, nació en Poble Nou; A ias Serrallonga, de Els Joglars, en Granollers; El deixeble del diable, de Bernard Shaw, se estrenó en Tarrasa, etcétera...

No son éstos todos los datos del problema. Pero son algunos y son válidos. Son, en todo caso, los que han llevado a las gentes de teatro de Barcelona a replantearse, en su integridad, el sentido de su oficio. El teatro es un aguijón. Parece que los espectadores del Teatro Griego de Montjuich, están empezando a comprenderlo. Y a pagarlo.

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